En cierta ocasión un conocido agnóstico desafió a un igualmente conocido predicador de la Palabra de Dios a un debate sobre el tema «El agnosticismo contra el cristianismo».
El predicador respondió de esta manera:
—Estoy inclinado a aceptar tu desafío a condición de que demuestres la validez de tu posición trayendo al debate aunque fuera una sola persona que había sido un degenerado, enviciado, delincuente e irresponsable, cuya vida era una carga a sí mismo y a sus familiares—una persona así, que al escuchar tu filosofía agnóstica haya recibido tanto estímulo que rechazó su vida viciosa, se hizo persona nueva y responsable, y ha llegado a ser una persona de respeto en la sociedad: y todo * porque no cree en Jesucristo.
»Si aceptas esta condición, prometo llevar conmigo a cien hombres y mujeres, antes almas perdidas como ese que tú traerás, personas que al oír y creer el evangelio de la gracia de Dios se han transformado para odiar el pecado y los vicios, hallando en Cristo la salvación y una nueva vida. El mismo Señor que tu niegas, ha hecho vidas nuevas, justas y llenas de gozo. ¿Aceptas las condiciones?»
Meneando la cabeza, el agnóstico se marchó.
Ni el agnosticismo—ni el ateísmo ni ninguna filosofía humana, basados como son en la incredulidad hacia Dios y su evangelio—ninguno tiene poder para transformar una vida. Pero cada siglo ha sido testigo del poder de la sangre de Cristo para limpiar de todo pecado, y transformar las vidas de los que confían en él.
«NO ME AVERGÜENZO DEL EVANGELIO, PORQUE ES PODER DE DIOS PARA SALVACIÓN A TODO AQUEL QUE CREE» (Romanos 1:16).
Si quisieras recibir la salvación que Dios te ofrece, y una vida nueva, coloca tu nombre en este espacio y con toda sinceridad haz la siguiente oración:
«Yo , reconozco que he pecado y que sólo merezco el castigo de Dios. Pero, acepto lo que dice la Biblia, que Dios me ama y envió a Su Hijo Jesucristo para morir por mí y así rescatarme del castigo eterno. Por lo tanto, delante de Dios renuncio todos mis pecados, y mi vida de pecado, y por fe recibo a Jesucristo como mi único Salvador, entregándole a El toda mi vida, para que El sea Señor y Dueño de todo mi ser. Amén.”
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