Santiago 1:13-15 Así como las pruebas santas están dispuestas para suscitar lo mejor en nosotros, las tentaciones impías están hechas para sacar lo peor de nosotros. Se debe tener una cosa bien clara. Cuando uno es tentado a pecar, la tentación no procede de Dios. Dios sí prueba o ensaya a los hombres por lo que a su fe respecta, pero nunca tienta a nadie a cometer ninguna forma de mal. Él mismo no tiene tratos con e l mal, y no seduce a pecar. El hombre está siempre dispuesto a pasar a otros la responsabilidad por sus pecados. Si no puede darle la culpa a Dios, adoptará un enfoque de la moderna psicología, diciendo que el pecado es una enfermedad. De esta manera espera escapar del juicio. Pero el pecado no es una enfermedad; es un fracaso moral del que el hombre ha de dar cuenta. Algunos incluso tratan de dar la culpa del pecado a objetos innanimados. Pero las "cosas" materiales no son pecaminosas en sí mismas. El pecado no se origina ahí. Santiago sigue al león hasta su guarida al decir: Cada uno es tentado, cuando es atraído y seducido por su propia concupiscencia. El pecado brota de dentro de nosotros, de nuestra vieja naturaleza malvada, caída e irregenerada. Jesús dijo: "porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias" (Mateo 15:19). La palabra que emple a Santiago para concupiscencia es literalmente deseo y podría referirse a cualquier forma de deseo, bueno o malo. Pero con pocas excepciones se emplea en el NT para describir malos deseos, y este es ciertamente el caso aquí. La concupiscencia es asemejada aquí a una mala mujer exibiendo sus encantos y seduciendo a sus víctimas. Cada uno de nosotros es tentado. Tenemos viles deseos y apetitos impuros que constantemente nos apremian a pecar. ¿Somos pues víctimas inermes, cuando somos atraídos y seducidos por nuestra propia concupiscencia? No: podemos expeler todo pensamiento de pecado de nuestra mente y concentrarnos en aquello que es puro y santo (Fil. 4:8). También cuando somos objeto de intensa tentación, podemos clamar al Señor, recordando que "Torreón fuerte es el nombre de Jehová; a Él se acogerá el justo y estará a salvo" (Pr. 18:10). Si esto es así, entonces, ¿por qué pecamos? Aquí tenemos la respuesta: Entonces la concupiscencia, da a luz el pecado. En lugar de expulsar el vil pensamiento, puede que lo estemos alentando, alimentando y disfrutando con él. Este acto de consentimiento es asemejado a la relación sexual. La concupiscencia concibe y nace un repulsivo bebé llamado pecado. Esto es otra manera de decir que si pensamos en un acto prohibido el tiempo necesario, finalmente lo cometeremos. Todo el proceso de la concupiscencia concibiendo y dando a luz el pecado queda vívidamente ilustrado en el incidente de David y Betsabé (2 S. 11:1-27). I cuando el pecado es consumado, produce la muerte, dice Santiago. El pecado no es algo estéril, sin fruto: produce su propia descendencia. La declaración de que el pecado proudce muerte puede comprenderse de varias maneras: Primero, el pecado de Adán trajo la muerte física sobre sí mismo y sobre toda posteridad (Gn. 2:17). Pero el pecado conduce asimismo a la muerte eterna, espiritual -la separación final de la persona de D ios y de la bendición (Ro. 6:23a)-. Hay también un sentido en el que el pecado resulta para muerte del creyente. Por ejemplo, en 1 Timoteo 5:6 leemos que una viuda creyente que vive en placeres está muerta mientras vive. Esto significa que está desperdiciando su vida y dejando totalmente de cumplir el propósito para el que Dios la salvó. Para el cristiano, estar fuera de comunión con Dios es una forma de muerte en vida. Coloración de: Taty |
domingo, 29 de noviembre de 2009
LAS TENTACIONES
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