sábado, 25 de diciembre de 2010

DOS CLASES DE DEMENCIA

El matrimonio de John y Jenny Colomer, de Aspendale, Australia, estaba colmado de felicidad. Los cuatro hijos que les llegaron en rápida sucesión intensificaron aún más esa felicidad. Pero a los ocho años de matrimonio, comenzó una pesadilla. Jenny empezó a tener problemas mentales, y éstos se fueron agravando mes tras mes hasta llegar a ser insoportables.

Un día Jenny, presa de una furia descontrolada, castigaba brutalmente a sus hijos sin ningún motivo. Otro día, la emprendía contra su esposo. Así transcurrieron ocho años de locura, hasta el día en que Jenny atacó y golpeó a su esposo John. Éste la sujetó del cuello y, bajo una ola de locura propia, apretó demasiado fuerte y Jenny murió estrangulada. El juzgado, comprendiendo su tragedia, lo declaró inocente.

Una de las peores pesadillas que quebranta el corazón y destruye la paz ocurre cuando algún miembro de la familia padece perturbaciones mentales, sobre todo si se trata del padre o de la madre. Pero hay una demencia que, a pesar de la aparente contradicción de vocablos, no es mental sino espiritual. Ésa es la que padece el hombre o la mujer, que por más que desea y que busca la paz interna —esa paz del corazón que llega hasta lo profundo del alma—, no la halla. Tiene inteligencia, bienes materiales, buena familia, una posición reconocida y todo lo que el mundo estima valioso, pero no tiene paz. Daría cualquier cosa por tener tranquilidad en el alma, satisfacción, contentamiento y paz, pero nada de eso tiene. Esa es la demencia del corazón, y muchas personas padecen de ella.

Para la demencia mental, hay tratamientos psicológicos y drogas fuertes. Pero, ¿qué hay para la demencia del corazón? ¿Hay alivio para el alma atribulada y para el corazón confundido? ¡Sí lo hay!

Un joven que buscaba la paz se acercó a Jesucristo y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» El Señor, en resumen, le contestó: «Si me sigues de cerca, encontrarás la paz que estás buscando. Y mientras lo hagas, experimentarás paz, gozo y libertad. Pero tienes que dejarlo todo y seguirme» (Lucas 18:18-22).

Esta es la gran verdad: para la demencia espiritual la solución es rendirnos a Cristo y seguir sus pasos. En Él hay verdadera paz.

Hermano Pablo

Más allá del pesebre


“Pues el Señor mismo les va a dar una señal:
La joven está encinta
y va a tener un hijo,
al que pondrá por nombre Emanuel.” Isaías 7:14

En esta época del año el mundo pareciera volverse un lugar más cálido y piadoso.
Los corazones se enternecen, hay más sonrisas en los rostros, una mayor predisposición a dar y compartir crean una atmósfera que nos permite mirar al futuro con una inusual esperanza.

Nuestras casas se llenan de símbolos que anuncian la llegada de la Navidad, árboles navideños, cintas, velas, estrellas, todo apunta a que el mundo se prepara para recibir algo.

Los infaltables pesebres se dejan ver por todas partes, el niño envuelto en pañales en los brazos de María, los pastores, los ángeles. Todos ellos nos relatan una historia que aun que repetida nos sienta bien; algo en ese pesebre nos reconforta, una magia especial se apodera de nosotros, nos abstrae de nuestra cotidianeidad y lleva nuestros pensamientos a una dimensión diferente. No sabemos bien que es, pero algo nos atrae, una promesa tal vez, una necesidad, una búsqueda.

La Nochebuena por fin llega, los preparativos, la comida, la reunión con familiares y amigos. Al menos por unos minutos el mundo deja sus quehaceres y levanta una copa en favor de aquel niño. Es el momento cúlmine, nos abrazamos, intercambiamos buenos deseos, una palabra de aliento, un “te quiero”, un perdón, una mirada.

Con la misma velocidad con la que nuestro entorno se vistió de Navidad, el Año Nuevo comienza a tomar protagonismo, pronto nos encontramos recibiendo el nuevo año y mucho más rápido aún habremos vuelto a nuestra vida de todos los días. A pesar de los festejos y regalos, del hermoso tiempo compartido, un sentimiento extraño habla a nuestra alm a, de alguna manera nos sentimos como un niño que esperaba encontrar algo más debajo del árbol, no sabemos bien qué era, pero nos queda sabor a poco, nos habían prometido más y no lo hemos recibido.

