Era una plaga de moscas. Moscas grandes, verdes, zumbonas, molestas. Moscas que por millones se posaban sobre los alimentos en la mesa, sobre los vasos de agua, sobre los cabellos de las mujeres y en la cara de los niños. Eran moscas feas, antipáticas, peligrosas, detestables.
Aquella plaga que atormentó a cien mil habitantes de la ciudad de Paita, Perú, comenzó en los montones de desperdicios de pescado que los pescadores abandonaban negligentemente en la playa. De toda esa podredumbre salieron las moscas.
Esa plaga de moscas que cayó sobre Paita se parece a la plaga bíblica que, al golpe de la vara de Moisés, cayó sobre el Egipto de Faraón. Así dice la Biblia: «Y vino toda clase de moscas molestísimas sobre la casa de Faraón, sobre las casas de sus siervos, y sobre todo el país de Egipto; y la tierra fue corrompida a causa de ellas» (Éxodo 8:24).
Si hay un insecto en el mundo que es detestable, antipático y peligroso, es la mosca. Rara es la región del mundo donde esta eterna compañera del hombre no se vea. Todo lo que toca, todo lo que prueba, todo lo que ensucia, lo contamina.
La mosca es símbolo del pecado pequeño, que por multiplicarse geométricamente, termina contaminando, enfermando y matando. Así dice también la divina sabiduría: «Las moscas muertas apestan y echan a perder el perfume. Pesa más una pequeña necedad que la sabiduría y la honra juntas» (Eclesiastés 10:1).
Si las moscas estropean todo lo que tocan —el agua, la leche, el pan, la sopa, la comida, todo—, entonces las pequeñas infracciones, los pequeños pecados, esos que a veces sólo llamamos debilidades, van estropeando, contaminando y corrompiendo el alma.
Si bien las moscas transmiten enfermedades mortales, las «pequeñas necedades», como acertadamente las llama la Biblia, transmiten la enfermedad más mortal de todas, porque es la enfermedad espiritual la que produce muerte eterna.
¡Cuán necesario es desinfectar el alma, la mente y el corazón con la lectura del libro de Dios —la Santa Biblia— y con la comunión permanente con su Hijo Jesucristo, el Salvador del mundo, mediante la oración!
Hermano Pablo.
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