miércoles, 26 de agosto de 2009
VIOLENCIA FAMILIAR
Eran tres niños, hermanitos los tres, de seis, siete y ocho años de edad. Con ojos aterrorizados y temblando de miedo, no podían dejar de mirar. ¿Qué estaban mirando? Veían cómo su padre le daba una paliza brutal a su madre. La escena la describe un diario de América Latina.
El hombre enfurecido, a la vista de sus tres hijitos, golpeaba brutalmente a su esposa. ¿Cuál era la causa? Nadie sabe. Los niños sólo decían: «Papá estaba muy enojado.» Pero una palabra lo describe todo: violencia.
La violencia doméstica, aunque en la vida diaria no es nada nuevo, en las crónicas de los diarios y en los tribunales sí lo es. Es algo que ha recrudecido en las últimas décadas. Y esta crónica nos obliga a tocar dos puntos: la violencia entre padres, y su efecto en los hijos.
Algunos dicen que la violencia familiar la incita la familia misma, pero eso es ver el asunto de una manera superficial. La violencia nace en el corazón. Está adentro de uno como lo estaba en el corazón de Caín, y sólo necesita una muy pequeña provocación para estallar.
Decimos que es culpa de la mujer, o de los hijos, o del jefe o de otro, pero no lo es. Procede del corazón herido y confundido que vierte su frustración sobre los que están más cerca. Cuando el tronco está malo, todo el árbol lo está. Cuando el corazón vive en amargura, la persona en la que late reacciona con violencia.
¿Y qué de los hijos? No hay nada en todo el mundo que frustre y confunda y atemorice más al niño que ver a sus padres peleándose, especialmente cuando son encuentros violentos. Y si la criatura tiene dos, tres o cuatro años de edad, esos disgustos tienen efectos desastrosos que afectan toda su vida. Un sociólogo investigador dijo: «Cuanto más violenta es la pareja, de las que hemos entrevistado, más violentos son los hijos.» Por cierto, la violencia en los padres viene de la violencia en los progenitores de ellos.
¡Cuánto necesitamos paz y tranquilidad en nuestro corazón! ¡Cuánto necesitamos al Príncipe de paz! Y ese Príncipe de paz existe. Es Jesucristo, el Hijo de Dios. Él dijo: «La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden» (Juan 14:27).
Entreguémosle nuestro corazón a Cristo. Si el enojo ha sido nuestra debilidad, hagamos una sincera declaración de humilde arrepentimiento. Cristo conoce nuestra intención y Él quiere ayudarnos. Permitámosle entrar en nuestro corazón. Él nos renovará en lo más profundo de nuestro ser.
Hermano Pablo
HOY..ABUNDARE EN CONSOLACION
Cuando las nubes negras se acumulan en gran cantidad, la luz se da a conocer más brillantemente para mi. Cuando la noche me rodea y la tempestad me envuelve, el Capitán Celestial está siempre más cerca de su tripulación.
Es algo bendito, cuando nosotros estamos bajo el peso de la angustia por que de esta manera experimentamos el peso de su consuelo, y es el consuelo del Espíritu.
Una de las razónes,porque las pruebas preparan la sala para el consuelo, es que los grandes corazones solamente pueden ser formados por y a través de los grandes problemas. La zanja de los problemas excava el depósito de comodidad más profunda de la sala para el consuelo.
Hoy se que en medio de las pruebas Dios viene a mi corazón y cuando Él lo encuentra lleno – - Él comienza a romper mis comodidades hasta dejarlo vacío; entonces hay más espacio para la gracia.
Otra razón por qué nosotros los cristianos somos frecuentemente muy felices en nuestros problemas, es que en los problemas tenemos las negociaciones más cercanas con Dios. Cuando el tesoro está lleno, el hombre cree que puede vivir sin Dios: cuando el bolso revienta con el oro, el hombre trata de hacer las cosas sin tanta oración. Pero una vez que los tesoros están lejos, en ese momento si queremos a Dios.
No hay grito tan bueno como que viene desde el fondo de las montañas; ninguna oración tan dulce como la que viene desde las profundidades del alma, mediante aflicciones y pruebas profundas. De aquí en adelante ellas nos traen a Dios, y nosotros somos más felices; por tener cerca a Dios.
AMBICION FIEL
Gairdner pudo haberse convertido en alguien tan conocido como sus compañeros de estudio. Pero cuando decidió hacerse misionero escribió lo siguiente a su hermana: «Encuentro que es temiblemente difícil lidiar con la ambición. Parece tan natural, sobre todo con la crianza y la educación que uno recibió, esperar con ansias hacer una marca y un nombre, y tan terriblemente difícil resignarse a vivir y a morir metido en algún rincón.»
Nosotros probablemente no recibamos el llamamiento a hacer ese tipo de sacrificio. Pero, ¿estamos dispuestos a servir a nuestro Salvador en obediencia radical? Para servirle fielmente debemos dejar de lado nuestros propios intereses, como hizo Pablo: «Pero jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Gálatas 6:14)
¡GENIAL!
“¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es Tu nombre en toda la tierra!” Salmos 8:1
Me desperté a las tres de la madrugada de una mañana de agosto para experimentar un eclipse lunar total. Comenzó en el preciso momento en que los astrónomos lo habían pronosticado y avanzó tal y como dijeron que lo haría. En un sentido, fue un evento natural y recurrente, pero también fue un vistazo genial al poder y la gloria de Dios.
A medida que la sombra de la tierra lentamente se encaramaba cubriendo la brillante luna llena, me vinieron a la mente las palabras del salmista: «Cuando veo Tus cielos, obra de Tus dedos, la luna y las estrellas que Tú formaste, digo: ¿qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?» (Salmo 8:3-4).
El planeta tierra no gira en torno de nosotros, sino que, por el diseño de Dios, nos involucra a nosotros. El salmista se maravilló de los cielos, pero le asombraba aún más que el gran Creador, cuya gloria está por encima de los cielos, nos incluyera en Su gran plan por los siglos de los siglos.
La adoración a cualquier porción de la creación de Dios se queda corta para darle la gloria a Aquel que la hizo. La Biblia eleva nuestros ojos para ver que toda la creación proclama la gloria de Dios, quien nos ha colmado de Su gracia y amor por medio de Cristo.
«¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es Tu nombre en toda la tierra!» (Salmo 8:1).
La gloria de Dios brilla a través de Su creación.