Lectura: 1 Corintios 11:23-26.
"Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados" Isaías 53:5.
Después de haber encontrado los huevos de Pascua y haber abierto las cestas de Pascua, el tío Jaime sintió la obligación de descubrir si el cordero de chocolate blanco era hueco o sólido. Sin pensar en lo que podría pasar, él apretaba el cordero. De repente, el tío Jaime se quedó rígido, como si hubiese ingerido algún veneno paralizante.Finalmente, sus ojos se movían para ver si alguien había presenciado el hecho. Sin embargo, su pulgar permanecía enterrado en un costado del cordero.Esperó la reacción. Un lamento. Un alarido. Un grito de angustia por el dulce de chocolate aplastado. Y mientras los adultos en la habitación luchaban por encontrar frases que aliviaran el dolor de la pequeña Anita, de 3 años de edad, fue ella quien calmadamente dijo palabras que nos aliviaron a todos: "Está bien, tío Jaime. El cordero se iba a romper de todos modos cuando me lo comiera".Mientras los adultos tratábamos de inventar recuerdos sagrados de las tradiciones de la Pascua, una niñita de 3 años nos proporcionó un momento sagrado de verdad. Ella nos recordó que la Pascua trata acerca del perfecto Cordero de Dios, partido para que pudiéramos quedar completos. Su infantil sabiduría me hace pensar en las palabras que recordamos en la Cena del Señor: "Esto es Mi cuerpo, que por vosotros es dado". Probemos y veamos que la vida que Él ofrece es más dulce que cualquier otra cosa que preparemos para nosotros.
Nada habla más claro acerca del amor de Dios que la cruz.
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