sábado, 30 de junio de 2012

EVENTO



Barcelona vivirá una semana inolvidable que cambiará el ambiente espiritual de la ciudad trayendo a miles de personas al conocimiento de Cristo como su Única Esperanza...

¡No te pierdas este extraordinario Concierto Góspel! con Jaci Velásquez, Emmanuel Djob, Ingrid Rosario, el Coro Góspel the River, el Coro Africano de Góspel y el Coro del Institut de Góspel de Barcelona.

Del 25 al 30 de junio, Seis Noches Inolvidables de Adoración y testimonio del Poder de Dios en el Palau Sant Jordi...

No te lo pierdas!!! Corre la Voz y únete a quienes queremos ver la Gloria de Dios moviéndose en Barcelona.

Más Información en ww.barcelona2012.com.es

Apoyo desde Perú.

Les saluda su hermana en Cristo Patricia Olivera, desde Lima - Perú. Es una gran bendición poder contactarme con ustedes a través de este medio, por el cual Dios nos ha bendecido para compartir y llevar de su Gloria a todas las naciones. Quien les escribe es escritora de algunas de las poesías que ustedes han publicado en el blog de la Iglesia, y ha sido una sorpresa y de bendición para mi haberlas hallado. La siguiente es para ofrecerles mi apoyo enviádoles material poético y de reflexión. Si ustedes así lo estiman háganlo saber, que estaré en espera de su respuesta.
Dios los bendiga y esté con ustedes siempre.

Patricia J. Olivera Costilla. 

PROVERBIOS 12:14


miércoles, 27 de junio de 2012

HOGAR, AMARGO HOGAR

El apartamento era pequeño. Constaba de dos cuartos, un baño, un comedor y una cocina. La cuota mensual del arriendo era baja, pues estaba ubicado en una zona popular de Nueva York. Aunque pequeño y humilde, eso no impidió que en él se colocara el tradicional cartelito que se pone en tantas casas y que dice: «Hogar, dulce hogar».
Lamentablemente, el cartel que debía habérsele colocado a ese apartamento era todo lo contrario: «Hogar, amargo hogar». Porque la familia que habitaba allí, compuesta por Herman McMillan, de cuarenta y dos años, su esposa Frances, de treinta y cuatro, y sus nueve hijos, de uno a dieciséis años de edad, vivía de una manera deplorable. En ese hogar los padres maltrataban física y sexualmente a sus hijos. La policía que investigó el caso describió a la familia como «una llaga de la gran ciudad».
A menudo se oye decir que el hogar es el cielo en la tierra, que no hay mayor felicidad que la que se puede hallar entre las cuatro paredes del nido familiar, que todas las penas de la calle se dejan cuando uno traspasa el umbral de ese lugar querido. Y todo eso es cierto, hermosamente cierto. Hay muchísimos casos de familias unidas, cariñosas y amables que, aunque pobres, saben ser felices con lo poco que tienen. En esos hogares sí que se puede aplicar el dicho: «Hogar, dulce hogar».
Pero hay otros hogares en que no cabe ese dicho, como el de los McMillan. En lugar de un cielo, es un infierno. En vez de reinar la paz, reina la violencia. En vez de vivir en armonía, se vive en discordia. En lugar de recibir amor y cariño, los hijos reciben brutales palizas. Y lo que es peor, los padres, en lugar de respetar de un modo sano y maduro a sus hijos, los maltratan sexualmente: el padre, a sus hijas; y la madre, a sus hijos.
¿A qué le podemos atribuir la culpa de semejante atrocidad? A dos vicios mortales que entraron a aquella casa: el alcohol y la cocaína. Cuando esos dos males terribles se posesionan de un hogar, lo degradan, lo envilecen y lo descomponen.
Los hijos del matrimonio McMillan recordarán siempre, con angustia, con horror y con rabia, el hogar frío que les dieron sus padres, y llevarán el resto de la vida el estigma del abuso deshonesto y la marca de la degradación. No dejemos nunca que entren a nuestra casa ni el alcohol ni la droga, ni los introduzcamos jamás en nuestro organismo. Considerémoslos nuestros mayores enemigos. Aborrezcámoslos y combatámoslos. Jesucristo desea ayudarnos, entrando Él, más bien, a nuestro corazón. Él no sólo tiene el poder para vencer esos enemigos, sino también un profundo interés en nuestro bienestar personal. Démosle entrada a nuestra vida antes que sea demasiado tarde.

