miércoles, 10 de junio de 2009

LA OSA, EL HOMBRE Y DIOS

Ella era una osa, una enorme osa gris, del Parque Nacional de Montana, Estados Unidos. Cuando se ponía de pie, medía fácilmente dos metros y medio.

Él era Dean Lengkeek, un hombre de sesenta y cuatro años de edad que, acompañado de su esposa, tomaba un paseo por ese parque. El paseo era por un sector del bosque de pinos en la ladera de la montaña.

Cuando Dean y su esposa Lorraine estaban extasiados contemplando la creación de Dios, la osa atacó. Agarró al hombre con sus dientes y lo zamarreó como un trapo viejo. Dean y Lorraine hicieron lo que para ellos era normal: clamaron a Dios.

Nadie pudo comprobar científicamente qué fue lo que provocó la siguiente acción de la osa, pero ésta, de repente, soltó a Dean y se perdió en el bosque. Llevaron a su víctima al hospital, donde tuvieron que darle 200 puntadas. Su carne había sido desgarrada en todas partes. Lo que es cierto es que no quedó ninguna duda en la mente de Deane y de su esposa Lorraine de que fue Dios quien intervino para salvarle la vida.

Jesucristo caminaba un día por las calles de Jericó cuando dos ciegos que lo seguían le gritaron:

—¡Ten compasión de nosotros, Hijo de David!

Jesús les preguntó:

—¿Creen que puedo sanarlos?

—Sí, Señor —le respondieron.

Entonces Cristo les tocó los ojos y les dijo:

—Se hará con ustedes conforme a su fe.

En ese momento, dice el relato Bíblico, recobraron la vista (Mateo 9:27?30).

Así como con aquellos ciegos, se hará con nosotros conforme a nuestra fe. Si tenemos una relación establecida con el Señor, si Él vive en nuestro corazón, si estudiamos con interés su divina Palabra, si hablamos con Él diariamente por medio de la oración, si lo conocemos como amigo y sabemos que Él nos conoce a nosotros del mismo modo, podemos pedir de Él lo que necesitamos y saber que si lo que pedimos está dentro de su voluntad, lo tendremos. Y si no, podemos estar seguros de que Él sabe lo que nos conviene.

Para el que vive cerca de Dios, no hay ni temor ni desconfianza en clamar a Él cuando nos azotan las adversidades de la vida. Dios es un Padre amante que cuida de sus criaturas. Por eso siente compasión por nosotros cuando clamamos a Él. Esa confianza es nuestra cuando existe una genuina amistad entre Él y nosotros. Si esa relación no existe, no podemos clamar con fe. Pero Él nos invita, hoy mismo, a que le entreguemos nuestro corazón. Cristo quiere ser nuestro amigo.

Hermano Pablo.

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