domingo, 1 de marzo de 2009

EL AMOR DE DIOS Y EL NUESTRO

Lectura: Romanos 5:1-11
Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. —Romanos 5:8
Franklin Graham lo lamenta ahora, pero tuvo una juventud alocada y rebelde. Un día llegó rugiendo a la casa de su papá montado en su motocicleta Harley Davidson para pedir dinero. Con su atuendo de cuero, polvoriento y con la barba crecida, irrumpió en la sala de su padre, y entró de lleno en una reunión de la junta ejecutiva de Billy.
Sin dudarlo ni siquiera un segundo, Billy Graham identificó a Franklin como su hijo. Luego lo presentó orgulloso a cada miembro de la junta. Billy no pidió disculpas por su hijo ni mostró vergüenza o culpa alguna. Tiempo después, Franklin escribió en su autobiografía, Rebel With a Cause (Rebelde con causa), que el amor y el respeto que su padre le brindó ese día jamás le abandonaron, incluso durante sus años de rebeldía.
Nuestros hijos no tienen que ganarse nuestro amor. Retener el amor para nuestros propios propósitos egoístas es seguir al enemigo, no a Dios. El amor de Dios para con nosotros es inmerecido. No hicimos nada para ganarlo; no hay bien en nosotros que nos haya hecho merecedores de ello. «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Romanos 5:8). En todas nuestras relaciones, en especial con nuestros hijos, debemos mostrar ese mismo tipo de amor de manera auténtica.
Estamos llamados a tratar a nuestros hijos —y a todas las personas— con amor y respeto. Nos ayuda a recordar lo que éramos cuando Cristo murió por nosotros.
El amor de Dios cambia a los hijos pródigos en santos preciosos.

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