viernes, 14 de agosto de 2009

AMIGO FIEL

HACER SU AGOSTO

Durante la Edad Media en toda la península española, pero principalmente en Castilla, se celebraban en la época de verano las ferias de ganado. La mayoría de ellas ocurría en el mes de agosto, en especial el día 15. Durante el mes, los feriantes salían con sus productos o con su ganado a comprar y vender mercancía de pueblo en pueblo. Al fin del mes volvían a casa. Así se originó la expresión «hacer su agosto». La tradición continúa en la actualidad con la celebración de ferias y corridas de toros en media España.

Otra interpretación que se le ha dado a la expresión, por cierto muy emparentada, gira en torno a la recolección y a la vendimia, es decir, a la época en que los campesinos cosechan los frutos económicos de su ardua labor al recoger y vender lo que su tierra les ha producido. Con el paso del tiempo, el sentido de la expresión se fue ampliando hasta emplearse para indicar que fácilmente se ha hecho mucho dinero. Por ejemplo, en muchas regiones de habla hispana se dice: «Con estas últimas lluvias, los vendedores de paraguas han hecho su agosto.»

Sin duda, tarde o temprano, pero preferiblemente con cierta regularidad, todos queremos «hacer nuestro agosto». Pero ¿qué si ese agosto nuestro perjudica a los demás, o el agosto de los demás nos perjudica a nosotros?

Contemplando injusticias como éstas, Dios estableció una ley y una regla de vital importancia para regir nuestra conducta humana: la ley de la cosecha y la regla de oro. Por una parte, Dios ha dispuesto que cosechemos, pero no lo ajeno sino el fruto de lo que nosotros mismos sembramos. Y por otra, ha dispuesto que en todo tratemos a los demás tal y como queremos que ellos nos traten a nosotros. Es decir, jamás debemos «hacer nuestro agosto» a expensas del prójimo, aprovechándonos de alguna calamidad. Si no podemos «hacer nuestro agosto» sin perjudicar a los demás, entonces más vale que desistamos de hacerlo y nos preocupemos más bien por ser buenos vecinos, buenos amigos y buenos compañeros. Porque, así como nos enseña el Maestro del libro de Eclesiastés: «Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo:

»un tiempo para nacer,
y un tiempo para morir;
un tiempo para plantar,
y un tiempo para cosechar...
un tiempo para llorar,
y un tiempo para reír;
un tiempo para estar de luto,
y un tiempo para saltar de gusto...
un tiempo para intentar,
y un tiempo para desistir...
»Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva; y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba, y disfrute de todos sus afanes.»

por Carlos Rey

APACIENTA MIS OVEJAS

Lectura: Juan 21:15-17.
“¿Me amas?... Apacienta Mis ovejas” Juan 21:17
Justo antes de que dejara este mundo, Jesús instruyó a Simón Pedro para que cuidara del objeto más preciado de Su amor, Sus ovejas. ¿Cómo podía alguien cuidar de ellas tal y como Jesús lo había hecho? Sólo por amor a Él. No hay otra manera.
Tres veces le preguntó Jesús a Pedro: «¿Me amas?» Pedro respondió: «Sí, Señor; Tú sabes que Te amo». Y, cada vez, Jesús le respondió: «Apacienta Mis ovejas».
¿Acaso no estaba Jesús al tanto del amor de Pedro? Por supuesto que sí. Su pregunta, que involucraba tres respuestas, no eraa para Él mismo, sino para Pedro. Él hizo estas preguntas para subrayar la verdad esencial de que sólo el amor a Cristo sostendría a Pedro en la obra que le esperaba realizar por delante, esa obra ardua y exigente de cuidar de las almas de las personas; tal vez la más dura de todas las labores.
Jesús no le preguntó a Pedro si él amaba a Sus ovejas, sino si Le amaba a Él. El afecto por el pueblo de Dios en sí no nos sostendrá. Al final, nos encontraremos derrotados y desalentados.
El «amor de Cristo» -nuestro amor a Él- es la única motivación suficiente que nos capacitará para permanecer en la dirección adecuada y para continuar apacentando al rebaño de Dios. Por lo tanto, Jesús nos pregunta a ti y a mí, «¿Me amas? Apacienta Mis ovejas».
Es el amor a Cristo lo que nos capacitará para amar a Sus hijos.