Un predicador había estado dando conferencias en Hampshire, en un lugar alejado de la zona donde solía evangelizar. Al volver a su casa, pasó frente au pequeño grupo de casas que estaba oculto enre unas colinas y árboles. Una de las casas era una choza, desolada en extremo, y con muestras evidentes no solo de pobreza, sino también de descuido. El techo se caía a trozos, con agujeros por donde penetraba la luz del sol de día o la de las estrellas de noche. Cuando llovía, el agua encontraba un camino fácil por en medio de las goteras, y la nieve también se debía colar con facilidad. Había dos ventanas, una sobre otra, porque la casa era de un piso; pero había trozos de madera y paja rellenando los huecos en las paredes.
El pastor traspasó el humbral de aquella casa de miseria y encontró al ocupante de la casa. Éste tenía como 29 años de edad, y su aspecto era patético por lo desproporcionado de sus formas, producto de una crianza dolorosa por una madre borracha ¡Pobre Wiliam, sufrió mucho en su niñez! La influencia de esa madre malvada aún pesaba sobre él, y era ella quien remendaba las paredes. Tan repugnante era el estado de la casa, que el predicador estuvo a punto de marcharse, y dejar solo al pobre joven, que estaba sentado en u taburete bajo entre la mesa sucia y una silla rota. No había nada más en la habitación, excepto un libro abierto entre las piernas del pobre lisiado, que él estaba leyendo atentamente. El pastor le preguntó:
-¿Qué haces? ¿Qué lees?
-El nuevo testamento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo -fue la respuesta.
El predicador decidió que antes de presentarse y dar a conocer su oficio, intentaría conocer el verdadero carácter del hombre. Por lo tanto...
-¿Encuentras, como dicen muchas personas religiosas, que se deriva mucho bien de leer ese libro? ¿Crees que me haría mejor?
El joven miró con expresión de solemnidad y seriedad, lleno de significado y mostrando que ese cuerpo deformado era morada de un alma viva, dijo:
-Si el mismo Espiritu que movió a los santos hombres de antaño a escribirlo abre tu corazón, entonces te hará bien, sino no; porque "el hombre natural no recibe las cosas del Espíritu de Dios; porque le son locura; ni las puede conocer, porque se deben discernir espiritualmente.
Este lenguaje era maravilloso para un hombre como aquel y en un lugar como ese. El pastor se olvidó entonces de las circunstancias, de la casa horrible y del aspecto externo de Wiliam, y se dio cuenta de que hablaba con uno que era de la generación escogida, real sacerdocio. El era un hermano amado; y al momento sintió los lazos de esa bendita comunión. Pero fiel a su plan original, decidió poner a prueba estas palabras, y le dijo:
-¿Cómo puedes saber eso? ¿Cómo llegaste a saberlo? Tú no eres un hombre de estudios...
El joven miró seriamente al predicador, como intentando descubrir su alma, y añadió:
-No sé quién es usted, señor, ni qué le ha traído aquí; pero este libro me dice que esté presto para dar a todo hombre que me lo pida la razón de la esperanza que hay en mí; y le pido a Dios que lo pueda hacer con humildad y temor. Usted ve, señor, que soy un lisiado, pero usted no sabe cuán gran pecador soy.
-¿Cómo es eso? No puedes emborracharte, apostar como otros hacen... ¿Cómo has pecado?
-Soy uno de los mayores pecadores del mundo. Yo pensé que porquye Dios me hizo un hombre lisiado y pobre, y me castigaba por nada, yo pensé que podría tener libertad para pecar; porque yo decía que Él no sería tan duro como para castigarme después de crearme paralítico. Y como era el pecado más fácil para mí, me dediquñe a jurar y a blasfemar horriblemente. Sin embargo, hace tres años, y bendito sea Dios por ello, un día cuando iba con las muletas a la puerta, me cogió muy fuertemente la luz del sol, y me doló, y clamé y caí al suelo. Entonces me vino un pensamiento: "¿Qué bien he hecho en toda mi vida? Ninguno. ¿Cómo pretendo ir al cielo? No iré allí, iré a otro lugar." Como ve no sabía de otra manera de ir al cielo que por mis buenas obras.
