viernes, 8 de octubre de 2010

DEVUÉLVASE AL REMITENTE

Era un paquete de correo: un paquete común, de menos de un kilo de peso. Lo había llevado al correo de Bagdad, Irak, Khay Ranahjet, un joven de veinticuatro años de edad. Se lo estaba enviando a una persona de la misma ciudad.

Al llevar Khay, varios días después, una carta al correo, encontró ese mismo paquete en su buzón. Tenía impreso un sello de correo que decía: «Franqueo insuficiente. Devuélvase al remitente.»

Lo que el joven olvidó en el azoramiento era que él mismo había colocado dentro del paquete una bomba de tiempo. Al abrirlo, la bomba explotó en sus manos, matándolo en el instante.

Hay una ley natural que se llama el efecto bumerán. Algo que se lanza al aire hace un gran círculo y vuelve al mismo lugar de donde partió. Los indígenas australianos inventaron esta arma, y son expertos en su uso.

En el orden moral de las cosas opera la misma ley. Una calumnia que se lanza al aire da una gran vuelta entre la gente y a la larga vuelve a la persona que la lanzó. Esto ocurre con cada maldad humana: da una gran vuelta en el tiempo y en la humanidad, hace su daño inevitable, y al final regresa con fuerza arrolladora en contra del que la perpetró.

Dios ha puesto sobre cada pecado humano el mismo sello: «Devuélvase al remitente.» Y el remitente de cada mentira, de cada calumnia, de cada difamación, de cada deshonra, de cada robo, de cada adulterio y de cada homicidio recibe de vuelta con creces gigantescas el mismo agravio que impartió.

Dios podría hasta alejarse totalmente de este universo, y sin embargo el hombre, sin esa presencia divina, seguiría sufriendo las consecuencias de su pecado. Esto se debe a que el pecado en sí se convierte en su propio castigo.

«No se engañen —dice el apóstol Pablo, el doctor del cristianismo—: de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7).

¿Habrá manera de neutralizar el efecto bumerán? No, pero lo que sí hace Dios es darle al pecador una oportunidad de arrepentirse. Cuando el culpable recibe el perdón de Cristo, recibe un nuevo corazón, y sus obras cambian, junto con las consecuencias. Cristo regenera al pecador, borra sus pecados y le da vida eterna. Este es el milagro del Evangelio de Cristo.

Hermano Pablo

CONFIAR A DIOS LO IMPSIBLE

La doctora Amanda Whitworth se sentía frustrada, su auto era el noveno en una fila que subía muy despacio una colina debido a un camión que iba muy lentamente, y ella estaba apurada. Su último paciente había necesitado más atención de a requerida normalmente para los exámenes y se le había hecho tarde para recoger a su hija de la escuela.

Ahora susurraba una oración No volveré a llegar tarde y como sería la tercera vez que sucedía y la escuela no les permite tardanzas a sus padres, tendría que hacer arreglos para el cuidado de Allie por las tardes.

En silencio, Amanda protestaba por la lentitud del camión. Nadie se atrevía a pasarlo en la larga cuesta, ya que era imposible ver los autos que venían en dirección contraria. De repente, el chofer del camión movió su mano indicando que no venía ningún auto de frente.

Mientras Amanda pasaba por el lado del camión, pensó en que ese hombre era un extraño y nueve personas confiaban sus vidas y las de sus familias a él.

¡Qué representación tan tremenda de cómo hacemos todo lo que podemos hacer, y luego debemos confiar hasta el mínimo detalle de nuestras vidas al cuidado de Dios, que es un amante Padre Celestial!.

¡Y cómo nos consuela saber que Él siempre ve todo lo que tenemos por delante!

Mi trabajo es preocuparme por lo posible y confiar a Dios lo imposible.

Salmo 9:10
En ti confiarán los que conocen tu nombre, por cuanto tú, oh Señor, no desamparaste a los que te buscaron.

YA HE ESTADO ALLI

Lectura: Juan 21:1-14.
"Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias" Juan 21:1
A la leyenda del béisbol Yogi Berra se le conoce por sus ocurrencias a menudo repetidas, tales como «no ha terminado hasta que haya terminado» y «¡parece que ya he estado allí antes!»
Me pregunto si los discípulos sintieron que ya habían estado allí antes cuando vieron a Jesús de pie junto a la orilla (Juan 21). Desalentados, distraídos y preocupados por sus propias necesidades, a la sombra de la negación de Pedro y de cómo habían abandonado a Jesús, habían dejado su llamamiento de seguir a Su Señor y retornaron a su antigua ocupación, la pesca.
Luego, después de una infructuosa noche de pesca, una voz desde la orilla les dio una orden: «Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis» (Juan 21:6). Cuando lo hicieron, las redes estaban tan llenas que no podían sacarlas. Sin duda alguna, sus mentes volaron hacia su primer encuentro con Jesús, cuando Él se les apareció a la «orilla» de sus carreras y, después de otra pesca milagrosa, les llamó a dejar sus redes y seguirle (Lucas 5:1-11).
Al igual que los discípulos, tal vez queramos regresar a nuestras antiguas vidas cuando nos desalentamos en nuestro caminar con Jesús. Pero luego el Señor vuelve a aparecérsenos a la orilla de nuestras vidas para darnos perdón y llevarnos de vuelta a aquellos momentos en los que nos llamó por primera vez.
¡Es como si ya hubiéramos estado allí antes!
Jesús nos llama a seguirle; y repite Su llamado siempre que es necesario.