miércoles, 29 de agosto de 2012

Dar from johanso

SEPARACIÓN ENTRE IGLESIA Y ESTADO

El juicio estaba llegando a su fin. Toda la evidencia pesaba en contra del acusado. La sentencia de muerte sin duda caería sobre Carlos Chambers. Había matado a una mujer de setenta años para robarle. Seguramente lo condenarían a la cámara de gas.
El fiscal, a fin de reafirmar su tesis, tuvo la ocurrencia de citar la Biblia: «Dios dice que el que derrama sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada.»
Ante esto el abogado defensor pidió que se anulara la sentencia, y el juez se vio obligado a conceder la petición. La ley dictaba que no se podía citar la Biblia para acusar a un hombre. Esto se debía a que en ese país había estricta separación entre Iglesia y Estado. Así que por referirse a la Biblia, el fiscal perdió su caso.
He aquí un caso interesante. Sucede en un país donde ocurren toda clase de argucias jurídicas extrañas, y se presta para una seria reflexión. Un asesino merece la pena de muerte. No debiera haber escape. Pero al citar la Biblia para condenarlo, se ponen en juego tretas jurídicas, y el hombre se salva.
Vale la pena preguntarnos: Al fin de cuentas, ¿en qué se basan las leyes humanas de todos los países del mundo para definir un delito? Si no puede citarse la Biblia en el juicio de un asesino, tampoco debe poder citarse para condenar a un adúltero, o a un mentiroso, o a un ladrón, o a quien sea culpable de cualquier delito.
Los Diez Mandamientos, que se encuentran en el Libro Sagrado, fijan y establecen la moral humana. Si no hubiera Biblia y no existiera ese Decálogo de Moisés, el hombre no tendría ley a la cual sujetarse. ¿Cuál sería el resultado? Se regiría sólo por la violencia y la fuerza. Su única ley sería su propio capricho personal.
En los días previos al diluvio universal, nadie obedecía a nadie. No había ley, no había moral, no había norma de vida. Regía sólo la violencia. Cada uno establecía su propia ley. Fue entonces que Dios envió el diluvio, para comenzar un nuevo pueblo.
Lo cierto es que aunque Dios jamás hubiera mandado a escribir sus mandamientos en tablas de piedra o en ninguna otra parte, el homicidio sería criminal, el adulterio sería inmoral, el robo sería ruin, y todo pecado sería maligno. Lo que no está escrito en tablas de piedra, está escrito en la conciencia humana. Y todos hemos violado la ley de la conciencia.
¿Habrá salvación para el pecador? Sí, la hay, con toda seguridad. Por eso dio su vida Jesucristo en la cruz del Calvario: para pagar el precio de nuestra redención. Podemos acudir a Él. Cristo murió por nuestra maldad. Por eso se llama Salvador. Rindámosle nuestra vida.

Hermano Pablo

martes, 28 de agosto de 2012

lunes, 27 de agosto de 2012


HASTA LA BASURA SIRVE PARA ALGO

Mirar desde la ventana de ese sexto piso era ver un paisaje gris y sombrío. Porque la ventana de ese apartamento daba a un oscuro callejón del barrio de Harlem, Nueva York. Y el callejón era, en sí mismo, un enorme depósito de basura infestado de ratas.
Fue por esa ventana, a treinta metros de altura, que cayó el pequeño Ramal Gentry, de dos años de edad, hijo de Rhonda Gentry. Pero la basura lo recibió blandamente, como los brazos mismos de su madre, y el pequeño no sufrió más que el susto. «Dios y la basura —declaró después la madre— hicieron el milagro.»
Es interesante cómo aquello que tenemos por inservible viene a veces a salvarnos de algún desastre. Se supone que la basura no sirve para nada. Por eso la quitamos de la casa, la metemos en bolsas plásticas o de papel y la llevamos a un basurero. O la dejamos en el sitio indicado para que la recoja la municipalidad.
Las grandes ciudades del mundo recogen cada día millones de toneladas de basura y la llevan lejos, para que no ofenda a nadie. Pero con esa basura se rellenan terrenos baldíos, o se pone la base para nuevos caminos, o se quema y se saca de ella energía.
En el caso del pequeño Ramal, la basura sirvió para salvarle la vida y para que su madre elevara una oración de gratitud a Dios.
En la célebre parábola del hijo pródigo relatada por Jesucristo, se cuenta del joven que vivió perdidamente derrochando toda su herencia. Lo gastó todo hasta que se vio pobre y derrotado, cuidando cerdos y comiendo basura. Pero esa miserable situación sirvió para que el pródigo tuviera una reacción moral, que lo hizo regresar a la casa de su padre y al albergue de la familia.
¿Será posible que nos hallemos hoy en medio de lo que consideramos un montón de basura? Es más, ¿nos consideramos nosotros mismos basura? Quizá la vida nos haya vencido. Quizá los vicios nos tengan derrotados. Quizá nos hallemos quebrantados, amargados, desalentados. Quizá hayamos perdido toda esperanza de recuperación y aun todo deseo de vivir.
Ha llegado entonces el momento de reaccionar. Ha llegado el momento de pedir socorro divino. Ha llegado el momento de confesar, como el hijo pródigo: «He pecado contra el cielo y contra ti» (Lucas15:21). Y clamar: «¡Ayúdame, Señor!» Jesucristo puede sacar a todo ser humano de cualquier basurero, no importa lo grande o maloliente que sea. Basta con que clame a Dios en medio de su dolor. Él sólo espera oír su clamor.