 Hermano Pablo

EL EESTA CONTIGO

Estaba, pues, Jehová con Josué, y su nombre se divulgó por toda la tierra. Josué 6:27.
¿Cómo definir, con palabras, el dolor de Jaime? ¿Cómo explicar la causa de sus lágrimas? No es fácil.Los sueños son sagrados. Nacen en el alma, se van formando como un niño en el vientre materno: esperas, ansioso, el día de verle el rostro. Pero, ¿qué sucede si pasa el tiempo y la realidad no aparece? Miras hacia adentro, y allí, en lo recóndito de tu ser, solo encuentras restos de algo que se negó a ver la luz. Y te asustas, y sientes que tu sueño se transformó en una horrible pesadilla.
Jaime soñaba con ser rico y famoso. Pensaba que, para eso, el primer paso sería liberarse de los “tabúes que el cristianismo le imponía”.
“Al final de cuentas”, pensaba, “vivimos en un mundo en que no hay lugar para los melindres de la conciencia”. Y partió, como el águila, rumbo al infinito de sus aspiraciones. Voló, voló y voló, en busca del sol. Y de repente, sintió las alas chamuscadas en el fuego de la fama; y volvió, solo y triste, de regreso a su realidad de dolor y de lágrimas.
Diferente realidad la de Josué. “Su nombre se divulgó por toda la tierra”, afirma el texto. El joven líder de Israel no buscó fama: busco servir, y el resultado fue la fama. Diferente de Jaime, que buscó la fama y encontró el dolor.
“Estaba, pues, Jehová con Josué”. Esta frase expresa el secreto de Josué: Dios controlaba su vida y sus decisiones. Él era el principio, el medio y el fin de su experiencia. En el poder de Dios, enfrentó a los ejércitos enemigos de Canaán y los derrotó. Cada victoria alcanzada lo preparaba para la siguiente. Su confianza en Dios aumentaba. Aumentaban, también, su dependencia y su sumisión.


Pero, esta sumisión, lejos de convertirlo en un debilucho lleno de “tabúes”, lo convertía en un guerrero intrépido, capaz de ver la victoria antes de que los enemigos surgiesen. La preocupación que dominaba sus actos no era alcanzar la fama, sino servir a Dios y a su pueblo. La fama fue la consecuen¬cia natural de ser guiado por el Señor.
Haz de este un día de confianza y de entrega a Dios; ten la seguridad de que tus decisiones no son solamente tuyas. Pide la aprobación divina y, después, parte rumbo a las grandes victorias que el Señor tiene preparadas para ti. Porque “estaba, pues, Jehová con Josué, y su nombre se divulgó por toda la tierra”.

domingo, 24 de junio de 2012

POR EL VALOR DE UN JOVEN

La temperatura era helada: diez grados bajo cero. El viento era fuerte: cuarenta kilómetros por hora. No era tiempo propicio para esquiar. Pero la señora Chris Bailey quiso de todos modos subir a la montaña. Así que llevó a su pequeña hija, Ángela, de cinco años, y las dos subieron al telesquí y empezaron el ascenso.
A la mitad del trayecto, y a veinte metros de altura, la silla en que subían perdió un soporte. La niña se desprendió de la madre y quedó colgando, sostenida de un solo brazo. La tragedia era inminente. Cinco minutos más, y la niña caería del telesquí.
Fue entonces que intervino Samuel Durán, valiente joven de diecisiete años. Trepó como un gato por los hierros de la torre de sostén, se aferró del cable y, desollándose las manos con los alambres, bajó diez metros hasta donde colgaba la niña, y la salvó. La madre, agradecida, expresó su sentimiento con una oración: «Gracias, Padre celestial, por el valor de este joven.»
Esta cuasi tragedia, que no llegó a ser, ocurrió en las montañas de Utah, al comienzo del invierno de 1990. Fue notable la decisión de Samuel Durán de trepar hasta la torre de sostén del cable, deslizarse por el cable mismo, y cobrar fuerza suficiente para rescatar a la pequeña.
Y la expresión de la madre tenía su razón de ser. «Gracias, Padre celestial, por el valor de este joven.» Porque Samuel era un joven tímido, apocado. No había sobresalido ni en el deporte, ni en los estudios ni en ninguna actividad social. Sus conocidos lo habían tenido siempre por «poca cosa».
Pero nadie sabe cuánto puede obrar el poder de la voluntad cuando ésta se necesita. Samuel sintió con urgencia que la salvación de Ángela dependía sólo de él. Si él no la salvaba, la niña moriría.
Dios es esa fuerza imponderable que actúa en los seres humanos en el momento de necesidad. El hombre moderno, intelectual y complejo ha desalojado a Dios de su vida. No lo toma en cuenta, ni siquiera cuando lo necesita. Por eso vive en tensión continua, en frustración y en depresión.
Todos necesitamos con urgencia buscar a Cristo, fuente de verdad, luz y vida. Él es quien da libremente el socorro. Cristo está, ciertamente, en las páginas de la Biblia, pero está también al lado del que lo busca. Él desea ser nuestro Libertador. Permitamos que Él nos salve y nos dé su paz.

