miércoles, 5 de marzo de 2014

CUANDO EL TECHO SE NOS VIENE ENCIMA

El grupo de niños jugaba muy alegre. David Bertolotto, instructor de natación que tenía diecisiete años de edad, estaba dando la clase a catorce estudiantes que tenían entre cuatro y seis años de edad. Era una piscina cubierta de una Asociación de Jóvenes en Roxbury, Massachussets, Estados Unidos.
En plena clase, un crujido siniestro los hizo mirar hacia arriba. El techo de cemento, a quince metros de altura, comenzó a desplomarse. David elevó una oración rapidísima: «¡Señor, ayúdanos!», y frenéticamente empezó a sacar niños de la piscina y del edificio. Cuando hubo retirado al último, el techo cayó del todo. Un trozo de cemento le pegó a David en un lado del cráneo. No lo mató, pero le desgarró parte del cuero cabelludo.
«Cuando se hunde el piso o se desploma el techo —dijo David en el hospital—, lo mejor es clamar de inmediato a Dios.»
David tenía toda la razón. Había obtenido empleo temporal como instructor de natación de niños pequeños en esa institución. En la primera sesión había ocurrido lo inesperado. Y en ese momento terrible, su fe en Dios le había hecho, primeramente, clamar a Dios en forma instantánea, y luego disponerse animosamente al trabajo del rescate. Así salvó la vida de todos los niños.
¿Qué podemos hacer cuando el techo se nos viene encima? No el techo de un edificio sino el de nuestra vida: nuestra situación económica, nuestra condición familiar, nuestra salud, nuestras emociones. Cuando todo parece desplomarse y venírsenos encima, ¿qué podemos hacer?
Algunos salen corriendo desesperadamente, tratando de huir de la situación. Otros se sumergen en un lago de alcohol, tratando de no pensar. Otros se dan a los estupefacientes para insensibilizarse. Y otros se encierran en su problema y no tienen nada que ver con nadie. Pero nada de esto resuelve el problema. Al contrario, lo empeora.
La solución es hacer lo que hizo David Bertolotto: clamar a Cristo, fuente viva de toda ayuda, todo socorro y toda respuesta. Es fácil acudir a Cristo en cualquier emergencia de la vida cuando Cristo es nuestro amigo de todos los días, es decir, cuando vivimos acostumbrados a la oración. ¿Cómo logramos eso? Buscando su amistad, entregándole nuestra voluntad, nuestro afecto y nuestra confianza. No es difícil; Cristo nos está esperando.
Hermano Pablo

