lunes, 22 de diciembre de 2008

EL HOMBRE INVISIBLE

Lectura: Juan 14:5-20
Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz. —Hebreos 12:2
Cuando era niño, me fascinaba el libro El Hombre Invisible. El personaje principal jugaba una versión elaborada del escondite, manteniéndose justo fuera del alcance de simples mortales que habían recibido la «maldición» de una naturaleza visible. Para tener una presencia física, usaba ropas y envolvía su rostro con vendas. Cuando era momento de escapar, simplemente se lo quitaba todo y desaparecía.
Me pregunto si tenemos ideas similares acerca de nuestro Dios por el hecho de que no podemos verle. Sentimos que está más allá de nuestro alcance y lo expresamos en canciones como este himno, uno de mis favoritos:
Inmortal, invisible,
todo sabio Dios,
En luz inaccesible
A nuestros ojos oculto.
Percibimos que Dios está distante, lejos, oculto, y que es inaccesible. Pero necesitamos a un Dios que sea accesible y nos preguntamos cómo tener una relación significativa con Él.
Nunca comprenderemos totalmente cómo es Dios. Pero Él mismo se ha hecho accesible a nosotros. En parte, esa es la razón por la que vino Jesús; para «mostrarnos al Padre» (Juan 14:8) y acercarnos a Él, porque «Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación» (Colosenses 1:15).
Nuestro Dios es un Dios invisible, más allá de nuestra limitada comprensión. Felizmente, Jesús vino a mostrarnos cuán cerca está Él de nosotros en realidad.
La presencia de Dios con nosotros es el mayor regalo que nos ha dado.

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