martes, 20 de mayo de 2008

EL AMIGO DE SU HIJO

Era una reunión del domingo por la noche en una iglesia cristiana evangélica. Después de cantar los himnos, el pastor se dirigió a la congregación y presentó al orador invitado. Se trataba de uno de sus amigos de la infancia, ya entrado en años.
Mientras todos lo seguían con la mirada, el anciano ocupó el púlpito y comenzó a contar esta historia:
"Un hombre junto con su hijo y un amigo de su hijo estaban navegando en un velero a lo largo de la costa del Pacifico, cuando una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon a tal grado que el padre, a pesar de ser un marinero de experiencia, no pudo mantener a flote la embarcación, y las aguas del océano arrastraron a los tres."
Al decir esto, el anciano se detuvo un momento y miró a dos adolescentes que, por primera vez desde el comienzo de la reunión, estaban mostrando interés. Y siguió narrando:
"El padre logró agarrar una soga, pero luego tuvo que tomar la decisión más terrible de su vida: escoger a cuál de los dos muchachos tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para decidirse. El padre sabía que su hijo era cristiano, y también sabía que el amigo de su hijo no lo era. La agonia de la decisión era mucho mayor que los embates de las olas. Miró a su hijo y le gritó: ¡¡Te quiero, hijo mío!! y le tiró la soga al amigo de su hijo. En el tiempo que le llevó acercar al amigo hasta el velero volcado en campana, su hijo desapareció bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar su cuerpo."
Los dos adolescentes estaban escuchando con suma atención, atentos a las próximas palabras que pronunciara el orador invitado.
"El padre" -continuó el anciano- "sabía que su hijo pasaría la eternidad con Cristo y no podía soportar el hecho de que el amigo de su hijo no estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por eso sacrifico a su hijo. Cuán grande es el amor de Dios que lo impulsó a hacer lo mismo por nosotros."
Dicho esto, el anciano volvió a sentarse, y hubo un tenso silencio.
Pocos minutos después de concluída la reunión, los dos adolescentes se encontraron con el anciano. Uno de ellos le dijo cortesmente: "Esa fue una historia muy bonita, pero a mí me cuesta mucho creer que ese padre haya sacrificado la vida de su hijo con la ilusión de que el otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo.
"Tienes toda la razon," -le contestó el anciano mientras miraba su Biblia gastada por el uso. Y mientras sonreía, miró fijamente a los dos jovenes y les dijo:- "Pero esa historia me ayuda a comprender lo difícil que debió haber sido para Dios entregar a Su Hijo por mí. A mí también me costaría trabajo creerlo si no fuera porque el amigo de ese hijo era YO.

"Acuerdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos,
y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento"
Eclesiastés 12:1

EL AMIGO

Ruth miro en su buzón del correo, pero solo había una carta. La cogió y la miró antes de abrirla, pero luego la miró con más cuidado. No había sello ni matasellos de correos, solamente su nombre y su dirección. En la carta decía...

Querida Ruth:
Estaré en tu vecindario el sábado por la tarde y pasaré a visitarte.
Con cariño,
Jesús.

Sus manos temblaban cuando puso la carta sobre la mesa. "Porque querrá venir a visitarme el Señor?. No soy nadie en especial, no tengo nada que ofrecerle...". Pensando en eso, Ruth recordó el vacio reinante en los estantes de su cocina.
-¡Ay no! No tengo nada para ofrecerle! Tendré que ir al mercado y conseguir algo para la cena".
Buscó la cartera y vació el contenido sobre la mesa: cinco dólares y cuarenta centavos.
-Bueno, comprare algo de pan y alguna otra cosa, al menos.
Se echo un abrigo encima y se apresuró a salir. Una hogaza de pan francés, media libra de pavo y un cartón de leche... y Ruth se quedó con solamente doce centavos que le deberían durar hasta el lunes. Aún así, se sintió bien camino a casa, con sus humildes ingredientes bajo el brazo.
-Oiga, señora, nos puede ayudar, señora?"
Ruth estaba tan absorta pensando en la cena que no vio las dos figuras que estaban de pie en el pasillo. Un hombre y una mujer, los dos vestidos con poco mas que harapos.
-Mire, señora, no tengo empleo, usted sabe, y mi mujer y yo hemos estado viviendo allí afuera en la calle y, bueno, esta haciendo frío y nos esta dando hambre, y bueno, si usted nos puede ayudar, señora, estaríamos muy agradecidos...