 Hermano Pablo

sábado, 23 de junio de 2012

EL ENCERRADO

Mis días son largos en esta vieja mecedora…

Ya no puedo aventurarme fuera, no me atrevo.

Mi corazón está triste, mi cuerpo, desgastado…

Ellos dicen que les importo, pero eso lo dudo.
Nadie me visita, nadie me llama…

Así que todo lo que puedo hacer es permanecer sentado, mirando las paredes.

Espero y me pregunto si sonará el teléfono…

Cuánto deseo que lo hiciera, o, cuánto cantaría mi corazón.
Tan solo un golpe en la puerta, alguien que diga hola…

Me daría tanta felicidad…

¿Pasará?

¿Antes de que muera yo?
Solía ir a la iglesia, cuando podía estar de pie…

La gente me sonreía y estrechaba mi mano.

Ellos profesaban amar y vivir por "El Libro"…

Ahora, cómo me tratan, solamente echen una mirada.
Espero que nunca lleguen a la situación en la que estoy…

Es terrible cuando está uno forzado a estar encerrado.

Los días son largos y algunas veces, también las noches…

Oro a mi Hacedor ya que sé que su amor es real.
Inclino mi cabeza y levanto mi mano,

Sé que pronto dejaré este mundo.

Yo espero mi solitario tiempo aquí en la tierra,

Porque contigo, Jesús, he nacido de nuevo.
Intento recordar, Jesús, por lo que atravesaste…

Y no guardar resentimiento pero todavía me entristece…

Recordar lo que hiciste por mí en el Calvario…

Y prometo, Señor, siempre honrarte a Ti.
Tal y como orases Tú una vez, así también lo haré yo…

Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen.

Lona Robinson, Missouri, copyright 2006
Fuente: www.motivateus.com

Cuántos son los que por ser ancianos, enfermos o presos, se sienten solos. Ya nadie los visita o siquiera los llama. Este es un buen día para acordarnos de aquellos qaue están encerrados.

Por causa de la pobreza y del hambre andaban solos; Huían a la soledad, a lugar tenebroso, asolado y desierto. Job 30:3

Para oír el gemido de los presos, Para soltar a los sentenciados a muerte. Salmo 102.20

viernes, 22 de junio de 2012

LA DIFICIL TAREA DE APRENDER


El aprendizaje es un proceso que exige una disciplina y esfuerzo. El crecimiento cristiano, de igual modo, depende de la disposición de nuestro corazón, nuestra mente, el tiempo dedicado, la importancia que le otorgamos a la voz del Padre.

Al principio estamos ávidos de buscar la verdad y el entusiasmo nos renueva las fuerzas día a día para disciplinarnos. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, nos cuesta cada vez seguir aprendiendo y lo que antes nos resultaba una motivación se convierte en un sacrificio.

Por supuesto que detrás de todas nuestras debilidades hay alguien que planea la manera de ocupar nuestra mente de excusas para dejar de sentirnos culpables ante las faltas.
Podemos excusarnos eternamente, porque de hecho, no somos tan malas personas y ejercemos “no tan mal” el cristianismo… eso sí, probablemente no podemos visualizar la voluntad de Dios viviendo en una chatura.

Sabemos que no hemos sido pensados para la mediocridad pero no tenemos las agallas para pensar qué maravillosas cosas experimentaríamos si nos abandonásemos en las manos de Él.

Quizás el comienzo para comenzar a andar el camino del crecimiento espiritual sea identificar cuál resulta el enemigo que debemos enfrentar para comenzar a aprender. Las barreras del aprendizaje se erigen para impedirnos comenzar a andar ese camino.¿ Cuál es nuestro enemigo a vencer?

• No somos conscientes de nuestra ceguera. La primera tarea es reconocernos en nuestra situación. Mirar el interior y analizarnos.

