jueves, 5 de marzo de 2009

POCO TIEMPO PARA TRABAJAR

Poco tiempo para trabajar


Mientras sea de día, tenemos que llevar a cabo la obra del que me envió.
Viene la noche cuando nadie puede trabajar


Juan 9:4


Cuenta el fabulista Esopo que durante los rigores del invierno, cuando los granos suelen humedecerse, sacaba una hormiga sus mieses reservadas al sol. Una cigarra hambrienta le pidió limosna y la hormiga negándosela, le dijo:

-¿Por qué en el verano no haces reservas como yo?
- No creas que estaba ociosa -repuso la cigarra-. Pero como era verano, tenía que cantar.
- Pues hija, la que en verano canta que baile en el invierno.

El tiempo transcurre velozmente y cada segundo nos trae una nueva oportunidad de servir a Dios y a los demás.

Lamentablemente, son muchas las personas que están d ejando escapar los últimos suspiros de su vida sin haber realizado algo de valor en beneficio de otros.

Muchos son los que se consideran incapaces de realizar alguna tarea útil. Sin embargo, ninguna tarea es tan insignificante que no pueda servir de bendición cuando la realizamos con amor y disponibilidad. Otros se la pasan planeando, deseando hacer algo; pero se paralizan frente al obstáculo más insignificante.

Dios tuvo un propósito al crearnos y nos ha dotado de habilidades y talentos; y, aún más, nos ha dado dones y ministerios para usarnos en la edificación de su iglesia.

Les insto a decir no a la inactividad y dejar que Dios les use como instrumento, en el tiempo preciso de Él. Se sorprenderá cuando descubra que el servicio a Dios y al prójimo proporciona satisfacción y felicidad. Y el tiempo invertido será el más valioso de su vida.

Entrega a Dios lo poco que tiene y puede hacer.
Lo poco resulta ser mucho e n Sus manos

Enviado por: Taty

EL SÍMBOLO DEL PESCADO

“Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado á mí, y yo al mundo” Gálatas 6:14

Es muy común hoy en día ver el símbolo del pescado en calcomanías, placas de autos, etc. Sin embargo, no todos conocen el significado histórico que este encierra.


En los primeros siglos de nuestra era, los cristianos fueron perseguidos primero por la religión judía, de la cual procedían y luego por la Roma Imperial que se ensañó contra la nueva secta religiosa. La persecución se dio durante el reinado de varios de los emperadores entre los cuales destaca el de Nerón por su crueldad contra los cristianos. Era pues esta, una época en la cual no era muy sabio para un creyente en Cristo proclamar su fe abiertamente.

En muchas ocasiones tenían que vivir su fe de forma secreta, de hecho las reuniones de cristianos para rendir culto a Dios se llegaron a realizar en lugares secretos y hasta en cuevas. Obviamente, en el momento que se les demandaba dar razón de su fe, lo hacían con valentía y prueba de ello son la cantidad de mártires de esa época, pero muchos trabajaron en la clandestinidad.

En griego, (el idioma en el cual fue escrito el Nuevo Testamento), las iniciales de la frase: Jesús Cristo Hijo de Dios Salvador, formaban la palabra PESCADO.

Se dice pues, que cuando un cristiano quería identificarse con otro que podría ser de su misma fe, formaba el símbolo del pescadito en la arena, llegando a ser algo así como un símbolo de identificación secreto conocido sólo por los cristianos.

En la actualidad tenemos la libertad de identificarnos como cristianos con la utilización de este y otros símbolos, de los cuales el principal es la Cruz, de la cual Pablo dice que es el símbolo del sacrificio redentor en el cual nos gloriamos “Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado á mí, y yo al mundo” Gálatas 6:14).

Sin embargo debemos recordar que ningún símbolo externo debe ser objeto de un respeto desmedido como para se vuelva un acto de superstición o idolatría. Estos símbolos simplemente nos recuerdan el verdadero y único merecedor de nuestra adoración: Jesucristo nuestro Señor y Salvador.

¡Dios les bendiga!
Amén
Un Nuevo Pacto.

EL TESORO ESCONDIDO

elDon Julio Gómez Arbizú hacía un viaje a caballo por el campo. Al ocultarse el sol, pidió posada en una casa que estaba a la vera del camino. La casa tenía aspecto de pobreza. No había muebles, y la alimentación era escasa. Todo daba la impresión de suma indigencia.

La señora de la casa era joven, y sin embargo en su rostro se veían las huellas de una vida llena de sinsabores. No era de extrañarse. Su esposo era un borracho empedernido que la maltrataba una y otra vez.

Mientras el visitante miraba el aspecto de aquel hogar, vio una vieja y olvidada Biblia que estaba en un rincón. Al despedirse, le dijo a la familia: «Hay en esta casa un tesoro que los puede hacer ricos.»

Después que el forastero partió, los dueños de la casa comenzaron a buscar lo que a su juicio tendría que ser una joya o una vasija llena de oro. Hasta hicieron hoyos en el piso, pero todo sin resultado.

Un día la señora levantó la Biblia olvidada, y encontró escrita en la guarda esta nota: «Lea Salmo 119:72.» En ese pasaje de los Salmos encontró la siguiente afirmación: «Para mí es más valiosa tu enseñanza que millares de monedas de oro y plata.» La señora, recordando las palabras del visitante, se preguntó: «¿Será éste el tesoro del que habló el forastero?»

Así que le comunicó al resto de la familia lo que pensaba, y empezaron a leer la Biblia. Con eso, un gran milagro comenzó a efectuarse. El borracho se convirtió en un hombre trabajador. El color volvió a las mejillas de la señora. La armonía desplazó el resentimiento, y la felicidad retornó al hogar.

Cuando el forastero visitó de nuevo la casa, había desaparecido de ella todo indicio de tristeza. En su lugar reinaba la paz. Con el corazón rebosante de gratitud, la familia le dijo: «Encontramos el tesoro, que se ha convertido en todo lo que usted nos dijo.»

Lo cierto es que la Biblia es el Libro por excelencia. Produce resultados positivos en la vida de quienes lo estudian con fe y con devoción.

¿Con cuánta frecuencia leemos nosotros la Biblia? ¿Hemos leído la historia de Abraham? ¿Hemos experimentado la satisfacción que produce la lectura de los Salmos? ¿Hemos seguido la vida de Cristo? Si no hemos leído la Biblia, hemos hecho caso omiso del mensaje más importante para nuestra vida.

Leamos la Biblia. En ella encontraremos tesoros que cambiarán nuestra vida. Leámosla con sinceridad y fe. Dios, mediante su Santa Palabra, quiere hablarnos. Leamos ese tesoro que hace rico a todo el que lo descubre.

Hermano Pablo.