Hermano Pablo

jueves, 23 de agosto de 2012

PANTALONES MOJADOS

El niño de 8 años entró en el salón de clase para hacer su examen final. El se encontraba muy nervioso acerca de tal examen, su angustia creció tanto que sin poderse controlar se orinó en sus pantalones. Miró hacia abajo y vio como gotas caían suavemente al piso.

Para su sorpresa cuando levanta su vista y ve a su profesora nota que ella lo llama a su escritorio. Cómo podría moverse sin dejar al descubierto su situación? La profesora al notar que el niño esta como paralizado y no va hacia ella, lentamente se viene al pupitre del niño. Oh no!!, piensa él. Qué hacer? Ahora será avergonzado y sus compañeros se reirán de él.

En ese momento una niña compañera de clase viene hacia él con una pecera y al pasar frente a él se tropieza y derrama el agua de la pecera sobre la ropa de él, mojándole totalmente….

La Maestra apresuradamente toma al niño y lo lleva al baño para ayudarlo a sercarse su ropa, mientras el internamente decía: Gracias Dios, Gracias Dios. Si hay un Dios en el cielo. Que gran regalo me diste.

Para ocultar aún mas lo que vivió le grito a la niña.. “NO sabes donde caminas?..Idiota”

En el tiempo de receso ningún compañerito se quiso acercar a esta niña y ella estaba sola. Todos la miraban con menosprecio por haber mojado al compañero. Cuando terminó la clase, la niña iba caminando solita hacia su casa, ya que ninguno quiso estar con ella y el niño se acercó y le pregunto: Realmente te tropezaste? Fue un accidente? Y ella lo miró y le dijo.

No, yo vi lo que te paso, vi que te orinaste y la profesora venía a ti, por eso corrí y tomé la pecera para hacer que me tropezaba… porque no quería que fueras avergonzado. Ahora el niño estaba más paralizado de lo que se sintió en clase.

No puedo olvidar como Dios también muchas veces ha derramado la pecera sobre mi para protejerme. También yo muchas veces me he orinado en los pantalones… pero él con amor y cariño ha creado una situación que no he entendido en el momento….pero luego tengo que agradecerle por haberme mojado con la pecera de su amor.

Efesios 2:4-5
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo.

1 Crónicas 16:34
Celebrad á Dios, porque es bueno; Porque su misericordia es eterna.

Salmos 57:10
Porque grande es hasta los cielos tu misericordia, Y hasta las nubes tu verdad