• No tenemos tiempo. Es nuestra gran excusa, el caballito de batalla de todos los argumentos. No demos más rodeos: el tiempo es un recurso más de nuestras vidas que debemos administrar, es una cuestión de prioridades de nuestro corazón.

• Confundimos información con saber. A veces los estudios bíblicos resultan una fuente de datos más. El saber involucra más que el tener información. Porque yo se algo es que hago tal o cual cosa; de modo que cuando tengo internalizado un saber creo fehacientemente en él y actúo en consecuencia.

• Confundimos opinión con saber. ¿Cuántas veces hacemos hablar a la Biblia haciendo interpretaciones según nuestro parecer? Emitir opiniones acerca de lo que nosotros pensamos que Dios quiere decir está muy lejos de saber realmente qué quiere de nosotros. Esta es una conducta más común de lo que imaginamos. Pensemos en esto: frente a una controversia ¿qué solemos hacer? Seguramente opinamos del tema diciendo “Dios quiere… Dios no quiere…” y pocas veces recurrimos a la palabra y la oración para preguntar directamente a la fuente cuál es su voluntad.

• Yo no puedo. Nosotros mismos ponemos la vara de nuestro crecimiento según las aptitudes que tenemos y si la estima es baja la vara también lo será. Pero la debilidad es la materia prima preferida del Creador. ¡No se trata de lo que nosotros mismos pensamos que somos sino lo que verdaderamente podemos llegar a ser en sus manos!

• Excluimos la espiritualidad del aprendizaje. Nuestro aprendizaje es eminentemente espiritual. Podemos hacer grandes razonamientos pero la experiencia debe ser espiritual. Esto significa que lo que aprendamos debe ser transformador. Sí o sí debe tener un impacto de cambio en nuestra vida.

“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Todas la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir , para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” 2 Timoteo 3:14 - 17

Equipo de colaboradores del Portal de la Iglesia Latina
www.iglesialatina.org
meryrueda

miércoles, 20 de junio de 2012

CUANDO EL TECHO SE NOS VIENE ENCIMA

El grupo de niños jugaba muy alegre. David Bertolotto, instructor de natación que tenía diecisiete años de edad, estaba dando la clase a catorce estudiantes que tenían entre cuatro y seis años de edad. Era una piscina cubierta de una Asociación de Jóvenes en Roxbury, Massachussets, Estados Unidos.
En plena clase, un crujido siniestro los hizo mirar hacia arriba. El techo de cemento, a quince metros de altura, comenzó a desplomarse. David elevó una oración rapidísima: «¡Señor, ayúdanos!», y frenéticamente empezó a sacar niños de la piscina y del edificio. Cuando hubo retirado al último, el techo cayó del todo. Un trozo de cemento le pegó a David en un lado del cráneo. No lo mató, pero le desgarró parte del cuero cabelludo.
«Cuando se hunde el piso o se desploma el techo —dijo David en el hospital—, lo mejor es clamar de inmediato a Dios.»
David tenía toda la razón. Había obtenido empleo temporal como instructor de natación de niños pequeños en esa institución. En la primera sesión había ocurrido lo inesperado. Y en ese momento terrible, su fe en Dios le había hecho, primeramente, clamar a Dios en forma instantánea, y luego disponerse animosamente al trabajo del rescate. Así salvó la vida de todos los niños.
¿Qué podemos hacer cuando el techo se nos viene encima? No el techo de un edificio sino el de nuestra vida: nuestra situación económica, nuestra condición familiar, nuestra salud, nuestras emociones. Cuando todo parece desplomarse y venírsenos encima, ¿qué podemos hacer?
Algunos salen corriendo desesperadamente, tratando de huir de la situación. Otros se sumergen en un lago de alcohol, tratando de no pensar. Otros se dan a los estupefacientes para insensibilizarse. Y otros se encierran en su problema y no tienen nada que ver con nadie. Pero nada de esto resuelve el problema. Al contrario, lo empeora.
La solución es hacer lo que hizo David Bertolotto: clamar a Cristo, fuente viva de toda ayuda, todo socorro y toda respuesta. Es fácil acudir a Cristo en cualquier emergencia de la vida cuando Cristo es nuestro amigo de todos los días, es decir, cuando vivimos acostumbrados a la oración. ¿Cómo logramos eso? Buscando su amistad, entregándole nuestra voluntad, nuestro afecto y nuestra confianza. No es difícil; Cristo nos está esperando.
Hermano Pablo