Ruth los miro con mas cuidado. Estaban sucios y tenían mal olor y, francamente, ella estaba segura de que ellos podrían obtener algún empleo si realmente quisieran.
-Señor, quisiera ayudar, pero yo misma soy una mujer pobre. Todo lo que tengo es unas rebanadas y pan, pero tengo un huésped importante para esta noche y planeaba servirle eso a Él. -Sí, bueno, sí señora, entiendo. Gracias de todos modos.
El hombre puso su brazo alrededor de los hombros de la mujer y se drigieron a la salida. A medida que los veía saliendo, Ruth sintió un latido familiar en su corazón.
-¡Señor, espere!
La pareja se detuvo y se volvió al escuchar su voz, y enseguida los alcanzó en la calle.
-Mire: ¿por que no toma esta comida?. Algo se me ocurrirá para servir a mi invitado..., y extendió la mano con la bolsa de viveres.
-¡Gracias, señora, muchas gracias!
-¡Si, gracias!, dijo la mujer y Ruth pudo notar que estaba temblando de frío.
-Saben tengo otro abrigo en casa. Tome este,- Ruth desabotono su abrigo o deslizó sobre los hombros de la mujer.
Y sonriendo, dió la vuelta y regresó camino a casa... sin su abrigo y sin nada que servir a su invitado.
-¡Gracias, señora, muchas gracias!
Ruth estaba tiritando cuando llego a la entrada. Ahora no tenia nada para ofrecerle al Señor. Buscó rápidamente la llave en la cartera.
Mientras lo hacia noto que había otra carta en el buzón.
-Que raro, el cartero no viene dos veces en un día.- Tomó el sobre y lo abrió:

Querida Ruth:
Que bueno fue volverte a ver. Gracias por la deliciosa cena, y gracias también por el hermoso abrigo.
Con cariño,
Jesús

El aire todavía estaba frío, pero aun sin su abrigo, Ruth no lo noto.

¿DONDE SE ENCUENTA EL CIELO?

Hubo un predicador metodista que predicó un domingo sobre el Cielo. A la mañana siguiente, cuando paseaba por el pueblo, se encontró con uno de los miembros ricos de su congregación.

- Pastor, -le dijo- usted predicó un buen sermón ayer sobre el Cielo. Nos habló sobre el Cielo, pero.. no nos dijo dónde está el Cielo...
- ¡Ah! -dijo el pastor-. Me alegro de tener la oportunidad ahora. Acabo de venir de la cumbre de esa colina. En esa cumbre hay una casa, donde vive un miembro de nuestra congregación. Está enferma en cama con fiebre; sus dos hijos pequeños están enfermos en otra cama, y no tiene carbón, madera, harina, azúcar ni pan. Si usted fuese a una tienda y comprase cinco libras de provisiones y se las enviase, y fuese a ella y le dije: "hermana mía, le traigo estas provisiones en el nombre de nuestro Señor y Salvador". Luego lee del Salmo 23 y orad. Y si usted no ve el Cielo antes de acabar de estar allí, yo pagaré el coste.

A la mañana siguiente el anciano rico fue al predicador y le dijo:

- Pastor, hice lo que me dijo, y vi el Cielo. Pasé 15 minutos enm el Cielo tan ciertamente como que usted me está escuchando...

PEQUEÑECES

Una señora de edad había esperado toda la vida la oportunidad de viajar en un tren. Quería contemplar, devorar cada paisaje con los ojos y disfrutar todo cuanto pudiera en los kilómetros que iría a recorrer.
Entró muy decida en el vagón de pasajeros y cuando el tren partió, comenzó a acomodar los paquetes y cestas que traía, trató de arreglar confortablemente su asiento y acomodar las cortinas, y colocarse en situación cómoda pero …de repente, cuando ya estaba lista para comenzar la contemplación del paisaje, el conductor voceó el nombre de la estación a la cual iban, ¡habían llegado!.
“Que pena”, dijo ella, “si hubiese sabido que llegaríamos tan pronto no habría perdido tiempo en pequeñeces”.
No perdamos el enfoque real en nuestra vida. Las pequeñeces muchas veces nos desvían y distraen del verdadero paisaje, de las cosas grandes que Dios tiene para nosotros.. démosle a Él, el lugar que merece…El Primer lugar.!“
Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” Efesios 5:15,16
Mateo 6:33Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Deuteronomio 6:5Y Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todo tu poder.