La cotidianeidad con sus responsabilidades y cargas pronto se encargará de acallar ese sentimiento, la esperanza de recibir ese algo se habrá esfumado dejándonos una vez más con las manos vacías.

¿Será que el pesebre no nos relata toda la historia? ¿Será que tanto preparativo nos ha distraído y no la hemos escuchado hasta el final?

El niño en el pesebre, frágil, inocente, ternura a flor de piel. Su carita pequeña, María apenas la deja ver, lo arropa con ternura mientras duerme, lo abraza con amor y lo alimenta. Desde el cielo el Padre lo contempla con decisión, ese mismo rostro pequeño es el que un día tan desfigurado habrá perdido toda apariencia humana.

De pronto el niño del pesebre se convierte en alguien sin belleza ni e splendor, no había nada de atrayente en él, varón de dolores, acostumbrado al sufrimiento.

El niño del pesebre que todos queremos ver, es tratado como alguien que no merece ser visto.
Sin embargo, él estaba cargando con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores, fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades.
El castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud.
Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino. El Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros.
El niño vino a nacer para ser maltratado, para someterse humildemente; y ni siquiera abrió la boca, lo llevaron como oveja al matadero.
Al niño del pesebre se lo llevaron injustamente y no hubo quién lo defendiera, nadie se preocupó de su destino. Lo enterraron al lado de hombres malvados, lo sepultaron con gente perversa, aunque nunca cometió ningún crimen ni hub o engaño en su boca. (Fragmentos tomados de Isaías 52:13 al 53:12)

Lo que infructuosamente buscamos cada año debajo del árbol es lo que el siervo justo de Dios vino a traernos. El pesebre no nos cuenta toda la historia, tal vez sólo la parte que estamos dispuestos a escuchar.

Para no quedarte esta Navidad con las manos vacías, permítete escuchar un poco más, la historia completa es la que da sentido a la Navidad.

Dios ha preparado algo, un regalo que cada año coloca debajo del árbol para ti. Si te fijas bien, te darás cuenta que siempre ha estado allí, y aunque muchas Navidades ha quedado sin abrir, el Dios de misericordia lo sigue colocando cada año para ti.

No dejes que esta Navidad pase y se vaya dejándote otra vez con las manos vacías, decídete a conocer al niño más allá de su pesebre y recibe lo que ha venido a traer par ti.

“Y Jesús les dijo:
- Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tend rá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed.” Juan 6:35


“Y nosotros mismos hemos visto y declaramos que el Padre envió a su Hijo para salvar al mundo.” 1 Juan 4:14

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
EricaE

LA NAVIDAD DE MARIA

Lectura: Lucas 1:26-33; 2:4-7.
"Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" Lucas 2:19

Fue todo, menos una idílica, silenciosa y fresca noche en Belén cuando una asustada adolescente dio a luz al Rey de reyes. María soportó el dolor de la llegada de su bebé sin la ayuda de nadie más que las manos ásperas de carpintero de José, su prometido. Es probable que los ángeles hayan cantado una serenata para los pastores que estaban en los campos cercanos, con alabanzas para el Niño, pero todo lo que María y José escucharon fueron los sonidos de los animales, la agonía del parto y el primer llanto de Dios manifestado en forma de un bebé. Una estrella de gran magnitud brillaba en el cielo nocturno, encima del recinto, pero el pesebre era un escenario lóbrego para estos dos visitantes foráneos.
Una combinación de asombro, dolor, temor y gozo probablemente penetró en el corazón de María cuando José colocó al bebé en sus brazos. Ella sabía, por la promesa de un ángel, que este pequeñín era «el Hijo del Altísimo» (Lucas 1:32). Al escudriñar en Sus ojos y luego en los de José, en medio de la penumbra, quizá se preguntó cómo habría de criar a Aquel cuyo reino jamás tendría fin.
Esa noche especial, María tenía mucho para meditar en su corazón. Ahora, más de 2,000 años después, cada uno de nosotros necesita considerar la importancia del nacimiento de Jesús, Su posterior muerte y resurrección, y también Su promesa de que regresará.
Dios vino a morar con nosotros para que pudiéramos vivir con Él.