martes, 1 de septiembre de 2009

NO DEJAR PASAR EL TIEMPO

En la sala de estar de una residencia geriátrica se halla sentada una decena de ancianos.

La mayoría de ellos ya no participa en ninguna conversación. Algunos son totalmente dependientes de la persona que les empuja su silla de ruedas. Uno quisiera darles un mensaje de afecto y de aliento, pero les cuesta comunicarse.

Si todavía poseemos una buena salud y todas nuestras capacidades intelectuales, agradezcámoselo a Dios, quien nos preserva. Pero también debemos reflexionar en el empleo que hacemos de ellas.

¿Vivimos sólo para nosotros mismos, sin otra meta que satisfacer nuestras necesidades materiales y nuestros placeres, olvidando lo que dice la Escritura? “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Deuteronomio 8:3).

Es, pues, durante nuestra vida que conviene recibir ese alimento del alma que se halla en la Palabra de Dios. Al leerla descubrimos su mensaje esencial: Jesucristo, el Hijo de Dios. Él fue hecho hombre para liberarnos del mal. Dios cargó en su Hijo los pecados de todos los que confían en él. Al aceptar su sacrificio perfecto, Dios le resucitó y glorificó. Así manifiesta su justicia, cuando declara justo “al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26).

Para volvernos con fe hacia el Salvador, no aguardemos nuestra vejez, la que no podemos estar seguros de alcanzar.

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