Lectura: Salmos 70.
"Oh Dios, acude a librarme" Salmos 70:1
«Oh Dios, acude a librarme» oró el salmista David (Salmos 70:1). Al igual que él, a nosotros no nos gusta esperar. Nos disgustan las largas colas en las cajas registradoras de los supermercados y los embotellamientos del tráfico en el centro de la ciudad y alrededor de los centros comerciales. Detestamos esperar en el banco o en algún restaurante.
Y luego están las esperas más difíciles: una pareja sin hijos a la espera de un niño; una persona soltera a la espera del matrimonio; un adicto a la espera de liberación; un cónyuge a la espera de una palabra amable y gentil; un paciente preocupado a la espera del diagnóstico de algún doctor.
Sin embargo, aquello por lo que esperamos es muchísimo menos importante que lo que Dios está haciendo mientras esperamos. En tales momentos, Él obra en nosotros para desarrollar esas virtudes espirituales difíciles de alcanzar como la mansedumbre, la amabilidad y la paciencia con los demás. Pero, lo que es más importante, aprendemos a apoyarnos sólo en Dios y a «gozarnos y alegrarnos» en Él (v. 4).
F. B. Meyer dijo: «¡Qué capítulo podría escribirse acerca de las demoras de Dios! Es el misterio del arte de educar a los espíritus humanos para que lleguen al nivel de mayor excelencia de su carácter que puedan alcanzar. Qué exámenes del corazón, qué análisis de los motivos, qué pruebas de la Palabra de Dios, qué exaltaciones del espíritu . . . Todos éstos se relacionan con aquellos tediosos días de espera que, sin embargo, son grandiosos para el destino espiritual».
Dios estira nuestra paciencia para ampliar nuestra alma.
"Oh Dios, acude a librarme" Salmos 70:1
«Oh Dios, acude a librarme» oró el salmista David (Salmos 70:1). Al igual que él, a nosotros no nos gusta esperar. Nos disgustan las largas colas en las cajas registradoras de los supermercados y los embotellamientos del tráfico en el centro de la ciudad y alrededor de los centros comerciales. Detestamos esperar en el banco o en algún restaurante.
Y luego están las esperas más difíciles: una pareja sin hijos a la espera de un niño; una persona soltera a la espera del matrimonio; un adicto a la espera de liberación; un cónyuge a la espera de una palabra amable y gentil; un paciente preocupado a la espera del diagnóstico de algún doctor.
Sin embargo, aquello por lo que esperamos es muchísimo menos importante que lo que Dios está haciendo mientras esperamos. En tales momentos, Él obra en nosotros para desarrollar esas virtudes espirituales difíciles de alcanzar como la mansedumbre, la amabilidad y la paciencia con los demás. Pero, lo que es más importante, aprendemos a apoyarnos sólo en Dios y a «gozarnos y alegrarnos» en Él (v. 4).
F. B. Meyer dijo: «¡Qué capítulo podría escribirse acerca de las demoras de Dios! Es el misterio del arte de educar a los espíritus humanos para que lleguen al nivel de mayor excelencia de su carácter que puedan alcanzar. Qué exámenes del corazón, qué análisis de los motivos, qué pruebas de la Palabra de Dios, qué exaltaciones del espíritu . . . Todos éstos se relacionan con aquellos tediosos días de espera que, sin embargo, son grandiosos para el destino espiritual».
Dios estira nuestra paciencia para ampliar nuestra alma.
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