miércoles, 10 de noviembre de 2010

OPALO

Hay una piedra preciosa que algunas veces llaman el ópalo de la simpatía.Si viéramos uno de estos ópalos en el aparador de un joyero, preguntaríamos por qué estaba allí. Es opaco, sin lustre, y sin hermosura. Pero si lo colocamos por un instante en la mano, brillará exhibiendo todos los colores del arco iris. Necesita el calor de la mano humana para poder lucir su hermosura.

En el mundo hay muchas vidas que son sombrías, sin hermosura y sin cariño que están esperando el toque de una mano amiga y la simpatía de un corazón humano; esperan que las comuniquemos con Aquel que puede transformarlas hasta que brillen cual joyas en su corona eterna.

Oseas 11:4
Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor.

Juan 15:13
Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.


ABRAZO DE DIOS

Lectura: Romanos 12:3-11.
"Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros" Romanos 12:10
Después de que su familia partiera porque ya era tarde, Carolina comenzó a pensar que su habitación en el hospital debía ser el lugar más solitario del mundo. La noche había caído, los temores por causa de su enfermedad regresaban y ella sentía una abrumadora desesperación mientras yacía allí, sola.
Cerrando los ojos, comenzó a hablarle a Dios: «Oh Señor, sé que no estoy realmente sola. Estás aquí conmigo. Por favor, dale calma a mi corazón y dame paz. Haz que sienta Tus brazos a mi alrededor, sosteniéndome».
Mientras oraba, Carolina sintió que sus temores comenzaban a amainar. Y, cuando abrió los ojos, miró hacia arriba para encontrarse con los cálidos y chispeantes ojos de su amiga Margarita, que había extendido sus brazos para rodearla con un gran abrazo. Carolina sintió como si Dios mismo estuviese sosteniéndola fuertemente.
A menudo, Dios usa a otros creyentes para mostrarnos Su amor. «Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, […] teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, […] úsese» (Romanos 12:5-6). Servimos a los demás «conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo» (1 Pedro 4:11).
Cuando mostramos amor y compasión de maneras sencillas y prácticas, somos parte del ministerio de Dios a Su pueblo.
Mostramos nuestro amor a Dios cuando amamos a Su familia.

EL CORAZÓN DEL CIRUJANO

El quirófano estaba iluminado. Los médicos se veían muy diligentes y profesionales. Todo se hallaba pulcro y limpio, tal como debe estar cuando se hacen operaciones al corazón. Y el doctor Juan José Prieto, de Santiago de Chile, le estaba realizando una intervención quirúrgica a un paciente.

De repente, mientras explicaba todo el proceso operatorio, el cirujano sintió un vahido, seguido de un agudo dolor en el pecho, y se desmayó. El doctor Prieto había sido víctima de un infarto. Por suerte para él, lo atendieron de inmediato.

El caso del doctor Prieto comprueba que los médicos se enferman tanto como sus pacientes, y que padecen y soportan los mismos males físicos, morales y espirituales que cualquier ser humano.

El refrán «Médico, cúrate a ti mismo» es muy antiguo. Lo mencionó el Señor Jesucristo un día cuando estaba en la sinagoga de Nazaret. A los que se burlaban de él, les dijo: «Seguramente ustedes me van a citar el proverbio: “¡Médico, cúrate a ti mismo! Haz aquí en tu tierra lo que hemos oído que hiciste en Capernaúm”» (Lucas 4:23).

Jesús había sido criado en Nazaret. Desde niño lo habían visto en esa ciudad, y la gente pensaba que él pretendía ser un maestro entre ellos. Se burlaban de Jesús porque eran incrédulos y obstinados. De ahí las palabras de sarcasmo: «¡Médico, cúrate a ti mismo!»

Pero a las palabras de este refrán se les puede dar otra aplicación, no en sentido de burla sino en la forma más literal posible. Como ejemplos tenemos al profesor que les aconseja a sus estudiantes a proceder de cierta manera, mientras que él hace lo opuesto; al policía que le aplica a algunos la ley al pie de la letra, mientras que a otros —los que tienen con qué «comprarlo»—, les concede toda la libertad que desean; y al padre que demanda de su hijo absoluta rectitud y moralidad, mientras que él mismo le es infiel a su esposa, que es la madre de ese hijo. En esos casos no hay duda de que cabe la sentencia: «¡Médico, cúrate a ti mismo!»

Las exigencias que les imponemos a otros ¿las cumplimos nosotros? Si sabemos lo que es bueno, sano y recto, debemos poder hacerlo. No es posible seguir ejemplos que no existen. Con Cristo en el corazón somos como el médico que obedece lo que él mismo aconseja. El Señor da la motivación y la fuerza. Entreguémosle nuestro corazón a Cristo, y Él nos dará una vida nueva.

Hermano Pablo