lunes, 20 de agosto de 2012

PROFETA JAIME CHAVEZ







DOMINGO 19/8/2012




                          Aqui nuestra Apostol haciendo hasta de camara





TOMAR LA VIDA EN VERSO

Los versos estaban mal compuestos, pero de todos modos, eran versos. Es difícil lograr la rima y la cadencia de un Rubén Darío o de un Guillermo Valencia. Los versos decían así: «No debiste matar de noche / ni debiste matar de día. / Ahora debo sentenciarte / a prisión por toda tu vida. / Mataste a tu dulce esposa, / que tanto amor te tenía. / Ahora te han castigado: / ¡era lo que merecías!»
Los versos los compuso el juez Robert Fitzgerald para condenar a cadena perpetua a David Schoenecker, de cincuenta y un años de edad. Schoenecker había matado a su esposa. Es la primera sentencia en verso que se conozca.
Parece que el criminal había escrito también unos versos cuando mató a su esposa. Y aun después de oír la sentencia, escribió una cuarteta más: «Cuando yo escribí mis versos, / me encontraba muy enfermo. / Cuando el juez escribió los suyos, / no sufría de mal alguno.»
No tomar uno en serio sus ofensas, no sentirse avergonzado de sus agravios, no sentir remordimiento ante el daño que uno provoca, es añadirle mal al mal. Ponerle nombres bonitos a las cosas feas no las mejora en nada. Y escribir versos para constatar un asesinato no cambia en nada el horrendo acto. Incluso, los versos del juez, de amargo buen humor, no alivian tampoco la sentencia. Con todo y versos, el hombre habría de pasar el resto de su vida en la cárcel.
No hay que prodigar elogios al delito. No hay que cantarle loas a la muerte. No hay que pronunciar alabanzas al pecado. Algunos quieren hablarle con sarcasmo a la vida y proferir insultos al destino, pero no son más que pobres recursos del despecho que en nada aminoran el crimen.
Las palabras del rey David, confrontado por su pecado de tomar como mujer a Betsabé, esposa del soldado Urías, y de enviar a Urías al frente de batalla para que lo mataran, no eran palabras de un rey arrogante. Eran las de un pecador contrito y humillado. «Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor.... Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu» (Salmo 51:1,10).
Y cuando Cristo quiso enseñarnos cómo debe un malhechor responder ante sus delitos, lo hizo poniendo una oración en labios de un desgraciado recaudador de impuestos. Las palabras son éstas: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lucas 18:13).
No miremos con impudencia nuestro pecado. No hay ni gracia ni perdón para el que no confiesa su mal. Reconozcamos nuestra rebeldía, admitamos nuestra indocilidad, confesemos nuestro pecado, y Dios en un instante nos perdonará y nos limpiará de toda maldad.

Hermano Pablo

LA INFLUENCIA DEL CRISTIANO

Mateo 5: 13 al 16: La sal y la luz del mundo.

Si estudiamos las bienaventuranzas, obtenemos la descripción de la persona con el carácter “ideal” requerido por el Señor: los pobres, los mansos, los que lloran, los misericordiosos, los que buscan hacer la paz, los que anhelan justicia y los puros de corazón. ¿Acaso puede este “tipo de persona” ser de influencia en un mundo tan cruel, tan violento y tan incrédulo? Si Jesús lo solicita, entonces es que la respuesta es Sí… La nueva pregunta a formularse es: ¿Cómo?

Para responder a esta pregunta Jesús recurre a dos metáforas: la sal y la luz; ambas, para servir de influencia al mundo, a la tierra. Las propiedades de la sal son mayores que el mero sazonar de los alimentos; sirve para conservación y hasta en un tiempo fue la medida de valor económico para adquirir elementos. Las propiedades de la luz quizás sean las más obvias: iluminar, mostrar, dejar al descubierto, señalar.

¿Acaso puede el cristiano ayudar a preservar la tierra, como la sal? ¿Iluminar a un mundo tan extenso y tan oscuro? Yo creo que sí…

Lo primero que debemos distinguir, es la diferencia que Jesús hace entre “ustedes” y la tierra, entre “ustedes” y el mundo: la sal y la tierra, la luz y el mundo. Son dos comunidades diferentes entre sí pero que se relacionan, y esta relación depende justamente de saber distinguirlas. No son iguales.

Dios quiere que seamos diferentes y que esta diferencia se note. Al igual que el efecto de la sal en los alimentos, Dios nos predestinó para penetrar en el mundo y así colaborar en detener este proceso de descomposición al que la humanidad sin Cristo está condenada.

Estamos llamados a ser sal y a ser luz, por lo ta nto, asumir la responsabilidad de no perder “el efecto” que cada uno de estos elementos representa. Y para ellos es que la ayuda del Espíritu Santo es imprescindible.

La sal es el poder de Cristo a través nuestro; la luz es Cristo. Él es la esencia, nosotros las herramientas. Entonces; ¿Tenemos sal para expandir? ¿Tenemos luz en nuestro interior para alumbrar?


Para ser sal, tengo que tener autoridad, y para ser luz, valor. Ambas características, tremendamente ligadas al carácter del cristiano, no vienen de mi misma, sino del Espíritu Santo que vive en mí. Cuando actúo como sal, cuando penetro en este mundo en descomposición, para detener este efecto, debo tener el poder de hacerlo, de lograrlo. Y esto no viene de mi misma, sino del Espíritu que vive en mí.

Tenemos que marcar la diferencia, no por un hecho particular, sino como consecuencia de un testimonio diferente. Las personas tienen que ver a Cristo a través de nosotros, y esto incluye nuestros actos, nuestras palabras, nuestras decisiones.

Para que esta labor tenga éxito, tenemos que concientizarnos que esto no es de nosotros, sino de Cristo que esta en nuestro interior. Es SU obra la que lo logra a través nuestro. Es SU sangre, SU gracia, SU amor, el que todo lo puede. Inundemos nuestras vidas de esto, y podremos trabajar día a día en nuestro carácter como cristianos y en nuestra influencia en el mundo…
Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
noeliaescalzo

EL HACHERO

Había una vez un hachero que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; así que el hachero se decidió a hacer buen papel.

El primer día se presentó al capataz, quien le dio un hacha y le designó una zona. El hombre entusiasmado salió al bosque a talar. En un solo día cortó 18 árboles.

-Te felicito, dijo el capataz, sigue así.

Animado por las palabras del capataz , el hachero se decidió a mejorar su propio desempeño al día siguiente ; así esa noche se acostó bien temprano.

A la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño , no consiguió cortar más que 15 árboles.

-Me debo haber cansado -pensó y decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer se levantó y decidió batir su marca de 18 árboles.

Sin embargo ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron 7, luego 5 y el último día estuvo toda la tarde tratando de voltear su segundo árbol.

Inquieto por el pensamiento del capataz, el hachero se acercó a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se esforzaba al límite de desfallecer. El capataz le preguntó :

-¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez? – ¿Afilar? No tuve tiempo de afilar, estuve muy ocupado cortando árboles.

Cuántas veces estamos tan ocupados en lo que nos parece urgente, que le restamos tiempo a lo importante…. Te invito a pensar… ¿Cuál es el hacha de tu vida, que no estás afilando? ¿En qué estás ocupando tu tiempo, a qué le estás prestando atención? Tal vez estamos tan ocupados en querer llegar al destino, que nos olvidamos de mirar el paisaje…

Mateo 6:33 “Mas buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.”