sábado, 27 de febrero de 2010

KAROSHI

Los monos macacos japoneses trabajan duro solo para sobrevivir en su frío hábitat. Deben trepar montañas altas a menudo para conseguir comida. Sin embargo, toman frecuentes descansos, se renuevan a sí mismos, y hasta pasean un poco. Parecen tener un conocimiento innato de que trabajar mucho sin detenerse a jugar los lleva a estar exhaustos, y quizá a la extinción.
A diferencia de los monos, muchos trabajadores japoneses han trabajado sin descanso hasta morir. Las ansias por un buen rendimiento -demostrado no solo por el interés en la producción, sino también por las horas dedicadas- impregnan su cultura. Este síndrome trágico se ha convertido en algo tan conocido que tiene su propio nombre: karoshi.
Es triste que las actividades de los monos parecieran tener más sentido que las actividades humanas. Como a los monos, a los humanos nos han inculcado ciertos instintos que nos dicen lo que nuestros cuerpos, mentes y espíritus necesitan. Coman cuando les baja el azúcar, duerman cuando están cansados, busquen la calma cuando el ruido del mundo les moleste mucho, y así en todas nuestras necesidades.
No se mate tratando de ser la estrella en el trabajo. En vez de eso tómese su tiempo de descanso y cómase una banana.
Aprender a dejar algunas cosas sin hacer es en verdad satisfactorio.
Salmo 127:2
Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño.

TIEMPOS DE QUIETD

Lectura: Salmo 23:1-3; Marcos 6:30-32.
"Estad quietos, y conoced que yo soy Dios" Salmo 46:10
Mi amiga María me contó que siempre había valorado los momentos que pasaba pescando con su padre. Como no soy una aficionada a la pesca, me entró curiosidad por saber qué era lo que ella encontraba tan bonito. «Simplemente me gusta estar con mi padre» —dijo. «¿Entonces sólo pescáis y habláis?» —le pregunté. «Oh, no, en realidad no hablamos —me dijo. Sólo pescamos».
No era la conversación, era la compañía.
¿Alguna vez te has puesto a pensar cuánto tiempo pasamos hablando? Generalmente, en lo que nos gusta llamar nuestro «tiempo de quietud» con Dios, llenamos todo silencio con nuestras oraciones. ¿Pero acaso alguna vez practicamos simplemente estar «quietos»?
Dios dijo: «Estad quietos, y conoced que yo soy Dios» (Salmo 46:10). Cuando Jesús notó que los discípulos estaban tan ocupados que ni siquiera tenían tiempo para comer, les dijo: «Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco» (Marcos 6:31). Cuando dejamos atrás las distracciones de la vida, podemos descansar con mayor facilidad y volver a centrarnos en Dios.
¿Estás permitiendo que los momentos de quietud a solas con Dios sean parte de tu vida? ¿Deseas que Él restaure tu alma? (Salmo 23:1-3). Permítele que te enseñe cómo «estar quieto». Y escucha cuando Jesús te invita: «Ven aparte conmigo y descansa un poco».
Los tiempos de quietud con Dios acumulan energía y poder para emergencias futuras.

«¡FÍJATE EN LA HORMIGA!»

El desierto ardía como horno encendido. El sol llameante calcinaba la tierra, y fuertes vientos levantaban olas de arena que ennegrecían el cielo.

En medio del calor una caravana, que cruzaba el Sahara, se vio de pronto rodeada de negras nubes y debió buscar refugio donde lo hubiera. Pasado el simún, la caravana, larga y abatida, miró atentamente al cielo, y con paso firme regresó al rumbo que había perdido.

No eran personas ni eran camellos. Eran hormigas. Hormigas que con sólo mirar a las estrellas sabían cómo encontrar su ruta.

Las hormigas del Sahara tienen un maravilloso instinto de dirección. Si se desvían, con sólo mirar las estrellas vuelven a encontrar su rumbo.

El Dr. Rudiger Wehner, de la Universidad de Zurich, Suiza, lo explicó así: «Esta hormiga, al levantar su mirada a las estrellas, puede ver patrones de luz polarizada. Eso le basta para conducirse a través de la larga travesía.»

La Biblia también habla acerca de la hormiga. En el libro de los Proverbios dice: «¡Fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo que hace, y adquiere sabiduría» (Proverbios 6:6). La hormiga sabe, por instinto, interpretar las señales de los cielos. Sabe dirigirse a través de vastos desiertos sin perder la dirección. Labora todos los días de su vida y siempre está a la expectativa de algo nuevo. Nunca deja de actuar, nunca deja de trabajar, nunca deja de producir, pase lo que pase.

¿Qué le da ese ánimo? ¿Cómo es que nunca se da por vencida? La respuesta es una lección para todos nosotros. La hormiga se sujeta a leyes. En el caso de la hormiga, esas leyes forman parte de su instinto natural, y sin embargo son leyes. Ahí, precisamente, está la lección.

Muchos en este mundo, incluso algunos llamados sabios, no saben que el verdadero triunfo en la vida, incluyendo el dominio propio, consiste en vivir dentro de los parámetros de las leyes morales de Dios.

Todos los problemas personales y colectivos del ser humano vienen por no reconocer y someterse a los mandamientos morales y espirituales de Dios. Cuando ignora las leyes divinas, se encuentra sin brújula en medio de un desierto de confusiones. Es entonces que se da a las drogas, al alcohol y a la vida desenfrenada, y termina al fin deseando suicidarse.

Regresemos al consejo del proverbista: «¡Fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo que hace, y adquiere sabiduría.»

Hermano Pablo