martes, 1 de diciembre de 2009

EL ÚLTIMO CENTÍMETRO DE PELÍCULA

No bien terminó el terremoto, Sanford Greenwald, de nueve años de edad, salió a tomar fotos del desastre. Usaba una pequeña cámara Brownie, de las llamadas «de cajón». El niño hacía sus primeras armas en el periodismo gráfico.

Esto era en San Francisco, California, durante el terrible terremoto de 1906. Sanford desarrolló después una extensa carrera dentro de la fotografía y la cinematografía. Fue el primer hombre en filmar, en rollos de película larga, escenas desde el aire.

Filmó escenas de guerra en ambas contiendas mundiales, y filmó el célebre desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944, llamado el día «D», como también la primera explosión atómica del mundo en Alamogordo, estado de Nuevo México, el 16 de julio de 1945.

Después de haber acabado muchos rollos de película en su vida, los cuales ascendieron a centenares de miles de metros, terminó el rollo de su propia vida. Sanford Greenwald, el reportero fílmico más grande del mundo, murió el viernes 14 de septiembre de 1984, a los ochenta y siete años de edad.

He aquí un hombre que marcó rumbos y abrió brechas en el arte y la profesión del reportaje gráfico. Vio nacer la industria fílmica y tomó parte activa en ella. Filmó rollos de película en blanco y negro por todas partes del mundo en las décadas de 1910 y 1920. Cuando se produjo el advenimiento del color y del sonido, también fue de los primeros en aprovecharlos.

Pero el rollo de su propia vida, ese carretel que todos traemos lleno al nacer, y que lo vamos desenrollando día por día y lo vamos consumiendo a la vez, tenía también marcado un día: el día en que corrió el último centímetro de película y Dios escribió la palabra «Fin».

¿Qué vio y contempló para seguir filmando Sanford Greenwald, cuando pasó de este mundo al otro, y de esta vida presente a la vida de la eternidad? No lo sabemos. Sólo Dios conoce el destino de cada hombre que muere. Puede que haya ido a contemplar la gloria. O puede que haya ido a ver las escenas lúgubres del báratro.

Lo que sí sabemos con toda seguridad es que el hombre que se rinde a Jesucristo y lo recibe como Señor y Salvador tiene la salvación eterna asegurada. Y sabemos que cuando deje de contemplar las escenas buenas o malas de esta vida, abrirá los ojos en la eternidad para contemplar allí las glorias, las bellezas y las grandezas que encierra.

Hagamos de Cristo, hoy mismo, antes que sea tarde, nuestro Señor y Salvador.

Hermano Pablo

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