miércoles, 22 de agosto de 2012

lunes, 20 de agosto de 2012

PROFETA JAIME CHAVEZ







DOMINGO 19/8/2012




                          Aqui nuestra Apostol haciendo hasta de camara





TOMAR LA VIDA EN VERSO

Los versos estaban mal compuestos, pero de todos modos, eran versos. Es difícil lograr la rima y la cadencia de un Rubén Darío o de un Guillermo Valencia. Los versos decían así: «No debiste matar de noche / ni debiste matar de día. / Ahora debo sentenciarte / a prisión por toda tu vida. / Mataste a tu dulce esposa, / que tanto amor te tenía. / Ahora te han castigado: / ¡era lo que merecías!»
Los versos los compuso el juez Robert Fitzgerald para condenar a cadena perpetua a David Schoenecker, de cincuenta y un años de edad. Schoenecker había matado a su esposa. Es la primera sentencia en verso que se conozca.
Parece que el criminal había escrito también unos versos cuando mató a su esposa. Y aun después de oír la sentencia, escribió una cuarteta más: «Cuando yo escribí mis versos, / me encontraba muy enfermo. / Cuando el juez escribió los suyos, / no sufría de mal alguno.»
No tomar uno en serio sus ofensas, no sentirse avergonzado de sus agravios, no sentir remordimiento ante el daño que uno provoca, es añadirle mal al mal. Ponerle nombres bonitos a las cosas feas no las mejora en nada. Y escribir versos para constatar un asesinato no cambia en nada el horrendo acto. Incluso, los versos del juez, de amargo buen humor, no alivian tampoco la sentencia. Con todo y versos, el hombre habría de pasar el resto de su vida en la cárcel.
No hay que prodigar elogios al delito. No hay que cantarle loas a la muerte. No hay que pronunciar alabanzas al pecado. Algunos quieren hablarle con sarcasmo a la vida y proferir insultos al destino, pero no son más que pobres recursos del despecho que en nada aminoran el crimen.
Las palabras del rey David, confrontado por su pecado de tomar como mujer a Betsabé, esposa del soldado Urías, y de enviar a Urías al frente de batalla para que lo mataran, no eran palabras de un rey arrogante. Eran las de un pecador contrito y humillado. «Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor.... Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Salmo 51:1,10).
Y cuando Cristo quiso enseñarnos cómo debe un malhechor responder ante sus delitos, lo hizo poniendo una oración en labios de un desgraciado recaudador de impuestos. Las palabras son éstas: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lucas 18:13).
No miremos con impudencia nuestro pecado. No hay ni gracia ni perdón para el que no confiesa su mal. Reconozcamos nuestra rebeldía, admitamos nuestra indocilidad, confesemos nuestro pecado, y Dios en un instante nos perdonará y nos limpiará de toda maldad.

Hermano Pablo

LA INFLUENCIA DEL CRISTIANO

Mateo 5: 13 al 16: La sal y la luz del mundo.

Si estudiamos las bienaventuranzas, obtenemos la descripción de la persona con el carácter “ideal” requerido por el Señor: los pobres, los mansos, los que lloran, los misericordiosos, los que buscan hacer la paz, los que anhelan justicia y los puros de corazón. ¿Acaso puede este “tipo de persona” ser de influencia en un mundo tan cruel, tan violento y tan incrédulo? Si Jesús lo solicita, entonces es que la respuesta es Sí… La nueva pregunta a formularse es: ¿Cómo?

Para responder a esta pregunta Jesús recurre a dos metáforas: la sal y la luz; ambas, para servir de influencia al mundo, a la tierra. Las propiedades de la sal son mayores que el mero sazonar de los alimentos; sirve para conservación y hasta en un tiempo fue la medida de valor económico para adquirir elementos. Las propiedades de la luz quizás sean las más obvias: iluminar, mostrar, dejar al descubierto, señalar.

¿Acaso puede el cristiano ayudar a preservar la tierra, como la sal? ¿Iluminar a un mundo tan extenso y tan oscuro? Yo creo que sí…

Lo primero que debemos distinguir, es la diferencia que Jesús hace entre “ustedes” y la tierra, entre “ustedes” y el mundo: la sal y la tierra, la luz y el mundo. Son dos comunidades diferentes entre sí pero que se relacionan, y esta relación depende justamente de saber distinguirlas. No son iguales.

Dios quiere que seamos diferentes y que esta diferencia se note. Al igual que el efecto de la sal en los alimentos, Dios nos predestinó para penetrar en el mundo y así colaborar en detener este proceso de descomposición al que la humanidad sin Cristo está condenada.

Estamos llamados a ser sal y a ser luz, por lo ta nto, asumir la responsabilidad de no perder “el efecto” que cada uno de estos elementos representa. Y para ellos es que la ayuda del Espíritu Santo es imprescindible.

La sal es el poder de Cristo a través nuestro; la luz es Cristo. Él es la esencia, nosotros las herramientas. Entonces; ¿Tenemos sal para expandir? ¿Tenemos luz en nuestro interior para alumbrar?


Para ser sal, tengo que tener autoridad, y para ser luz, valor. Ambas características, tremendamente ligadas al carácter del cristiano, no vienen de mi misma, sino del Espíritu Santo que vive en mí. Cuando actúo como sal, cuando penetro en este mundo en descomposición, para detener este efecto, debo tener el poder de hacerlo, de lograrlo. Y esto no viene de mi misma, sino del Espíritu que vive en mí.

Tenemos que marcar la diferencia, no por un hecho particular, sino como consecuencia de un testimonio diferente. Las personas tienen que ver a Cristo a través de nosotros, y esto incluye nuestros actos, nuestras palabras, nuestras decisiones.