MEDITAR

"...Meditad sobre vuestros caminos" (Hageo 1:7, RV 1960).
Para comprender un poco más el versículo citado, es necesario remitirnos a los capítulos 4 y 5 del libro de Esdras, donde encontramos que los adversarios de Dios y de su pueblo habían impedido la reedificación del templo:
"Pero el pueblo de la tierra intimidó al pueblo de Judá, y lo atemorizó para que no edificara. Sobornaron además contra ellos a los consejeros para frustrar sus propósitos, todo el tiempo de Ciro rey de Persia y hasta el reinado de Darío rey de Persia" (Esdras 4:4-5, RVR 1960).
Pasados algunos años luego de aquella interrupción de la obra de reconstrucción del templo, vino palabra de Dios por medio del profeta Hageo sobre Josué, el líder espiritual, y sobre Zorobabel, el líder político de Judá:
"Así ha hablado Jehová de los ejércitos,diciendo: Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo, el tiempo de que la casa de Jehová sea reedificada. Entonces vino palabra de Jehová por medio del profeta Hageo, diciendo: ¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta? " (Hageo 1:2-4, RVR 1960).
Es interesante observar cómo Dios interpela al pueblo a través de una sencilla pregunta -recurso utilizado varias veces en la Biblia- que requiere una sincera respuesta y, por supuesto, no acepta excusas.
Aparentemente el pueblo había considerado que ese no era el tiempo para servir al Señor (pese a las evidencias históricas) y se habían dedicado a construir sus propias casas y a priorizar sus propios asuntos y necesidades. Dios los llama a que reflexionen sobre ello y los resultados obtenidos:
" Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho, y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís y no os calentáis..." (Hageo 1:5-6, RVR 1960).
Pese al empeño puesto en prosperar, no habían logrado demasiado. En los versículos 7-11 del capítulo 1, podemos leer que Dios vuelve a instar al pueblo a que mediten sobre sus propios caminos y a que se pongan a trabajar en la reedificación del templo; les recuerda también que muchas de las situaciones adversas que atravesaban (sequías, improductividad, etc.) se debían a que Su Casa estaba desierta y cada uno de ellos corría por lo suyo: "Por cuanto mi casa está desierta, y cada uno corre a su propia casa" (Hageo 1:9, RVR 1960).
En la actualidad vemos a menudo situaciones como las que narra el libro de Hageo. Podemos ver muchos cristianos ocupados en edificar su propio bienestar y que deciden que este no es el tiempo para servir a Dios y edificar Su Casa. Personas con dones dados por Dios que se escabullen en la congregación para no comprometerse con la obra del Señor y de esa manera no tener que renunciar a su comodidad. También se observan aquellos que dejan el ministerio en la iglesia local por desavenencias con otros hermanos o porque simplemente no tienen más ganas y desean tomarse un tiempo para ellos mismos. En fin, los motivos egoístas para dejar la obra de Dios sobran, pero los obreros que quieran comprometerse sostenidamente, escasean. Por tal motivo, estimado lector, es importante que atendamos las palabras dichas por Dios a través del profeta Hageo: "Meditad sobre vuestros caminos" y podamos sincerarnos delante de Aquel que nos ama incondicionalmente. ¿Hay algo que Dios nos mandó a hacer y no estamos haciendo? ¿Hay algo más importante que Dios en nuestras vidas que no nos permite servir como un día le hemos prometido? ¿En qué momento de nuestras vidas y por qué motivo hemos decidido dejar de servir en la obra de Dios? ¿Cómo está nuestro corazón delante de Él? ¿Está nuestro orgullo delante?
En los versículos 12 al 15 del capítulo 1, la Biblia dice que luego de que los líderes y el pueblo oyeron la palabra del Señor tuvieron temor reverente y Dios les volvió a hablar a través del profeta Hageo:"Yo estoy con vosotros"(v.13) y despertó el espíritu de los líderes y del pueblo, quienes se pusieron a trabajar en la casa del Señor. Imagínese la alegría que habrá sentido el pueblo al saber que Dios estaba con ellos, más allá de sus tropiezos, y que los acompañaría en la reedificación del templo. De la misma manera, Él está con nosotros cuando decidimos servirle con un corazón sencillo, humilde y fiel.
Siempre hay tiempo para meditar, reflexionar y examinar nuestros corazones, tal vez esta sea una buena oportunidad para volvernos al Señor y darle nuevamente la prioridad en nuestras vidas.
"Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos"(Efesios 5:15-16, RVR 1960).

POR EL VALOR DE UN JOVEN

La temperatura era helada: diez grados bajo cero. El viento era fuerte: cuarenta kilómetros por hora. No era tiempo propicio para esquiar. Pero la señora Chris Bailey quiso de todos modos subir a la montaña. Así que llevó a su pequeña hija, Ángela, de cinco años, y las dos subieron al telesquí y empezaron el ascenso.
A la mitad del trayecto, y a veinte metros de altura, la silla en que subían perdió un soporte. La niña se desprendió de la madre y quedó colgando, sostenida de un solo brazo. La tragedia era inminente. Cinco minutos más, y la niña caería del telesquí.
Fue entonces que intervino Samuel Durán, valiente joven de diecisiete años. Trepó como un gato por los hierros de la torre de sostén, se aferró del cable y, desollándose las manos con los alambres, bajó diez metros hasta donde colgaba la niña, y la salvó. La madre, agradecida, expresó su sentimiento con una oración: «Gracias, Padre celestial, por el valor de este joven.»
Esta cuasi tragedia, que no llegó a ser, ocurrió en las montañas de Utah, al comienzo del invierno de 1990. Fue notable la decisión de Samuel Durán de trepar hasta la torre de sostén del cable, deslizarse por el cable mismo, y cobrar fuerza suficiente para rescatar a la pequeña.
Y la expresión de la madre tenía su razón de ser. «Gracias, Padre celestial, por el valor de este joven.» Porque Samuel era un joven tímido, apocado. No había sobresalido ni en el deporte, ni en los estudios ni en ninguna actividad social. Sus conocidos lo habían tenido siempre por «poca cosa».
Pero nadie sabe cuánto puede obrar el poder de la voluntad cuando ésta se necesita. Samuel sintió con urgencia que la salvación de Ángela dependía sólo de él. Si él no la salvaba, la niña moriría.
Dios es esa fuerza imponderable que actúa en los seres humanos en el momento de necesidad. El hombre moderno, intelectual y complejo ha desalojado a Dios de su vida. No lo toma en cuenta, ni siquiera cuando lo necesita. Por eso vive en tensión continua, en frustración y en depresión.
Todos necesitamos con urgencia buscar a Cristo, fuente de verdad, luz y vida. Él es quien da libremente el socorro. Cristo está, ciertamente, en las páginas de la Biblia, pero está también al lado del que lo busca. Él desea ser nuestro Libertador. Permitamos que Él nos salve y nos dé su paz.
Hermano Pablo