La puerta corrió sobre sus viejas ruedas con el chirrido de hierro contra hierro, y se cerró con sordo estrépito. De afuera se oyó el ruido característico de un candado que se cierra. Fue un ¡clic! metálico sonoro, claro, inconfundible. Los hombres que se encontraban dentro del vagón, diecinueve en total, tuvieron un lúgubre presentimiento.
«Estamos en problemas», dijo, con voz preocupada, uno de ellos. Y como no sabían qué hacer, sus dieciocho compañeros solamente lo miraron en silencio.
Estaban, por cierto, en una grave situación. Se encontraban en un vagón de ferrocarril de carga que iba a cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, pero que se convertiría en la tumba de todos ellos, menos uno.
Todavía resuenan los ecos de la tragedia que ocurrió en las vías del tren en El Paso, Texas. Se trataba de inmigrantes mexicanos que un 2 de julio pretendían cruzar, ilegalmente, la frontera. Ese día diecinueve personas entraron a los Estados Unidos metidas dentro de un vagón metálico que fue cerrado por fuera. Una vez que cruzó la frontera, el vagón con todos sus pasajeros fue abandonado.
El calor, que en el exterior llegó a 40 grados centígrados, en el interior seguramente pasó de los 60. Y dieciocho hombres, prisioneros dentro de un vagón metálico que no podían abrir, murieron de extenuación, de convulsiones y de hemorragias incontenibles. Uno solo, Miguel Tostado Rodríguez, de veintiún años de edad, sobrevivió para contar la horrible muerte de sus compañeros.
«Estamos en problemas.» Esa fue la frase lapidaria que selló el destino de todos ellos. Encerrados en un atestado vagón; sin luz, sin comida, sin agua, y soportando un calor espantoso, totalmente impotentes para abrir la puerta o llamar la atención de alguien, estos hombres experimentaron la muerte más espantosa que se puede imaginar.
Los problemas de la vida en general tienen algo en común con esta horrible tragedia. Hay muchos que viven como víctimas del problema del encierro en sus vicios y temores, y que carecen de fuerzas para abrir la puerta. El horror sube por días, por horas, por minutos. Gritan, pero nadie los oye. Pierden la calma, la razón, la fe. Si alguien no los salva, de seguro morirán.
Jesucristo quiere acudir en nuestro auxilio. Sólo Él puede salvarnos de las tenazas de los problemas de esta vida. Clamemos con fe a Él, que está cerca. Cristo oye y se interesa y atiende y salva. Clamemos con todo nuestro ser. Él nos oirá.
Hermano Pablo.