martes, 27 de mayo de 2008

LAS MANOS DE DIOS

Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra esta quebrada y abandonada me pregunto:
- ¿Dónde están las manos de Dios?
Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil.
Cuando veo al prepotente y pedante, enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero y del campesino carente de recursos para defender sus derechos, me pregunto:
- ¿Dónde están las manos de Dios?
Cuando contemplo a esa anciana olvidada, cuando su mirada es nostálgica y balbucea aún palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto:
- ¿Dónde están las manos de Dios?
Cuando miro a ese joven, antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol. Cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora con harapos, sin rumbo, sin destino; me pregunto:
- ¿Dónde están las manos de Dios?
Cuando esa chiquilla que debería soñar en fantasías, la veo arrastrar la existencia y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir se pinta la boca y se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo; me pregunto:
- ¿Dónde están las manos de Dios?
ando aquél pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico o su miserable cajita de dulces sin vender. Cuando lo veo dormir en la puerta de un zaguán o debajo de algún puente titiritando de frío, con unos cuantos periódicos que cubren su frágil cuerpecito. Cuando su mirada me reclama una caricia, cuando lo veo sin esperanza vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto:
- ¿Dónde están las manos de Dios?
Y me enfrento a él y le pregunto:
- ¿Dónde están tus manos Señor?, para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados. Después de un largo silencio, escuché su voz que me reclamó:
- ¿No te has dado cuenta que TÚ eres mis manos?. ¡Atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar las estrellas!
Y entonces comprendí que las manos de Dios somos TÚ y YO. Nosotros somos los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje para luchar por un mundo más humano y más justo, aquellos cuyos ideales sean más altos que no puedan acudir a la llamada del destino, aquellos que desafiando el dolor, la crítica, la blasfemia, se reten a sí mismos para ser las manos de Dios.
Señor, ahora me doy cuenta que mis manos están sin llenar, que no han dado lo que deberían dar. Te pido perdón por el amor que me diste y que no he sabido compartir. Sé que las debo usar para amar y conquistar la grandeza de la creación. El mundo necesita esas manos llenas de ideales y estrellas, cuya obra magna sea contribuir día a día a forjar una civilización.
Unas manos que busquen valores superiores, que compartan generosamente lo que Dios nos ha dado y puedan al final llegar vacías al cielo porque entregaron todo el amor para el que fueron creadas.
Y entonces Dios seguramente dirá:
- Estas, ¡son mis manos!

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