Nuestras palabras son una herramienta para hacer mucho bien. Podemos hablar a nuestro Padre celestial en favor de nosotros mismos o de los demás; podemos hablar la Verdad de Jesucristo y cantarle alabanzas; podemos capacitar, animar y advertir; y podemos expresarnos amor unos a otros.
Nuestras palabras tienen también el poder de herir. A veces todo comienza con algo pequeño; un comentario a una política de la iglesia o una conversación acerca de un conocido, puede tener un efecto de bola de nieve, causando un gran daño.
Podemos expresar nuestras opiniones de una manera criticona (”¿Viste como él…? o, por curiosidad, hacer una pregunta que provoca una respuesta negativa (”¿Sabes por qué ella…?). Nuestras preguntas y comentarios pueden sembrar semillas de duda y desconfianza que pueden herir la reputación de las personas.
Otra palabra para esos comentarios es “chisme”. Dios tiene palabras severas contra los chismosos. Éstos separan a los buenos amigos, traicionan la confianza y fomentan la disensión. Los más preocupantes de todos, a los ojos del Señor, compañeros de viaje de los chismosos, son los injustos, los perversos, los detractores y los aborrecedores de Dios.
¡Perdóname aquellos de los que no estoy consciente!
13 Libra, además, a tu siervo de pecar a sabiendas;
no permitas que tales pecados me dominen.
Así estaré libre de culpa
y de multiplicar mis pecados.
14 Sean, pues, aceptables ante ti
mis palabras y mis pensamientos,
oh Señor, *roca mía y redentor mío.
Salmo 90: 12