Aun hoy el Señor está llamando. Hay urgencia de llevar este mensaje redentor a quienes aún no le conocen y el Señor hoy pregunta: A quién enviaré y quién ira por nosotros? Si hoy quiero responder a este llamado, yo debo estar seguro que al responder como Isaías el Heme aquí, envíame a mí, no esté siendo yo motivado por los sentimientos.
El corazón humano es sensible y tierno y puede fácilmente ser tocado por visiones de miles de hambrientos o multitudes solicitando el evangelio. Excepto aquellos que han sido tocados por el Espíritu Santo, las demás personas buscan quizá otra cosa y no el evangelio. Si los sentimientos son mi razón para aceptar el llamado de Dios, estos no permanecerán y pronto mis impulsos humanistas se cambian en duda, critica y finalmente desespero.,
Mis impulsos humanitarios pueden ser empáticos pero no son redentores. Yo necesito para responder al llamado del Señor mucho más que un mero envolvimiento emocional para hacer retroceder el Reino de las tinieblas. Yo necesito el invisible poder de Dios. Jesús en su misión en la tierra fue motivado por dos cosas sobrecogedoras.
Su amor redentor y sacrificado y el llamado de Dios que exigía su obediencia. A menos que estas dos fuerzas actúen en mi en este día, mi respuesta al llamado de Dios será en breve un genuino fracaso. Hoy tampoco debo responder al llamado de Dios por manipulación de nadie.
Si hoy respondo al llamado de mi pastor o del misionero, pronto les estaré pidiendo que me pongan en la misericordia de los recursos de ellos. Pero si hoy respondo al llamado de Dios, yo estaré descansando en la misericordia de los recursos del Padre celestial. Como podré saber si he respondido al llamado de los hombres o al llamado de Dios. Eso lo sabré con el tiempo.
Si he respondido al llamado de Dios, el llamado crecerá más y mas con el correr de los días, si he respondido al llamado de los hombres el llamado disminuirá más y más con el tiempo. La única forma de estar listo al llamado de Dios es ser tocado por el carbón que sale de su altar. Mi respuesta es llegar al altar, la respuesta de Dios es purificarme y darme el llamado.