martes, 4 de enero de 2011

JUAN 3: 16

QUEREMOS CANTAR

Medía casi trece metros de largo y pesaba novecientos treinta kilos. Estaba hecha de maderas finas, y tenía corazón eléctrico. Sus venas eran de metal, y se estiraban a más de doce metros. Tomó un año escolar entero construirla, y llegó a ser el orgullo de sus inventores.

Cuarenta estudiantes, ufanos y triunfantes, la condujeron al escenario de su escuela. Todos los presentes admiraron la habilidad de esos jóvenes.

Era una enorme guitarra eléctrica, la más grande del mundo, según sus fabricantes. Al mostrársela a profesores, padres de familia, y al público en general, lo hicieron poniendo sobre ella un gran cartel que decía: «Queremos cantar».

Esa guitarra en sí mostraba mucho acerca de la imaginación y de la habilidad de aquellos jóvenes. Pero el mensaje que pusieron sobre ella también mostraba mucho acerca de ellos. Querían cantar, y la enorme guitarra era una dramática expresión del deseo que tenían ellos y tienen todos los jóvenes del mundo. Los jóvenes quieren cantar.

Podemos imaginar cómo serían los decibelios de sonido que producía esa guitarra: como para reventar los tímpanos de una ballena.

La verdad es que, en el fondo, todo el mundo quiere cantar. Es más, todo el mundo necesita cantar.

«Queremos cantar» es la petición de millones de personas que viven sufriendo el dolor de la desesperación. «Queremos cantar» piden millones de enfermos torturados por la agonía de una enfermedad incurable.

«Queremos cantar» es el clamor de otros que viven bajo gobiernos opresivos, despóticos y tiránicos. «Queremos cantar» dicen millones de niños abandonados que vagan por las calles, sin hogar, sin padre, sin madre, sin refugio.

Y finalmente, «Queremos cantar» dicen millones de hombres y mujeres presos del pecado sin saber cómo ni quién podrá librarles de esa esclavitud. «Queremos cantar» dice el mundo, buscando algún alivio de su esclavitud.

Ninguno de nosotros puede hablar con todo el mundo a la vez, pero sí podemos hablar con las personas una por una. Hay un refugio que trae paz, sosiego y calma en medio de la confusión de esta vida. Ese refugio es una persona. Esa persona es Jesucristo.

Las palabras de Cristo son clásicas y merecen ser repetidas vez tras vez. Han sido la fuerza salvadora para millones de personas. «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso» (Mateo 11:28).

Esa invitación es para cada uno de nosotros. Podemos con absoluta confianza corresponder a ella. Basta con que digamos de corazón: «Señor Jesucristo, acepto el descanso que me brindas. Gracias por el motivo que me das para cantar.»

Hermano Pablo

JUAN 7 :38

AMPLIAR LA PERPECTIVA

Lectura: Mateo 28:16-20.
"Id, y haced discípulos a todas las naciones" Mateo 28:19
A un misionero y a mí nos invitaron a almorzar con David, un hombre de casi 80 años, quien sustentaba con generosidad el ministerio de este siervo de Dios. David no podía ir a visitar el país donde servía el misionero, pero, mientras daba gracias por los alimentos, oró con toda facilidad por las personas, los lugares y las circunstancias de aquel lugar. Después de haber orado habitualmente por ese ministerio, no tenía problema en mencionar datos específicos. Este hombre tenía una perspectiva de la obra misionera que iba más allá de las fronteras de su país, Singapur.
Nuestro Señor Jesús nos mandó tener una perspectiva mundial de la obra misionera. Cuando dijo: «Id, y haced discípulos a todas las naciones, […] enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado» (Mateo 28:19-20), no nos pedía que compráramos un billete para ir por todo el mundo a proclamar Su mensaje. Quizá no tengamos oportunidad de salir del lugar donde nacimos, pero podemos participar de lo que sucede en el mundo, sin dejar nuestra ciudad natal.
Ahora bien, ¿cómo se hace? ¿Hay algún estudiante de otro país que viva cerca de tu casa? ¿Una familia de otra nación que intenta enfrentar la vida en un entorno nuevo? ¿O, simplemente, una persona solitaria a quien puedas levantarle el ánimo? Hablarles sobre el amor de Dios es tu manera de cruzar los océanos con el evangelio.
Si miras a través de los ojos de Jesús, verás un mundo necesitado.