Lectura: Salmo 51:1-12.
"Reconozco mis rebeliones" Salmo 51:3
A la anciana no le gustaba cómo oraba su pastor cada domingo por la mañana, así que se lo dijo. Le molestaba que, antes de predicar, Le confesara a Dios que había pecado la semana anterior. «Pastor —le dijo—, no me gusta pensar que mi pastor peca».
Nos gustaría creer que nuestros líderes espirituales no pecan, pero la realidad nos dice que ningún cristiano está exento de las cargas de la naturaleza pecaminosa. Pablo les dijo a los creyentes en Colosas: «Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros» (Colosenses 3:5). El problema es que algunas veces no lo hacemos. Cedemos a la tentación y quedamos hechos un lío. Pero no quedamos desamparados. Tenemos un patrón a seguir para la restauración.
Ese patrón proviene del corazón y la pluma del rey David, cuyo pecado demostró las tristes consecuencias de sucumbir ante la tentación. Lee cuidadosamente el Salmo 51, cuando David reconoció su pecado. Primero, se lanzó a los pies de Dios, suplicando misericordia, reconociendo su pecado y confiando en el juicio de Dios (vv.1-6). Luego, buscó purificación de parte de Aquel que perdona y hace «borrón y cuenta nueva» (vv.7-9). Finalmente, David pidió restauración con la ayuda del Espíritu Santo (vv.10-12).
¿Está el pecado robándote el gozo e impidiendo tu comunión con el Señor? Al igual que David, entrégaselo a Él.
El arrepentimiento despeja el camino para que andemos con Dios.
"Reconozco mis rebeliones" Salmo 51:3
A la anciana no le gustaba cómo oraba su pastor cada domingo por la mañana, así que se lo dijo. Le molestaba que, antes de predicar, Le confesara a Dios que había pecado la semana anterior. «Pastor —le dijo—, no me gusta pensar que mi pastor peca».
Nos gustaría creer que nuestros líderes espirituales no pecan, pero la realidad nos dice que ningún cristiano está exento de las cargas de la naturaleza pecaminosa. Pablo les dijo a los creyentes en Colosas: «Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros» (Colosenses 3:5). El problema es que algunas veces no lo hacemos. Cedemos a la tentación y quedamos hechos un lío. Pero no quedamos desamparados. Tenemos un patrón a seguir para la restauración.
Ese patrón proviene del corazón y la pluma del rey David, cuyo pecado demostró las tristes consecuencias de sucumbir ante la tentación. Lee cuidadosamente el Salmo 51, cuando David reconoció su pecado. Primero, se lanzó a los pies de Dios, suplicando misericordia, reconociendo su pecado y confiando en el juicio de Dios (vv.1-6). Luego, buscó purificación de parte de Aquel que perdona y hace «borrón y cuenta nueva» (vv.7-9). Finalmente, David pidió restauración con la ayuda del Espíritu Santo (vv.10-12).
¿Está el pecado robándote el gozo e impidiendo tu comunión con el Señor? Al igual que David, entrégaselo a Él.
El arrepentimiento despeja el camino para que andemos con Dios.
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