El tiempo había transcurrido de noviembre a julio. En nueve meses
pasan muchas cosas: un bebé es concebido y avanza a su madurez en el
vientre materno; tres estaciones del año pasan siguiendo su ritmo
inevitable; la política, la economía y el deporte experimentan grandes
cambios.
Pero esos nueve meses no trajeron ningún cambio en la vida de
Carmela Salas, de 65 años, mexicana residente de Texas. Los pasó, según
el periódico «Los Ángeles Times», contemplando el cadáver de su
esposo, Enrique Salas, acostado en la cama matrimonial.
Cuando el esposo murió, ella, negándose a reconocer la realidad,
hizo de cuenta que la desgracia no había pasado, y el tiempo se detuvo
para ella.
Este no es el primer caso en que hombres o mujeres ven morir al
ser más querido y no se resignan a tener que dejar de mirarlo. Y aunque
son cadáveres ya, y la momificación de la muerte ha comenzado el
proceso de descomposición, el amor que les tienen es más fuerte.
El odio jamás hará una cosa semejante. El odio tiende a destruir,
destrozar, masacrar y a hacer desaparecer todo de la vista. El amor
construye, y cuando no puede construir, hace perdurar. Porque el amor
es muy diferente al odio.
El amor de Dios es el amor más fuerte que existe. Es una fuerza
que tiende siempre a reparar, a curar, a construir, a conservar lo
bueno, a hermosear más lo que ya es lindo, a regenerar, a purificar y a
santificar. El amor de Dios tiende siempre a perdonar y, más que
perdonar, a olvidar. Incluso olvida el pecado, el mal, la falta, la
derrota, el fracaso humano.
Y como Carmela Salas, Dios también contempla perdurablemente a sus
seres amados. Él nunca deja de mirarlos. «El Señor recorre con su
mirada toda la tierra —dice la Biblia—, y está listo para ayudar a
quienes le son fieles» (2 Crónicas 16:9).
No hay nada más perdurable, poderoso, fiel y comprensivo en la
humanidad que el amor de Cristo. Es un amor que nunca falla, una
sabiduría que nunca yerra. Tener un corazón entregado a Él es
asegurarse la bendición de la vida eterna. Tomemos hoy la más grande
decisión moral posible: Elijamos a Cristo como nuestro Salvador y
nuestro Señor.
Hermano Pablo0