Para que esta labor tenga éxito, tenemos que concientizarnos que esto no es de nosotros, sino de Cristo que esta en nuestro interior. Es SU obra la que lo logra a través nuestro. Es SU sangre, SU gracia, SU amor, el que todo lo puede. Inundemos nuestras vidas de esto, y podremos trabajar día a día en nuestro carácter como cristianos y en nuestra influencia en el mundo…
Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
noeliaescalzo

EL HACHERO

Había una vez un hachero que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; así que el hachero se decidió a hacer buen papel.

El primer día se presentó al capataz, quien le dio un hacha y le designó una zona. El hombre entusiasmado salió al bosque a talar. En un solo día cortó 18 árboles.

-Te felicito, dijo el capataz, sigue así.

Animado por las palabras del capataz , el hachero se decidió a mejorar su propio desempeño al día siguiente ; así esa noche se acostó bien temprano.

A la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño , no consiguió cortar más que 15 árboles.

-Me debo haber cansado -pensó y decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer se levantó y decidió batir su marca de 18 árboles.

Sin embargo ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron 7, luego 5 y el último día estuvo toda la tarde tratando de voltear su segundo árbol.

Inquieto por el pensamiento del capataz, el hachero se acercó a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se esforzaba al límite de desfallecer. El capataz le preguntó :

-¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez? – ¿Afilar? No tuve tiempo de afilar, estuve muy ocupado cortando árboles.

Cuántas veces estamos tan ocupados en lo que nos parece urgente, que le restamos tiempo a lo importante…. Te invito a pensar… ¿Cuál es el hacha de tu vida, que no estás afilando? ¿En qué estás ocupando tu tiempo, a qué le estás prestando atención? Tal vez estamos tan ocupados en querer llegar al destino, que nos olvidamos de mirar el paisaje…

Mateo 6:33 “Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”

jueves, 16 de agosto de 2012

SESENTA SÁBANAS HACIA LA LIBERTAD

Se necesitó bastante paciencia hacer nudo tras nudo. También hizo falta paciencia para juntar habilidosamente tantas sábanas, sobre todo en ese lugar tan vigilado. Pero el hombre coleccionó sesenta sábanas e hizo ciento veinte nudos. Y deslizándose por esa cuerda de sábanas, bajó catorce pisos.
Una hora después de su hazaña, Ahmad Shelton, de veintiséis años de edad, llamó por teléfono al periódico «Los Ángeles Times» y dijo: «Gracias por las sábanas. Sirvieron para escaparme. Se las dejé a la policía.» Quién sabe cómo logró conseguirlas del periódico, pero ahora que había escapado, las devolvía.
Cuando lo arrestaron en la sección de investigación de robos y lo detuvieron en la Comisaría de policía de Los Ángeles, California, batió un récord mundial. Nunca nadie antes se había escapado de una cárcel anudando semejante cantidad de sábanas: ¡nada menos que sesenta! Así había descendido catorce pisos hasta poner los pies en el suelo.
Si bien precisó de sesenta sábanas para conseguir la libertad de aquella cárcel, ¿cuántas sábanas más habría necesitado Ahmad Shelton para lograr una libertad absoluta?
Para una libertad completa no habría necesitado sábanas, pero sí le habrían hecho falta por lo menos sesenta páginas de descargos escritos por un buen abogado. Habría necesitado sesenta días para pensar bien cómo responderles a los jueces cuando lo volvieran a arrestar, o sesenta mil dólares para contratar al mejor abogado posible, y sesenta años para pensar seriamente en los delitos de su vida.
Sin embargo, ni con todo eso habría encontrado aquel joven la verdadera libertad. Porque la libertad verdadera —libertad de vicios arraigados, libertad de remordimiento de conciencia y libertad de pecados—, sólo se encuentra en el perdón de Cristo.
 Ahmad podría pasar sesenta años haciendo penitencia, o seiscientos años vagando como alma en pena, o convertido en un fantasma que habita en castillos medievales. Podría derramar sesenta litros de lágrimas, o flagelarse sesenta veces con sesenta escorpiones, pero con todo eso no lograría la libertad del delito del alma, que es el pecado.
Estar libre de una cárcel de piedra y de cemento, de celdas y de rejas, de guardias y de jueces, no garantiza la libertad. Podemos estar fuera de una cárcel y sin embargo ser los reos más presos del mundo. La cárcel más cerrada que existe es la del pecado. Y de ésa sólo Cristo nos libra. Sesenta sábanas darán libertad de alguna celda, pero sólo Cristo puede dar libertad del pecado. Él quiere ser nuestro Libertador.

Hermano Pablo

miércoles, 15 de agosto de 2012