domingo, 21 de febrero de 2010

PARIENTES LEJANOS

Cierto viejo solitario, vivía en las profundidades de las montañas de Colorado. Cuando murió, sus parientes lejanos vinieron de la ciudad para llevarse sus cosas de valor. Luego de llegar, todo lo que ellos vieron fue una vieja choza con un retrete adosado a ésta. Dentro de la choza, cerca de la chimenea de piedra, había una vieja cacerola y su equipo de minería. Una mesa llena de grietas con una silla de tres patas montaban guardia junto a una delgada ventana, y una lámpara de kerosene servía como centro de mesa. En un rincón oscuro había un desmoronado catre con una gastada bolsa de dormir sobre él.
Ellos recogieron algunas de las viejas reliquias y se dispusieron a partir. Mientras se iban, un viejo amigo del solitario, sobre su mula, les hizo señas que parasen. “¿Les importaría si yo saco algo de lo que ha quedado en la cabaña de mi amigo?”, preguntó. “Vaya tranquilo”, le contestaron. Después de todo, pensaron, ¿qué puede haber de valor dentro de la choza?
El viejo amigo entró a la choza y caminó directamente hacia la mesa. Estiró el brazo debajo de ella y levantó una de las tablas del piso. Luego procedió a sacar todo el oro que su amigo había encontrado en los últimos 53 años, suficiente como para que se hubiese construido un palacio. El solitario murió con un sólo amigo que lo sabía. Mientras el amigo miraba por la pequeña ventana observando la nube de polvo, detrás de la cual desaparecería el coche de los parientes, dijo: “Deberían haberlo conocido mejor”.
Proverbios 17:17
En todo tiempo ama al amigo y es como un hermano en tiempos de angustia.

¿ERES TU,VECINO?

Lectura: Lucas 6:27-36.
"¿Y quién es mi prójimo?" Lucas 10:29
Un aficionado a la vela que estaba navegando por el Caribe, a más de 6 mil kilómetros de casa, perdió su mástil en una tormenta. Había estado a la deriva por dos días y en aguas con olas de 6 metros cuando alguien recibió su desesperado llamado de auxilio. Según el servicio de noticias de Ananova, 90 minutos después fue rescatado por el capitán de un transatlántico de 105 mil toneladas métricas.
Sólo cuando le sacaron del agua el marinero rescatado descubrió que el capitán que había respondido a su llamado pidiendo ayuda era un vecino de su aldea, Warsash, en Hampshire. El hombre rescatado preguntó más tarde: «¿Cuáles son las probabilidades de que alguien sea rescatado en medio de la nada por su vecino?»
Jesús veía al prójimo en lugares inverosímiles. Cuando un experto en la ley judía Le preguntó que definiera al prójimo que hemos de amar, Jesús trazó un gran círculo. Contó la historia de un misericordioso samaritano para mostrar que un vecino es el amigo, un extraño, o el enemigo que necesita la ayuda que podamos dar (Lucas 10).
Para distinguirnos como pueblo de Jesús, tenemos que mostrarles amabilidad incluso a aquellos que nos desean mal (Lucas 6:32-34). Sólo entonces reflejaremos el corazón de Aquel que, mientras todavía éramos Sus enemigos, pagó el precio final para venir a nuestro rescate.
Nuestro amor por Cristo es sólo tan real como nuestro amor por nuestro prójimo.

«NO DEBO DESOBEDECER A MI MAESTRA»

Con mala ortografía y torpe letra el chico comenzó a escribir. Evidentemente el muchacho era rebelde e indisciplinado. Como castigo, la maestra le había asignado una tarea especial. Debía escribir, 300 veces, la frase: «No debo desobedecer a mi maestra.»

Se trataba de Jorge Licea, de origen mexicano. Estaba asistiendo a una escuela pública en la ciudad de Los Ángeles, California. Jorge escribió, y escribió, hasta el fin de la clase. Al día siguiente Jorge llegó temprano a la escuela, pero no se juntó con sus amigos. Estaba como confundido y melancólico.

Quieto y sombrío, se detuvo en la puerta de su aula y comenzó a llorar. Luego, ante el espanto de sus compañeros, sacó de su bolsillo un revólver, se lo puso a la sien y apretó el gatillo. Jorge Licea tenía diez años de edad.

Este caso conmovió a la gran ciudad. Terminada la investigación, se halló que la causa de la tragedia no era la tarea que la maestra le había dado. El castigo sólo hizo estallar una causa que era mucho más profunda que una simple tarea.

La causa, que procedía de la vida del muchacho, tenía que ver con su hogar. Allí estaba evidenciada la fórmula de siempre: pobreza, violencia, drogas, alcohol y maltrato. El niño vivía en un infierno. Con apenas diez años de edad, ya había aguantado todo lo que un ser humano es capaz de aguantar. Y como no vio salida alguna, optó por quitarse la vida.

Así es la vida de muchos niños y niñas en este mundo perdido y desviado en que vivimos. Quizá usted, mi querido joven, se encuentra en una situación parecida. Quizá la vida suya también sea un infierno. ¿Será eso todo lo que este mundo ofrece? La respuesta, positiva y categórica, es: «¡No!»

En cierta ocasión Jesucristo dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos» (Lucas 18:16). Cristo, el autor de la vida, tiene una compasión muy especial por todos los que sufren injustamente.

Permítanme una palabra a ustedes, padres. ¿Será el ambiente de su hogar uno que podría dar lugar a la confusión y al deterioro moral de sus hijos? Su hogar es el único albergue que ellos tienen, y la vida presente y futura de ellos será una copia exacta de lo que es el hogar suyo.

Invitemos a Cristo, queridos padres, a ser el Señor de nuestro hogar. Cuando él reina en el hogar, hay serenidad y madurez y juicio y paz. Sólo Cristo produce cordura y armonía. Él quiere salvar nuestro hogar. Permitámosle entrar.

Hermano Pablo