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Enviado por: JEPF.
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«Tengo miedo de ser un muchacho negro y estar creciendo en el mundo de las drogas —admitió Marquette, joven de diecisiete años—. No quiero ser un Don Nadie.»
Teodoro, de dieciséis años, manifestó: «El problema mío es la envidia. Envidio al que tiene más que yo. Los muchachos de mi edad ganan mucho dinero vendiendo drogas.»
Antonio, también de dieciséis años, declaró: «Yo siento mucha culpa. Es degradante estar preso. Yo nunca pensé que sería la vergüenza de mi familia.»
Y Mickey, de quince, añadió: «La codicia es una enfermedad destructiva. Nunca queda satisfecha.»
Estas fueron las declaraciones de cuatro muchachos que estaban en la cárcel en una de las grandes metrópolis del mundo. ¿Su crimen? La venta de drogas.
He aquí cuatro jinetes apocalípticos modernos: el miedo, la envidia, la culpa y la codicia. Los cuatro galopan entre la juventud de esta era. El mayor tráfico de drogas en la actualidad se realiza entre jóvenes y adolescentes. Unos la venden, otros la compran, y muchos la consumen.
Estos cuatro jinetes son como tempestades que agitan el alma y la vida de nuestros jóvenes y de toda la sociedad. Casi no hay una sola persona que no sea víctima, en una forma u otra, de esta tormenta universal. El miedo, la envidia, la culpa y la codicia imperan, imbatibles, en todos los sectores y capas sociales de todos los países del mundo.
¿Cómo combatirlos? ¿Cómo superarlos? ¿Cómo librar a sus víctimas de su dominio opresivo y demoledor?
Lo hemos dicho una y mil veces, y lo seguiremos diciendo hasta que muramos. Y si Dios nos lo permite, quedará constancia grabada y por escrito para, aun después de partir de esta vida, seguir pregonando esta gran verdad universal: «Jesucristo cambia el corazón humano.»
La única solución para el desbarajuste de nuestra sociedad, que ha quedado ya casi sin valores morales y espirituales, es una sujeción a una autoridad superior. Esa autoridad es Jesucristo, el Hijo de Dios. Cuando Él no es el Señor de nuestra vida, no tenemos ni mapa, ni brújula, ni timón ni piloto que nos conduzca por los caminos de la cordura y la razón. Sin Dios estamos a la deriva.
Por el bien de nuestra propia vida, de nuestro cónyuge y de nuestros hijos, rindámonos a Cristo. Invitémoslo a que sea el Señor de nuestra vida. Él cambiará nuestra depresión en paz y nuestra confusión en luz. Él quiere ser nuestro Señor.
Hermano Pablo.
Te escribo para saludarte y porque ahora sí tengo que surtirme, pues la “canasta básica” con que me mandaste al mundo, se me ha ido agotando a lo largo de estos años. Por ejemplo, la paciencia se me acabó por completo, igual que la prudencia y la tolerancia.
Ya me quedan poquitas esperanzas y el frasquito de fe, esta también apurandose.
Una mañana de abril de 1822, dos navíos de guerra británicos encargados de luchar contra la trata de esclavos detuvieron un barco negrero. En la cala estaban amontonados 187 cautivos flacos y hambrientos.
Entre ellos había un adolescente, Ajayi, originario de una aldea cercana a la costa de Benin. Una guerra civil había obligado a Ajayi a huir a la selva.
Mientras corría, sintió que una cuerda caía sobre sus hombros y le apretaba el cuello. ¡Estaba enlazado como una cabra montés! Fue separado de los suyos, vendido y revendido varias veces. En dos ocasiones trató de suicidarse, pero Dios velaba sobre aquel de quien quería hacer su siervo.
Cuando Ajayi fue liberado, subió a un navío que navegaba rumbo a Freetown, en Sierra Leona, donde los esclavos liberados eran acogidos e instruidos. Allí se convirtió al cristianismo. Más tarde escribió: «Unos tres años después de haber sido liberado de la esclavitud de los hombres, descubrí que existe otra esclavitud que no conocía, la del pecado y de Satanás. Le agradó al Señor abrir mi corazón y liberarme de esa esclavitud peor que la primera».
Algunos años más tarde, Ajayi salió como misionero al corazón de África y permaneció allí 62 años. Ya no sentía odio por aquellos que tanto lo habían hecho sufrir. Mostró gran compasión y una abnegación sin límites por los que todavía eran esclavos de los hombres y del pecado. El Señor se lo llevó a la edad de 83 años.
Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Efesios 2:13
© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)
Un Joven alpinista iba acompañado por dos fuertes y experimentados guías, en su primer intento por escalar los Alpes Suizos, y se sentpia seguro de tenr un guía en la delantera y otro detrás de él.
Escalaron varias horas. Sin aliento y exhaustos, lograron por fin llegar a las rocas que entre la nieve sobresalían justo antes de llegar a la cima. Al faltar solo unos metros para llegar a la cima, el guía que iba al frente se echó a un lado para que el joven alpinista pudiera ver el paisaje por primera vez, una maravillosa vista panorámica de picos cubiertos de nieve y un brillante y despejado día en el cual no se veía una sola nube.
Aferrandose a las rocas mientras escalaba, el joven dió un último salto hasta la cima.
El guía rapidamente lo asió y tiró de él hasta bajarlo. El joven no sabía que a menudofuertes vientos soplaban sobre las rocas de la cima, cuya velocidad podía hacerlo caer.
Al instante, el guía le informó de tal peligro diciendole: ¡Tiene que arrodillarse señor! ¡Nunca estará mas seguro acá arriba que de rodillas!
Este joven descubrió que aunque pensó estar bien preparado para escalar, aún había mucho más por aprender. La vida está saturada de errores y el peligro mayor radica en no aprender de ellos.
\”LO QUE ERES, ES EL REGALO DE DIOS PARA TI. LO QUE HACES DE TI MISMO, ES TU REGALO PARA ÉL.\”
Santiago 1:4
…Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seaís perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna…