martes, 1 de noviembre de 2011

PIXIOTE

Eran tres menores, tres muchachos que tenían menos de dieciséis años. Se pusieron máscaras en el rostro, se calaron un gorro hasta los ojos y, empuñando pistolas, asaltaron un almacén. Robaron dinero y otros objetos de valor.

Perseguidos por la policía, los tres jovencitos fueron apresados. Uno de ellos era Fernando Ramos Da Silva, de Brasilia, Brasil. Tiempo atrás, Fernando había protagonizado una película brasileña llamada «Pixiote». Pixiote es el nombre que se le da en Brasil al joven delincuente, el mismo que se llama golfo en España, gamín en Bogotá y sabandija en el Río de la Plata.

El joven Fernando, al ver paralizada su carrera en el cine, decidió vivir en la vida real su personaje de la película. Lástima que erró el camino, lo cual lo llevó a ser sentenciado y condenado.

Muchas veces la realidad de nuestra vida supera a la fantasía que podemos atribuirle. Mucha gente que vive soñando sueños imposibles, de pronto se ve envuelta en aventuras que recuerdan, y aun superan, sus más locas fantasías.

Un joven artista norteamericano se suicidó después de haber encarnado, en un papel breve como extra, a un muchacho que se suicidó atándose cartuchos de dinamita en el pecho. Otro, que en una obra teatral tenía que imitar un ataque de locura furiosa, desempeñó con tanta maestría su papel que terminó en la vida real completamente loco.

Cuando se rompe en nuestro cerebro el delgado tabique divisorio entre la verdad y la fantasía, entre la conciencia y la imaginación, entre la razón y la sinrazón, el resultado es una acción desequilibrada y destructiva.

¿Cómo podemos hacer para mantener siempre, constantemente, el equilibrio mental, para no hacer de la realidad, fantasía, y de la fantasía, realidad? Poniendo nuestra mente y nuestro corazón, los dos elementos vitales de nuestro ser, en las manos de Cristo. Haciendo de Cristo no sólo el Salvador de nuestra alma, sino el Maestro de nuestra vida y el Señor de nuestra voluntad.

Sólo con Cristo y por medio de Cristo mantenemos el perfecto equilibrio moral y mental para poder ser personas cabales, íntegras, sanas y felices. Porque sólo Jesucristo, el Señor perfecto, puede hacer perfecta nuestra alma.

Hermano Pablo

SECUELAS PERJUDICIALES

Lectura: 2 Samuel 12:1-14.
"… no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo…" 2 Samuel 12:10
Un joven, que constantemente se metía en problemas, siempre pedía perdón a los padres cuando lo reprendían. A pesar del daño que les había hecho con su mal proceder, al poco tiempo volvía atrás y se portaba mal otra vez, porque sabía que lo perdonarían.
Al final, el padre lo llevó al garaje para hablar. Tomó un martillo y clavó un clavo en la pared. Luego le dijo a su hijo que tomara el martillo y sacara el clavo.
El muchacho se encogió de hombros, tomó el martillo y arrancó el clavo.
—El perdón es así, hijo. Cuando haces algo malo, es como clavar un clavo. Perdonar es como sacar ese clavo.
—Claro— dijo el muchacho.
—Ahora toma el martillo y saca el agujero que hizo el clavo— agregó su padre.
—¡Es imposible!— dijo el joven. —No se puede sacar.
Como lo ilustra esta historia y lo comprueba la vida del rey David, el pecado acarrea consecuencias. Aunque David fue perdonado, el adulterio y el asesinato que cometió dejaron marcas, y desencadenaron problemas familiares (2 Samuel 12:10). Esta solemne verdad puede servir de advertencia para nuestra vida. La mejor manera de evitar las secuelas perjudiciales del pecado es vivir obedientes a Dios.
Nuestros pecados pueden ser perdonados y limpiados, pero debemos afrontar las consecuencias.