martes, 16 de septiembre de 2008

AHORA SERE AMADA

Una de las tragedias más grandes del ser humano es no sentirse amado. No es solo un problema de la mujer, sino del ser humano en general. Una de las mayores necesidades del ser humano es la de amor y pertenencia.

Cuando el ser humano se siente carente del amor verdadero y no tiene la sensación de pertenencia, entonces descubre que su vida no tiene sentido. El problema radica entonces en el esfuerzo desesperado que hacemos por basar nuestro valor en ese sentimiento de pertenencia.

Queremos sentirnos importantes a través del hecho de ser amados.

Lea llamo a su primer hijo Rubén porque ella dijo: “Dios miró mi aflicción” (Gen. 29:32) derivada de tener que compartir los afectos de su marido. “¡Tengo la solución!- pensó. ¡Ahora si me amará mi marido!” y aunque ese hijo era la respuesta del amor de Dios
para ella, Lea lo transformó en el camino para restaurar o mantener una relación que –según pensaba ella- la llevaría a la plenitud de su identidad. ¡Cuán equivocada estaba!

Muchas veces queremos buscar en cada una de nuestras relaciones el cimiento de nuestra valía personal. Demandamos del cónyuge, de los hijos, de los amigos, de la iglesia y del entorno algo que nadie nos puede dar. Pensamos que cada uno de ellos tiene la respuesta a nuestra carencia. Pero no es así. Si únicamente tenemos tales planteamientos, pronto aparecerán los “¡si tan solo mi esposo/a no fuera así!” “Si mis hijos… si la iglesia…, entonces yo sería y me sentiría mejor”.

Hoy necesitas recordar que tu valor no está fundamentado en una
relación. Tu valor reside en el amor de Dios por ti. Somos honorables para él. Eres honorable, de gran estima a sus ojos. Es esa la verdadera fuente de la verdadera autoestima.

¿El resultado? Bueno…, es lógico. Cuando comprendemos ese principio, las relaciones se estrechan y amamos lo que no es digno de amar. Ese amor se extiende hasta el mundo que perece sin Dios y sin esperanza. Tu serás solamente un canal que procede de la verdadera fuente y que lleva en si el verdadero amor de Dios.

“¡Me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste”. Jeremías 20.7

Deja que Dios te seduzca con su amor, déjate seducir por el Señor. Acepta su amor incomparable y perfecto.

“¿O pensáis que la Escritura dice en vano: «El Espíritu que él ha hecho habitar en nosotros nos anhela celosamente»?” Santiago 4.5

Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé. Isaías 43:4.


Dios nos ama con celo, nos quiere para Él, Él quiere ocupar el primer lugar en nuestros corazones, EL PRIMER LUGAR, no el segundo ni el tersero, EL PRIMERO!

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