Bien -insistió el pastor- ¿hay otra manera aparte de las buenas obras para ganar el favor de Dios?
La cara del joven lisiado se iluminó mientras respondía:
Por las obras de la Ley nadie será justificado; porque por la Ley es el conocimiento del pecado; no por obras de justicia que hayamos hecho, sino según a su misericordia Él nos salvó por el lavamiento de la regeneración del Espíritu Santo, que Él derramó en nosotros abundantemente por Cristo Jesús nuestro Salvador. Pero en esta situación de desamparo, yo oré; y fueron oraciones muy extrañas, supongo, las más raras que usted haya oído en su vida. Pero Dios oyó mis oraciones. De alguna manera le agradaron. Orar es justo decirle a Dios lo que queremos de Él. Entonces me dediqué a leer el Nuevo Testamento que teníamos en casa. Al principio no encontré nada sino lo que me condenaba, palabras terribles: "serpientes y generación de víboras, ¿cómo escaparéis a la condenación del infierno? Entonces lo leí una y otra vez, y cuando llegué al bendito capítulo primero de la Primera Epístola de Juan, y leí esas preciosas palabras: "la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado", entonces sentí que su preciosa sangre me limpió, y me pareció estar en un mundo nuevo. Ahora podía arrepentirme, ahora podía creer, ahora podía amar a Dios; y si tuviera mil vidas, las habría entregado a Cristo.
-Bien -preguntó el pastor- ¿ya no has vuelto a pecar desde entonces?
Movió su cabeza con una sonrisa triste y contestó:
-Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.
-Pero si ibas a pecar después de todo eso, ¿no será mejor seguir en ignorancia?
La rápida respuesta fue:
-Teniendo confianza que Él ha empezado la buena obra en nosotros, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo; si algún hombre peca, tenemos abogado con el Padre, Jesucristo el justo, y Él es la propiciación por nuestros pecados.
Este pobre paralítico, que nunca había leído otro libro salvo la Bibloia, nunco ayó un sermón, ni cruzó el umbral de una casa de oración, estaba, no obstante, por la enseñanza del Espíritu de Dios, aplicándose su Palabra, evidentemente haciéndose así sabio para salvación, rico en fe, un hijo de Dios y un heredero de su Reino. Él poseíabelleza espiritual, a pesar de su deformidad corporal; y aunque vestido de harapos, estaba cubierto con los gloriosos ropajes de justicia del Redentor.
Para probar a Wiliam en otra dirección, su desconocido amigo le preguntó:
-¿Piensas entonces que no te importa que peques, o como vivas, ahora que Él es tu Salvador?
Con santa indignación en su cara, exclamó:
-¡Dios lo prohiba! ¿Cómo nosotros que estamos muertos al pecado viviremos más en él? Porque el amor de Cristo nos constriñe; pensando esto, que si uno murió por todos, entonces todos murieron; y para que los que vivimos no vivamos para nosotros mismos sino para aquel que murió por nosotros, y resucitó.
Mientras decía esto con un espíritu muy serio, observó en la cara del predicador, y vió una lágrima. El pobre joven inmediatamente exclamó con gozo irreprensible:
-¡Estoy seguro de que usted no es lo que parece! Decidme ¿quién es usted?, y ¿por qué vino a verme?
La respuesta estaba madura ahora:
-Mi querido hermano cristiano, soy un pobre pecador que ha sido guiado como tú por el Espíritu Santo a confiar en que Jesús murió por los impíos. Acabo de decir a tus vecinos que "la paga del pecado es muerte; pero el don de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor Nuestro".
El efecto de esta declaración sobre William fue inmediata. Se levantó como pudo de su asiento, cogió las manos del predicador, y cayendo sobre sus rodillas, exclamó una profunda y alegre acción de gracias:
-Oh, mi Dios te doy gracias. Has oído mi oración. Oré para que pudiera ver y hablar con uno de tu pueblo antes de morir.
Luego siguió una alegre charla sobre el Evangelio y los asuntos de Dios, y oraron y alabaron a Dios. Se volvió a visitar a William, que al poco eimpo, durmió en Jesús.
jueves, 22 de mayo de 2008
EL PARALITICO
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