viernes, 10 de junio de 2011

SALVAMENTO EN EL MAR

La tempestad era espantosa, con vientos de 120 kilómetros por hora, y rachas que llegaban a los 170. El pesquero ruso «Briz», de seis mil toneladas, se anegaba en las aguas del mar del Norte.

Cuando el capitán Sverdlovsk, del pesquero ruso, vio que su nave se hundía, irradió una llamada de auxilio, y un remolcador holandés, el «Carlot», acudió en su ayuda. Pero el salvamento se hacía casi imposible. Era como si toda la furia de los vientos y las inmensas olas del mar se hubieran propuesto no permitir el rescate de ninguno de los cincuenta y seis marineros a bordo del «Briz».

Después de algún tiempo de tratar de ejecutar el salvamento y de agotar todos los recursos sin poder transferir a un solo hombre, el capitán del remolcador «Carlot», André Ruyg, de cuarenta y dos años de edad y creyente en Dios, hizo lo que para un capitán era insólito. Pidió ayuda divina: «¡Dios mío —rogó—, ayúdanos! Sólo tú puedes calmar este vendaval.»

De repente los vientos comenzaron a calmarse y las inmensas olas perdieron su furia. El salvamento pudo llevarse a cabo, y aunque el pesquero «Briz» se hundió, no pereció ninguno de los marineros.

Las batallas del hombre contra el mar tienen siempre acentos épicos. ¡Es tan grande el océano y son tan pequeños los barcos! ¡Son tan altas las olas y tan frágiles los cascos! Por eso el marinero sabe clamar a Dios, y al igual que en aquella célebre tormenta en el mar de Galilea de dos mil años atrás, Jesús viene en auxilio caminando sobre las olas.

Aprendamos a orar. No es cuestión de aprender ciertos rezos ni oraciones redactadas de cierto modo, sino de establecer una relación permanente con Dios. Practiquemos la presencia de Dios. Vivamos con la línea de comunicación abierta. Que nunca haya un momento en que no estemos en contacto con Dios.

Si no tenemos una relación con Dios, entablemos una sin demora. Si hemos cortado la relación que teníamos, comencemos desde este momento a restablecerla. Así, pase lo que pase, en medio del dolor podremos clamar con la seguridad de que Dios nos está escuchando.

Jesucristo desea ayudarnos en todas las tragedias de la vida. Él puede reprender los vientos y calmar las olas. Lo único que tenemos que hacer es expresarle nuestro temor y esperar con fe en la respuesta. Cristo dijo: «»Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre» (Mateo 7:7‑8).

Hermano Pablo

CRITERIO PARA ELEGIR


Hace un tiempo atrás me llamó la atención el comentario que hizo una mujer acerca de cómo les había enseñado a sus hijos a elegir. Según su criterio, los niños debían “separar para luego elegir”. Usted se preguntará cuál tendría que ser el criterio del niño para separar; muy simple, ella argumentó que debían separar según “sus propios gustos”. Por ejemplo, sus hijos estaban autorizados para mirar por la noche un programa popular de televisión –con contenido poco adecuado para menores de edad– y ellos podían cambiar la señal televisiva sólo cuando algo del programa no les gustara. También debían hacer lo mismo con los alimentos, es decir, si algo no les gustaba, podían dejar el plato de comida, aunque éste estuviera servido sobre la mesa.

Seguramente esta mujer desea lo mejor pa ra sus hijos y anhela que puedan vivir libremente, pero debemos decir que ese criterio de enseñanza, “separar –según los gustos– para luego elegir”, no conduce a la verdadera libertad. Esto no significa que se deban eclipsar los gustos, sino que es necesario establecer un cimiento sólido que les dé a los niños argumentos a la hora de elegir.

Como cristianos creemos que ese criterio es la Palabra de Dios.

La Biblia nos habla de instruir al niño en el camino correcto: “Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará” (Pr 22:6, NVI). Cada día Dios nos da una oportunidad para construir con nuestros niños una pequeña parte del fundamento sólido que los sostendrá en el momento de las elecciones. Esto requiere tiempo y compromiso. Una oración, un devocional compartido, una pequeña enseñanza bíblica a través de ejemplos simples y cotidianos, una acción conjunta para beneficiar a otros o las respuestas a sus inquietudes –a la lu z de la Palabra de Dios–, pueden ser valiosas rocas que les ayudarán a construir ese fundamento.

Jesús les dedicaba tiempo. “Dejen que los niños vengan a mí, y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de quienes son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el reino de Dios como un niño, de ninguna manera entrará en él” (Lucas 18:16-17, NVI). El corazón de un niño recibe la Palabra de Dios con amor, simpleza y sin demasiados planteos, porque les da seguridad y firmeza, los ayuda a construir argumentos y los protege de la indefensión en la que muchos de ellos viven.

