domingo, 29 de noviembre de 2009

EL ENCANTO DE LOS OJOS

Ibrahim Abubakar, muchacho de apenas doce años, se acercó al río para lavar ropa. Estaba en el estado de Gongola, al nordeste de Nigeria. Dos hombres le habían hecho el encargo, acordando pagarle algunas monedas por hacer el trabajo.

Silbando despreocupado, Ibrahim comenzó a lavar la ropa. En eso los dos hombres se le acercaron sigilosamente por detrás y lo hicieron perder el conocimiento de un fuerte golpe a la cabeza. Acto seguido, hicieron una cosa horrenda: le extirparon ambos ojos.

¿La razón de este bárbaro hecho? Un brujo, curandero de la región, les había pedido dos ojos humanos para prepararles un encanto que les protegería de heridas y que haría invisible cualquier cosa robada que tuvieran entre sus posesiones.

La brujería, el curanderismo, las adivinaciones, los encantamientos y hechizos son algunos de los males más difundidos en la humanidad. Y son los más antiguos también, ya que nacieron en la vieja y antigua Babilonia.

Se ha dicho que la magia es la religión de la mayoría en la humanidad. En las antiguas religiones de China, India y Japón es dogma oficial. Entre los musulmanes se practica en cierta medida. Entre los judíos de los tiempos bíblicos estuvo estrictamente prohibida. Y el cristianismo en su forma más pura la ha rechazado siempre.

Sin embargo, las supersticiones y su parienta cercana, las ciencias ocultas, no han sido erradicadas del todo. Han coexistido con el cristianismo en Europa y en América, y hasta el día de hoy se practican oculta o abiertamente.

Es que las supersticiones y las creencias en brujas, hechizos, horóscopos, maleficios, maldiciones, salaciones, mal de ojos, curanderismo y demás falsas creencias existen sólo donde hay ignorancia de la Biblia, la Palabra de Dios. Pues cuando el Libro Santo ilumina el alma, y el mensaje del Evangelio puro de Cristo penetra la mente y el corazón del pueblo, las malas artes se van.

Cuando el apóstol Pablo predicó a Cristo con vehemencia en la ciudad de Éfeso —narra el libro de Los Hechos—, centenares de personas que habían practicado la magia y el ocultismo repudiaron sus malas artes y aceptaron a Cristo. Entonces quemaron sus libros en la plaza pública, ¡y eso que el costo de esos libros era de más de cincuenta mil piezas de plata! Cuando la luz del Evangelio brilla en medio de la las tinieblas, éstas se retiran vencidas.

Hermano Pablo

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