NO MAS EXCUSAS

Lectura: Ezequiel 18:1-18
. . . El alma que peque, esa morirá. --Ezequiel 18:4.
Cuando los salmones viajan cientos de millas por los ríos y las corrientes para depositar sus huevos, actúan por instinto. En cierto sentido, son llevados por una fuerza incontrolable.
Leí acerca de un joven presidiario que piensa que la conducta humana es similar a la del salmón. Refiriéndose a los asesinatos que cometió y a su propio destino dijo: «Las cosas pasan.» Él cree que hubo una fuerza responsable de que él apretara el gatillo y matara a dos personas. Pero está equivocado. El hombre es libre y no puede echarle la culpa de sus acciones pecaminosas a una fuerza incontrolable como el instinto.
Hace más de 2.500 años, unos israelitas usaron una excusa similar para su pecado. Citaron un bien conocido proverbio que echaba la culpa de sus pecados a sus antepasados (Ezequiel 18:2). Pero Dios les dijo que estaban equivocados. Dijo que un buen hombre no sería castigado por los pecados de un hijo malvado. Tampoco sería castigado un hijo piadoso por los pecados de su mal padre.
No te equivoques. Cualquiera que sea tu situación eres responsable de lo que hagas. Deja de dar excusas por tus pecados. Antes bien, reconoce tu culpa delante de Dios y acepta el perdón que Él ofrece (Salmo 32:5). Ese es el primer paso para ejercer tu responsabilidad individual.
NO HAY EXCUSA QUE EXCUSE EL PECADO.

DOBLE ABANDONO

«Quédate aquí dijo la mujer aparentando afecto. Aquí vas a estar bien. Verás correr a los perritos y te vas a entretener.» Luego puso una bolsa con pañales a su lado y una nota escrita que decía: «Me llamo John King; padezco la enfermedad de Alzheimer», y desapareció, abandonando al anciano en una pista de carreras de perros.
La que abandonó al anciano era Sue Gifford, mujer de cuarenta y un años de edad. El anciano abandonado era su propio padre, de ochenta y dos años, y víctima de Alzheimer. Para librarse de la carga que significa esa enfermedad, la hija lo llevó a una pista de carreras de perros y lo abandonó en su silla de ruedas. El juez la condenó a seis años de prisión.

Este caso, que apareció en uno de los periódicos de Estados Unidos, conmovió a toda la comunidad. Se sabe que la enfermedad de Alzheimer es dolorosa. Deja a la persona totalmente inhabilitada. No puede valerse por sí misma en nada. Es un caso patético del ser humano que ha perdido lo mejor que tiene: la chispa de la inteligencia. Esa es la condición de la víctima de Alzheimer. Es una muerte en vida.
No obstante, hay una ley universal que descansa sobre el ser humano: «Honra a tu padre y a tu madre, para que disfrutes de una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios» (Éxodo 20:12). Es el quinto mandamiento del decálogo de Moisés. Abandonar a los padres ancianos por cualquier causa que sea, y especialmente si es sólo por quitarnos de encima el estorbo que ellos nos resultan, es el colmo de la ingratitud y el desprecio.
En muchos lugares hay excelentes establecimientos especializados para prestar la atención debida a los ancianos. Y muchos hijos, con sabiduría y cariño, internan allí a sus progenitores inhabilitados. Pero no los abandonan. Los visitan. Y los hijos se toman el tiempo de estar con ellos demostrando preocupación y ternura.
Sin embargo, cuando se da el caso de hijos que no tienen la facilidad de internar a sus padres en lugares como esos, tiene que ponerse en juego otros recursos. Aquí es donde entra un amor muy especial y un cariño único.
El mandamiento de honrar a los padres viene de Dios. También viene de Dios, para quien lo desee, la inspiración, la paciencia y la determinación de proceder conforme a los eternos y justos mandamientos divinos.
Honremos a nuestro padre y a nuestra madre. Algún día seremos nosotros los que recibamos esa honra.