martes, 9 de julio de 2013

PERMANECER

Basta con hacer una recorrida rápida de los títulos más populares de las ferias de libros de nuestra ciudad, o indagar en las propuestas con trasfondo espiritual para combatir el estrés y “energizar el alma” que se ofrecen en la sección de “salud” de las revistas y diarios que llegan a nuestros hogares, o hacer un repaso de las series de moda para niños y adolescentes. No tardaremos demasiado en percibir que algo anda mal.
Vivimos en una cultura en profunda crisis, donde la mentalidad postmoderna nos hace propuestas bien maquilladas para parecer nuevas cuando en realidad conservan raíces bien antiguas que se remontan al jardín del Edén. La estrategia sigue en vigencia, tan fresca hoy como en aquel evento que cambió el destino de la humanidad y de toda la creación en el infortunado encuentro entre Eva y la serpiente.
Se buscan soluciones y respuestas a problemas sociales, ecológicos, personales y religiosos desde el único lugar en donde el hombre se siente cómodo: la explotación del gran potencial humano y las innumerables posibilidades de auto-realización que el hombre como criatura posee.
Bajo estas condiciones no es de extrañar que la Nueva Era, por nombrar alguno de los movimientos con más vigor de nuestro tiempo, haya filtrado lentamente pero con paso firme muchas de las áreas de desarrollo del ser humano.
El entretenimiento por medio del cine, la música y la literatura New Age, la salud proponiendo una medicina naturalista energética ajena a todo fundamento científico, la espiritualidad animándonos a trascender el “yo” y adentrarnos en prometedoras dimensiones místicas y cómo no podía faltar a quienes planean una apuesta fuerte: comprometiendo a las generaciones futuras en el socavo a las tradiciones educativas probadas colando conceptos nocivos para la formación de nuestros niños.
Sin ley, estructuras o normas, la verdad y la mentira, lo bueno y lo malo se definen por medio de conceptos relativistas, limitados por la percepción, dependientes del punto de vista y la moral más conveniente para cada uno.
En contraposición a esta mirada desordenada del mundo que pretende la paz y la armonía mundial con la sola ayuda de una supuesta potencialidad divina latente en todo ser humano, la Biblia nos enseña que hay una sola enseñanza que puede hacernos libres de toda esclavitud y engaño de falsas doctrinas: y esa es precisamente la Palabra de Dios.
“Jesús les dijo los judíos que habían creído en él:
—Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos; conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.” Juan 8:31-23
En contraste a un modelo que se autodefine en temas de moral y justicia, llamando a lo malo bueno y a lo bueno malo, afirmando que la verdad no existe y que todo concepto debe considerar el momento y el contexto de su definición, la Biblia nos enseña que la Palabra de Dios es verdadera, su verdad y su justicia no se someten a tiempo ni contexto, pues poseen vigencia eterna.
“En tu palabra se resume la verdad; eternos y justos son todos tus decretos.”Salmo 119:160
La Palabra de Dios nos provee luz en medio de la oscuridad y como bien la define el salmista es lámpara a nuestros pies y una luz en el camino. (Salmo 119:105)
Abrazar la palabra de Dios nos permite construir nuestras vidas presentes y esperanzas futuras sobre la roca firme, no importa cuánta lluvia descienda, ni cuántos ríos crezcan, ni cuán fuerte soplen los vientos, porque no podrán desestabilizarla. Cuidémonos de construir nuestro presente y el de nuestros hijos sobre la arena pues ante la primera tempestad se convertirán en ruina. (Mateo 7:24-29)
Sólo en la Palabra de Dios podemos encontrar certezas y verdades, de ella emana vida y poder, sólo por medio de ella podemos adquirir sabiduría y discernimiento. Lo bueno, lo agradable y perfecto descansa en la soberana voluntad del Dios de la Biblia. Sólo en conocimiento de esa verdad podemos vivir conforme a principios que albergan verdadera libertad y justicia.
En estos tiempos en donde la única contante es el cambio, aprendamos a aferrarnos a Aquel que nunca cambia y cuya Palabra permanece para siempre.
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” Lucas 21:33
Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.” Isaías 40:8

Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.” 1 Juan 2:17

SALVAMENTO EN EL MAR

La tempestad era espantosa, con vientos de 120 kilómetros por hora, y rachas que llegaban a los 170. El pesquero ruso «Briz», de seis mil toneladas, se anegaba en las aguas del mar del Norte.
Cuando el capitán Sverdlovsk, del pesquero ruso, vio que su nave se hundía, irradió una llamada de auxilio, y un remolcador holandés, el «Carlot», acudió en su ayuda. Pero el salvamento se hacía casi imposible. Era como si toda la furia de los vientos y las inmensas olas del mar se hubieran propuesto no permitir el rescate de ninguno de los cincuenta y seis marineros a bordo del «Briz».
Después de algún tiempo de tratar de ejecutar el salvamento y de agotar todos los recursos sin poder transferir a un solo hombre, el capitán del remolcador «Carlot», André Ruyg, de cuarenta y dos años de edad y creyente en Dios, hizo lo que para un capitán era insólito. Pidió ayuda divina: «¡Dios mío —rogó—, ayúdanos! Sólo tú puedes calmar este vendaval.»
De repente los vientos comenzaron a calmarse y las inmensas olas perdieron su furia. El salvamento pudo llevarse a cabo, y aunque el pesquero «Briz» se hundió, no pereció ninguno de los marineros.
Las batallas del hombre contra el mar tienen siempre acentos épicos. ¡Es tan grande el océano y son tan pequeños los barcos! ¡Son tan altas las olas y tan frágiles los cascos! Por eso el marinero sabe clamar a Dios, y al igual que en aquella célebre tormenta en el mar de Galilea de dos mil años atrás, Jesús viene en auxilio caminando sobre las olas.
Aprendamos a orar. No es cuestión de aprender ciertos rezos ni oraciones redactadas de cierto modo, sino de establecer una relación permanente con Dios. Practiquemos la presencia de Dios. Vivamos con la línea de comunicación abierta. Que nunca haya un momento en que no estemos en contacto con Dios.
Si no tenemos una relación con Dios, entablemos una sin demora. Si hemos cortado la relación que teníamos, comencemos desde este momento a restablecerla. Así, pase lo que pase, en medio del dolor podremos clamar con la seguridad de que Dios nos está escuchando.
Jesucristo desea ayudarnos en todas las tragedias de la vida. Él puede reprender los vientos y calmar las olas. Lo único que tenemos que hacer es expresarle nuestro temor y esperar con fe en la respuesta. Cristo dijo: «Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre» (Mateo 7:7‑8).
Hermano Pablo