A diferencia del criterio de los gustos, los valores del Reino de Dios les dan a los niños confianza para saber qué es lo que conviene y lo que no. “Todo está permitido, pero no todo es provechoso. Todo está permitido, pero no todo es constructivo” (1 Corintios 10:23, NVI).

¿Con qué criterio les estamos enseñando a nuestros niños a elegir? Es importante que nos detengamos a pensar en esto, pues ellos necesitan crecer con solidez.
Patricia Götz

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina

www.iglesialatina.org
PCG

EL VALOR DE LAS PALABRAS

"Cuenta la historia que en cierta ocasión, un sabio maestro se dirigía a su atento auditorio dando valiosas lecciones sobre el poder sagrado de la palabra, y el influjo que ella ejerce en nuestra vida y la de los demás.

- "Lo que usted dice no tiene ningún valor"- lo interpeló un señor que se encontraba en el auditorio.

El maestro le escuchó con mucha atención y tan pronto terminó la frase, le gritó con fuerza:
- "¡¡Cállate y siéntate, estúpido idiota!!".

Ante el asombro de la gente , el aludido se llenó de furia, soltó varias imprecaciones y, cuando estaba fuera de sí, el maestro alzó la voz y le dijo:

- "Perdone caballero, le he ofendido y le pido perdón; acepte mis sinceras excusas y sepa que rewseto su opinión, aunque estemos en desacuerdo".

El señor se calmó y le dijo al maestro:

- "Le entiendo, y también pido disculpas y acepto que la diferencia de opiniones no debe servir para pelear, sino para mirar otras opciones".

El maestro le sonrió y le dijo:

- "Perdone usted que haya sido de esta manera, pero así hemos visto todos del modo más claro, el gran poder de las palabras, con unas pocas palabras le exalté y con otras pocas le calmé".

Las palabras no se las lleva el viento, las palabras dejan huella, tienen poder e influyen positiva o negativamente. . .

Las palabras curan o hieren a una persona. Por eso mismo, los griegos decían que la palabra era divina y los filósofos elogiaban el silencio. (Puedo entender porque...)

Piensa en esto y cuida tus pensamientos, porque ellos se convierten en palabras, y cuida tus palabras, porque ellas marcan tu destino.

Medita sabiamente para saber cuándo y cómo hay que comunicarse y cuándo el silencio es el mejor regalo para ti y para los que amas.

Eres sabio si sabes cuándo hablar y cuándo callar.

Piensa muy bien antes de hablar, cálmate cuando estés airado o resentido, y habla sólo cuando estés en paz.

Recuerda que las palabras tienen poder y que el viento nunca se las lleva.

Las palabras encierran una energía que bien puede ser positiva o negativa.

Recuerda: "Una cometa se puede recoger después de echarla a volar, pero las palabras jamás se podrán recoger una vez que han salido de nuestra boca"

NO ES JUSTO

Lectura: Salmo 103:1-10.
"No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados" Salmo 103:10
«¡No es justo!» Ya sea que lo hayas dicho o que, al menos, lo hayas pensado, debes admitir que es difícil ver que alguien se sale con la suya y no recibe lo que merece. Esto lo aprendemos desde niños. Sólo hay que preguntarles a padres de adolescentes. Los chicos odian que a los hermanos no se los castigue por cosas por las que ellos recibieron una zurra. Por eso, siempre están chismorreando lo que hacen unos u otros. Pero, en realidad, nunca cambiamos. A nuestro modo de pensar, justicia significa que los pecadores merecen la ira de Dios y que nosotros, los buenos, merecemos Sus elogios.
Sin embargo, si Dios fuera sólo «justo», ¡todos seríamos consumidos por Su juicio! Podemos dar gracias por esto: «[Dios] no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades» (Salmo 103:10). Deberíamos estar contentos, no malhumorados, de que Él prefiere la misericordia más que la justicia, y está dispuesto a extender Su gracia aun a aquellos que no la merecen y que están perdidos sin esperanza. Y, mientras pensamos en esto, ¿cuándo fue la última vez que permitimos que la misericordia triunfara sobre la justicia con respecto a alguien que nos ofendió?
No es la justicia de Dios, sino Su misericordia lo que hace que Él nos busque, para que haya fiesta en el cielo cuando somos hallados (Lucas 15:7). Personalmente, ¡estoy agradecido de que Dios no haya sido «justo» conmigo! Y tú, ¿qué piensas?
Podemos ser misericordiosos con los demás porque Dios lo ha sido con nosotros.