Lectura: Gálatas 5:1-6,16-21.
"No uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros" Gálatas 5:13
La libertad es peligrosa en manos de aquellos que no saben cómo usarla. Esa es la razón por la que los criminales son confinados en cárceles con alambres de púas, barras de acero y muros de cemento. Piensa, si no, en una fogata a la que se le permite esparcirse en un bosque seco. Rápidamente se convierte en un infierno abrasador. La libertad sin barreras puede como el caos.
En ninguna otra parte esto se hace tan evidente como en la vida cristiana. Los creyentes están libres de la maldición de la ley, de su castigo y de su poder para producir la culpa. El temor, la ansiedad y la culpa son reemplazados por la paz, el perdón y la libertad. ¿Quién podría ser más libre que aquel que experimenta la libertad en lo más profundo de su alma? Pero aquí es donde a menudo fallamos. Usamos el privilegio de la libertad para vivir de manera egoísta, o pretendemos ser dueños de lo que simplemente nos ha sido encomendado por Dios. Incurrimos en maneras de vivir en las que nos permitimos excesos, especialmente en sociedades prósperas.
El uso apropiado de la libertad es «la fe que obra por el amor» para servirnos unos a otros (Gálatas 5:6,13). Cuando dependemos del Espíritu y gastamos nuestras energías en amar a Dios y ayudar a los demás, la obra destructora de la carne queda limitada por Dios (vv.16-21). Así que, usemos siempre nuestra libertad para construir, no para destruir.
Al igual que un fuego voraz, la libertad sin límites es peligrosa. Pero cuando está controlada, es una bendición para todos.
La libertad no nos da la libertad de hacer lo que nos agrada, sino de hacer lo que agrada a Dios.
"No uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros" Gálatas 5:13
La libertad es peligrosa en manos de aquellos que no saben cómo usarla. Esa es la razón por la que los criminales son confinados en cárceles con alambres de púas, barras de acero y muros de cemento. Piensa, si no, en una fogata a la que se le permite esparcirse en un bosque seco. Rápidamente se convierte en un infierno abrasador. La libertad sin barreras puede como el caos.
En ninguna otra parte esto se hace tan evidente como en la vida cristiana. Los creyentes están libres de la maldición de la ley, de su castigo y de su poder para producir la culpa. El temor, la ansiedad y la culpa son reemplazados por la paz, el perdón y la libertad. ¿Quién podría ser más libre que aquel que experimenta la libertad en lo más profundo de su alma? Pero aquí es donde a menudo fallamos. Usamos el privilegio de la libertad para vivir de manera egoísta, o pretendemos ser dueños de lo que simplemente nos ha sido encomendado por Dios. Incurrimos en maneras de vivir en las que nos permitimos excesos, especialmente en sociedades prósperas.
El uso apropiado de la libertad es «la fe que obra por el amor» para servirnos unos a otros (Gálatas 5:6,13). Cuando dependemos del Espíritu y gastamos nuestras energías en amar a Dios y ayudar a los demás, la obra destructora de la carne queda limitada por Dios (vv.16-21). Así que, usemos siempre nuestra libertad para construir, no para destruir.
Al igual que un fuego voraz, la libertad sin límites es peligrosa. Pero cuando está controlada, es una bendición para todos.
La libertad no nos da la libertad de hacer lo que nos agrada, sino de hacer lo que agrada a Dios.
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