martes, 16 de septiembre de 2008

EL PESO DE LA ORACION

Gabriela Louise Redden, una mujer pobremente vestida y con una expresión de derrota en el rostro, entró en una tienda de abarrotes. Se acercó al dueño de la tienda, y de una forma muy humilde le preguntó si podía fiarle algunas cosas.
Hablando suavemente, explicó que su marido estaba muy enfermo y no podía trabajar, que tenían 7 hijos, y que necesitaban comida. John Longhouse, el abarrotero, se mofó de ella y le pidió que saliera de la tienda. Visualizando las necesidades de su familia, la mujer le dijo: “Por favor señor, le traeré el dinero tan pronto como pueda.” John le dijo que no podía darle crédito, ya que no tenía cuenta con la tienda.
Junto al mostrador había un cliente que oyó la conversación. El cliente se acercó al mostrador y le dijo al abarrotero que él respondería por lo que necesitara la mujer para su familia. El abarrotero, no muy contento con lo que pasaba, le preguntó de mala gana a la señora si tenía una lista. Louise respondió: “¡Sí señor!”. “Está bien,” le dijo el tendero, “ponga su lista en la balanza, y lo que pese la lista, eso le daré en mercancía.”
Louise pensó un momento con la cabeza baja, y después sacó una hoja de papel de su bolso y escribió algo en ella. Después puso la hoja de papel cuidadosamente sobre la balanza, todo esto con la cabeza baja. Los ojos del tendero se abrieron de asombro, al igual que los del cliente, cuando el plato de la balanza bajó hasta el mostrador y se mantuvo abajo. El tendero, mirando fijamente la balanza, se volvió hacia el cliente y le dijo: “¡No puedo creerlo!”.
El cliente sonrió mientras el abarrotero empezó a poner la mercancía en el otro plato de la balanza. La balanza no se movía, así que siguió llenando el plato hasta que ya no cupo más. El tendero vio lo que había puesto, completamente disgustado. Finalmente, quitó la lista del plato y la vio con mayor asombro.
No era una lista de mercancía. Era una oración que decía: “Señor mío, tú sabes mis necesidades, y las pongo en tus manos”.
El tendero le dio las cosas que se habían juntado y se quedó de pie, frente a la balanza, atónito y en silencio. Louise le dio las gracias y salió de la tienda. El cliente le dio a John un billete de 50 dólares y le dijo: “Realmente valió cada centavo.

No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también. Así Dios les dará su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender; y esta paz cuidará sus corazones y sus pensamientos por medio de Cristo Jesús. Filipenses 4: 6-7

SIEMPRE ESTA EN EL PUENTE

Lectura: Josué 1:1-9
. . . no te dejaré ni te abandonaré. --Josué 1:5.
Mi amigo Ralph tuvo la emocionante experiencia de hacer un corto crucero en el portaaviones USS Kennedy. Vio cómo despegaban aviones de combate, cómo aterrizaban y hacían maniobras. Le dijeron que siempre que los aviones despegan o aterrizan --las cuales son operaciones peligrosas-- el capitán mira desde el puente. Incluso si los aviones están volando continuamente, él se queda en el puente, dormitando un poquito entre uno y otro si es necesario. Así que cada vez que un piloto despega o aterriza en la cubierta, sabe que su capitán siempre está de guardia.
En la lectura bíblica para hoy, cuando llegó el momento de que Josué asumiera el liderazgo de Israel, necesitaba la seguridad de que Dios estaría con él igual que había estado con Moisés. Los israelitas sabían que Moisés tuvo dirección divina durante su peregrinación por el desierto porque Dios los condujo por medio de una columna de fuego y una nube.
Pero, ¿y Josué? Dios le prometió: "Así como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré" (Josué 1:5). Josué pudo dirigir a Israel con la absoluta confianza de que Dios siempre estaba velando sobre ellos.
Adondequiera que estemos, cualquiera que sea la empresa osada en la que estemos involucrados, o sea cual fuere la batalla espiritual que estemos encarando, tenemos la confianza de que Dios está con nosotros. Y lo que es más, Dios nos guía, nos protege y nos dirige. ¡Él siempre está en el puente!
EL CRISTIANO ENCUENTRA SEGURIDAD, NO EN LA AUSENCIA DEL PELIGRO, SINO EN LA PRESENCIA DE DIOS.

