lunes, 31 de mayo de 2010

¡AAHH!

Lectura: Romanos 11:33-36.
"¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?" Éxodo 15:11
Un borrascoso día de junio, la familia estaba de vacaciones en las Montañas Rocosas de Canadá y fuimos a un sitio turístico que había sido anunciado como un "lugar obligado de visita". No me apetecía mucho ir debido al frío viento, hasta que vi a un grupo de personas que regresaban del punto panorámico. "¿Vale la pena?", pregunté. "¡Totalmente!", fue su respuesta. Eso nos dio el incentivo para continuar. Cuando finalmente llegamos al lugar, su belleza nos dejó virtualmente sin habla. "¡Aahh!" fue todo lo que pudimos decir.
Pablo llegó a este punto cuando escribió acerca de la obra de Dios para salvar a los judíos y griegos en el libro de Romanos. Tres cosas acerca de Dios hicieron que él dijera "¡Aahh!".
Primero. Dios es todo sabiduría (11:33). Su plan perfecto de salvación muestra que tiene soluciones muchísimo mejores para los problemas de la vida de los que nosotros seamos capaces de idear.
Segundo. Dios es todo conocimiento. Su conocimiento es infinito. No necesita de consejero alguno (v. 34) ¡y nada le sorprende!.
Tercero. Dios es todo suficiencia (v. 35). Ninguna persona puede darle a Dios lo que Él no le haya dado a este primero. Tampoco puede jamás corresponder a Su bondad.
Podemos decir junto a Moisés: "¿Quién como tú, magnifico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?" (Éxodo 15:11). ¡Qué maravilloso es el Dios a quien servimos!
Vemos la majestad de Dios en Su carácter y Su creación.

CUANDO EL TECHO SE NOS VIENE ENCIMA

El grupo de niños jugaba muy alegre. David Bertolotto, instructor de natación que tenía diecisiete años de edad, estaba dando la clase a catorce estudiantes que tenían entre cuatro y seis años de edad. Era una piscina cubierta de una Asociación de Jóvenes en Roxbury, Massachussets, Estados Unidos.

En plena clase, un crujido siniestro los hizo mirar hacia arriba. El techo de cemento, a quince metros de altura, comenzó a desplomarse. David elevó una oración rapidísima: «¡Señor, ayúdanos!», y frenéticamente empezó a sacar niños de la piscina y del edificio. Cuando hubo retirado al último, el techo cayó del todo. Un trozo de cemento le pegó a David en un lado del cráneo. No lo mató, pero le desgarró parte del cuero cabelludo.

«Cuando se hunde el piso o se desploma el techo —dijo David en el hospital—, lo mejor es clamar de inmediato a Dios.»

David tenía toda la razón. Había obtenido empleo temporal como instructor de natación de niños pequeños en esa institución. En la primera sesión había ocurrido lo inesperado. Y en ese momento terrible, su fe en Dios le había hecho, primeramente, clamar a Dios en forma instantánea, y luego disponerse animosamente al trabajo del rescate. Así salvó la vida de todos los niños.

¿Qué podemos hacer cuando el techo se nos viene encima? No el techo de un edificio sino el de nuestra vida: nuestra situación económica, nuestra condición familiar, nuestra salud, nuestras emociones. Cuando todo parece desplomarse y venírsenos encima, ¿qué podemos hacer?

Algunos salen corriendo desesperadamente, tratando de huir de la situación. Otros se sumergen en un lago de alcohol, tratando de no pensar. Otros se dan a los estupefacientes para insensibilizarse. Y otros se encierran en su problema y no tienen nada que ver con nadie. Pero nada de esto resuelve el problema. Al contrario, lo empeora.

La solución es hacer lo que hizo David Bertolotto: clamar a Cristo, fuente viva de toda ayuda, todo socorro y toda respuesta. Es fácil acudir a Cristo en cualquier emergencia de la vida cuando Cristo es nuestro amigo de todos los días, es decir, cuando vivimos acostumbrados a la oración. ¿Cómo logramos eso? Buscando su amistad, entregándole nuestra voluntad, nuestro afecto y nuestra confianza. No es difícil; Cristo nos está esperando.

Hermano Pablo