sábado, 29 de agosto de 2009
LA AUDIENCIA A UNA SOLA PERSONA
“[Jesús] se despojó a Sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” Filipenses 2:7
Cuando trabajaba como un joven reportero para la revista Campus Life (Vida Universitaria), mi asistente tenía una placa sobre su escritorio con este poema de dos líneas: Sólo una vida, pronto pasará. Sólo lo hecho para Cristo durará.
Cada vez que leía esa placa me quedaba helado. Aunque creía en la verdad que ésta contenía, ¿cómo podía ponerla en práctica? ¿Cómo debe mi fe en el mundo invisible afectar mi vida día a día en el mundo visible?
Según Jesús, lo que importa es lo que Dios piensa de nosotros, no lo que demás piensen. Jesús nos instruyó a orar en una habitación cerrada, donde nadie pudiera vernos, en vez de hacerlo en algún lugar público donde pudiéramos recibir el crédito por ser espirituales (Mateo 6:6). En otras palabras, vive para Dios y no para los demás.
¿Pedimos a gritos atención y reconocimiento por nuestros éxitos? Jesús nos invita a abandonar esa lucha competitiva, a confiar en que la opinión que Dios tiene de nosotros es la única que cuenta al final.
¿De qué manera serían nuestras vidas diferentes si verdaderamente tocáramos para una audiencia de una sola persona? Ciertamente nuestro sentido del ego y la rivalidad se marchitarían, porque ya no necesitaríamos preocuparnos por probarnos ante los demás. En vez de ello, nos concentraríamos en agradar a Dios viviendo de una manera que atraería a las personas a Jesús.
Cristo se ve con mayor claridad cuando permanecemos al fondo.
HOY..SERE RECOMPENSADO EN PUBLICO
Mateo 6:17-18
La mejor recompensa es la que da el Padre celestial . Él como un buen Padre sabe y quiere recompensar a sus hijos. Sus recompensas son públicas. Él me pide que ore, que ayune y que sea misericordioso con el necesitado, pero que todo eso lo haga en secreto y él, quien ve en lo secreto me recompensará en público su recompensa se traduce no en regalos, sino en fruto que se puede ver y palpar.
Cuando paso tiempo con el Señor. Cuando me acerco a él en secreto y luego salgo de su presencia los demás notarán un cambio. La Biblia habla de Moisés, cuando descendió de hablar con Dios su rostro resplandecía y el pueblo lo observaba. Esta descripción de Moisés con un velo sobre su rostro es pertinente para nuestra vida. Con el tiempo, la comunión estrecha y constante con Dios se hará visible para los demás.
Moisés no sabía que su rostro brillaba y tampoco nosotros estaremos conscientes de la luz de Dios que se desprenderá de nosotros; pero está luz hará que sea más profunda la impresión que dé como vaso de barro. La impresión que se desprende de la comunión secreta con el Padre hará que unos se sientan cómodos y otrosincómodos.
Su recompensa es pública, porque el deseo de Dios es demostrar su poder y su misericordia para el necesitado y el sufrido y él quiere usarnos como sus vasos y canales. Hoy, por lo tanto además de cerrar la puerta y estar en secreto con él, estaré consciente al abrir la puerta, lo que compartí con el Padre en Secreto se manifestará en respuesta en público. Cuando esto acontezca con humildad regresaré al aposento para entregarle a él de vuelta lo que él me ha permitido ver y palpar.
Lo más importante para mi hoy es cerrar la puerta y cuando la abra la recompensa será automática, porque es la manera como tu operas. Se que las recompensas no son para mi, sino de beneficio para otros. Amen.
EL MAYOR PELIGRO
Pero ningún ser humano puede salvarse a sí mismo, por más que se esfuerce. Los pecados son un invencible impedimento para salvarse y evitar la perdición eterna. Entonces, ¿existe la posibilidad de ser salvos?
Sí, y sólo de una manera. Se halla única y exclusivamente en Aquel que vino para salvar a “su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21), y de quien la Escritura dice: “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). Y “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Jesucristo, el Hijo de Dios, es el Salvador. Dios lo envió a la tierra para que muriera en la cruz, a fin de que “todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Quien lo rechaza está perdido para siempre. Él mismo dijo a los judíos de su tiempo:
“Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan 8:24).
Tomado de La Buena Semilla.
¿A CUÁL GENERAL VAMOS A SEGUIR?
El General Tsao Tsao iba delante de su cansado regimiento de soldados. La marcha era larga y sólo él iba a caballo. Los soldados estaban desalentados y tenían mucha sed debido al intenso calor que los agobiaba. De repente el general, divisando el panorama desde lo alto de su montura, les dijo: «Puedo ver un frondoso jardín con una fuente de agua y frutas en abundancia.» Con esto los hombres recobraron el ánimo y aligeraron el paso; pero transcurrió una hora sin que llegaran al anunciado jardín. La verdad era que no había ningún jardín. Se habían dejado engañar, y terminaron más desconsolados y sedientos que nunca. Su general los había engañado.
Esta anécdota la cuenta la señora Chang Kai-Chek en su libro titulado Hablando con Dios. La pregunta que muchos se harán acerca de la conducta del general es: A la hora de la verdad, ¿qué importó que engañara a sus soldados con tal de lograr los objetivos que perseguía? ¿Acaso el fin no justifica los medios?
La respuesta la encierra la pregunta misma, que da por sentado que habrá una «hora de la verdad». Con sólo decir: «A la hora de la verdad», reconocemos el hecho de que tarde o temprano se sabe si algo es verdad o mentira. Y todos estamos conscientes de que sólo el ingenuo se deja engañar la segunda vez por la misma persona. Por eso se dice: «Si me engañas una vez: ¡qué vergüenza la tuya! Si me engañas dos veces: ¡qué vergüenza la mía!»
Esta vida es una marcha que a veces se vuelve larga y forzosa; nosotros somos los soldados bajo las órdenes de un general. Pero a diferencia de los soldados de Tsao Tsao, nosotros no tenemos que seguir forzosamente a ningún general, sino que podemos escoger a qué general vamos a seguir. Sin embargo, hay sólo dos generales a los que podemos seguir; el uno digno de confianza y el otro no. El uno es Dios; el otro es el diablo.
Ahora bien, Dios nos creó con libre albedrío para decidir a cuál de los dos seguir: a su Hijo Jesucristo, o a su archienemigo Satanás. Cristo dice la verdad porque Él es la verdad misma. En cambio, el diablo miente porque no puede hacer otra cosa que mentir. Cristo mismo lo califica de «padre de la mentira», que «cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso».1
En vez de seguir al general que nos promete un oasis en este mundo, y a la hora de la verdad nos conduce a ese desierto que es el infierno, ¿por qué no seguir al que nos advierte que este mundo es un desierto en el que sufriremos aflicciones,2 y a la hora de la verdad nos conduce a ese oasis que es el cielo? De hacerlo así, no tendremos que pasar la vergüenza y el horror de ser engañados dos veces por el enemigo de nuestra alma.
Por Carlos Rey