POEMA: TEN FE

¿Por qué temo de todo, si Dios está conmigo?
¿Donde está la confianza que me inspira la fe?
¿Tiene más importancia mi mortal enemigo
que El que todo lo puede y El que todo lo ve?

Alma mía, ya no sufras infundados temores,
bien es cierto que tienes a tu lado enemigos
y es bien cierto, que todos tienen planes traidores,
más también ve que tienes verdaderos amigos.

No los busques tan solo por el mundo que habitas,
puede ser que en el mundo no hallarás alguno
¡Oye bien la Plegaria que en la noche recitas
y verás que en el Cielo, tienes todos en Uno!

¿No es acaso tu amigo quién te dió inteligencia
porque puso a tu alcance tanto el bien como el mal?
¿No es acaso tu amigo quién te dio de su esencia
para hacerte con ella, para siempre inmortal?

Alma mía, no te ofusques porque sientas temores,
nunca pierdas por ellos tu preciada razón;
es a veces forzoso que sintamos dolores,
¡Por que nunca olvidemos nuestra humana armazón!

Hoy que estás abatida, ten confianza en el Cielo
y prosigue en la lucha con titánico pie,
ya verás como triunfas a pesar del desvelo,
¡Porque Dios es tu Amigo y ha premiado tu Fe!

Autor: Mario Garrido Lecona

AHORA SERE AMADA

Una de las tragedias más grandes del ser humano es no sentirse amado. No es solo un problema de la mujer, sino del ser humano en general. Una de las mayores necesidades del ser humano es la de amor y pertenencia.

Cuando el ser humano se siente carente del amor verdadero y no tiene la sensación de pertenencia, entonces descubre que su vida no tiene sentido. El problema radica entonces en el esfuerzo desesperado que hacemos por basar nuestro valor en ese sentimiento de pertenencia.

Queremos sentirnos importantes a través del hecho de ser amados.

Lea llamo a su primer hijo Rubén porque ella dijo: “Dios miró mi aflicción” (Gen. 29:32) derivada de tener que compartir los afectos de su marido. “¡Tengo la solución!- pensó. ¡Ahora si me amará mi marido!” y aunque ese hijo era la respuesta del amor de Dios
para ella, Lea lo transformó en el camino para restaurar o mantener una relación que –según pensaba ella- la llevaría a la plenitud de su identidad. ¡Cuán equivocada estaba!

Muchas veces queremos buscar en cada una de nuestras relaciones el cimiento de nuestra valía personal. Demandamos del cónyuge, de los hijos, de los amigos, de la iglesia y del entorno algo que nadie nos puede dar. Pensamos que cada uno de ellos tiene la respuesta a nuestra carencia. Pero no es así. Si únicamente tenemos tales planteamientos, pronto aparecerán los “¡si tan solo mi esposo/a no fuera así!” “Si mis hijos… si la iglesia…, entonces yo sería y me sentiría mejor”.

Hoy necesitas recordar que tu valor no está fundamentado en una
relación. Tu valor reside en el amor de Dios por ti. Somos honorables para él. Eres honorable, de gran estima a sus ojos. Es esa la verdadera fuente de la verdadera autoestima.

¿El resultado? Bueno…, es lógico. Cuando comprendemos ese principio, las relaciones se estrechan y amamos lo que no es digno de amar. Ese amor se extiende hasta el mundo que perece sin Dios y sin esperanza. Tu serás solamente un canal que procede de la verdadera fuente y que lleva en si el verdadero amor de Dios.

“¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste”. Jeremías 20.7

Deja que Dios te seduzca con su amor, déjate seducir por el Señor. Acepta su amor incomparable y perfecto.

“¿O pensáis que la Escritura dice en vano: «El Espíritu que él ha hecho habitar en nosotros nos anhela celosamente»?” Santiago 4.5

Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé. Isaías 43:4.


Dios nos ama con celo, nos quiere para Él, Él quiere ocupar el primer lugar en nuestros corazones, EL PRIMER LUGAR, no el segundo ni el tersero, EL PRIMERO!