Una noche su auto fue detenido y él fue matado a golpes. Sus asesinos tomaron su Biblia y la empaparon con su sangre. Su hijo de doce años logró escapar de esa horrible masacre.
Algunos años más tarde, durante una reunión, la esposa de Benjamín y su hijo dieron un testimonio de su prueba y de los consuelos que el Señor les había prodigado. Terminaron cantando un cántico que empieza con: “Padre, perdónalos”. Los oyentes escuchaban con emoción. Algunas personas pidieron que se orara por ellas. Entre éstas, un hombre vacilaba y parecía atormentado.
Finalmente dijo: –Necesito a su Jesús. Necesito perdón… yo formaba parte de aquellos que mataron a su marido…Más tarde la viuda contó: –Asustada, me puse a temblar. ¿Qué hacer? Pero el Señor me inspiró. Abracé al asesino y le dije: –Te perdono, como Jesús nos perdonó. Ahora eres mi hermano.
Podemos admirar la reacción de esa cristiana. Verdaderamente siguió de cerca el ejemplo del Señor. Pero estamos aún más maravillados cuando pensamos en las palabras de Jesús en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
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