miércoles, 8 de junio de 2011

EXPLOSIÓN DE IRA

Era imposible que una insensata estupidez produjera efectos tan desastrosos. La mañana transcurría pacífica y feliz. El sol brillaba en el cielo. Brisas frescas mecían los pastos. Las vacas rumiaban tranquilamente, y Rubyat Wolf, granjero en el norte del Líbano, miraba feliz su hacienda.

En eso, un sobrino suyo disparó al azar su escopeta, y le dio en un ojo a una de las vacas. El granjero, enfurecido, le propinó una paliza. Intervinieron entonces otros parientes, y se produjo un tremendo tiroteo. Cuando se disipó el humo había, además de varios heridos, trece personas muertas en el suelo, y la vaca, con un ojo menos, seguía rumiando en el campo.

¿Qué fue esto? Un estallido de ira. El motivo era serio, cierto. Un muchachón armado de una escopeta lastimó de gravedad una vaca campeona. Pero, ¿justifica un ojo vacuno perdido, que hubiera, en menos de cinco minutos, trece personas muertas? ¡De ninguna manera!

Hubo alguien que le puso nombre a la ira. La llamó «doncella con corazón de tigre». Si está dormida, es bella como la bella durmiente del bosque. Si está despierta, es violenta y feroz como un furioso huracán.

El sabio Salomón encara este tema con expresiones muy acertadas. He aquí sus palabras: «Pesada es la piedra, pesada es la arena, pero más pesada es la ira del necio» (Proverbios 27:3). La ira es aliento del infierno e impulso del maligno, y sopla vientos de fuego en corazones débiles.

El Maestro de Galilea tuvo unas palabras que decir acerca de la ira. «Ustedes han oído que se dijo a sus antepasados: “No mates, y todo el que mate quedará sujeto al juicio del tribunal.” Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal. Es más, cualquiera que insulte a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Pero cualquiera que lo maldiga quedará sujeto al juicio del infierno» (Mateo 5:21,22). Notemos cómo Jesucristo pone la ira a la par del homicidio.

La filosofía de hoy nos dice que nuestros sentimientos no se han de violar, que nuestros gustos son más importantes que los de cualquiera, y que si alguien pisotea nuestra opinión, debemos declarar en forma clara que no vamos a permitir que nuestros antojos se ignoren. El resultado es disgustos y pleitos.

¿Qué es lo opuesto a la ira? La comprensión, la bondad, la tolerancia, la paz. El Señor Jesucristo, Señor de amor y de paz, puede poner paz en nuestro corazón. Entreguémosle toda nuestra ansiedad y nuestra ira. A cambio nos dará su paz insondable.

Hemano Pablo

DAME UNA MANO

Lectura: Salmo 139:7-12.
"Esté tu mano pronta para socorrerme, porque tus mandamientos he escogido" Salmo 119:173
Hace poco, estaba pescando con unos amigos y me metí en una corriente de agua que era demasiado fuerte para mis viejas piernas. No tendría que haberlo hecho, ya que es bien sabido que uno no puede meterse en corrientes de las cuales no puede salir.
Sentí esa sensación de pánico que uno experimenta cuando se da cuenta de que está en un grave problema. Un paso más, y sería arrastrado por el agua.
Hice lo único que se me ocurrió: le grité a un amigo que estaba cerca, que es más joven y más fuerte que yo. «¡Oye, Pedro! —exclamé—, ¡por favor, dame una mano!». Mi amigo caminó por la corriente, extendió su mano fornida y tiró hasta llevarme adonde el agua estaba tranquila.
Unos días después, mientras leía el Salmo 119, me encontré con el versículo 173: «Esté tu mano pronta para socorrerme». Entonces, pensé en aquel día en el medio de la corriente de agua y en otros en que me «metí» en situaciones difíciles, sobreestimando mis débiles capacidades y poniendo en peligro a mis seres queridos y a mí. Quizá hoy te encuentres en una situación similar.
Hay ayuda cerca, un Amigo que es mucho más fuerte que tú y que yo; uno cuya mano puede asirnos (Salmo 139:10). El salmista también dice acerca de Él: «Tuyo es el brazo potente; fuerte es tu mano, exaltada tu diestra» (89:13). Puedes clamar a Dios: «¡Dame una mano!», y Él se te acercará de inmediato.
Cuando nos golpea la adversidad, Dios está listo para fortalecernos.