miércoles, 1 de octubre de 2008

¿ESTAS DESESPERADO?

No temas, porque yo estoy contigo; del oriente traeré tu generación y del occidente te recogeré. Isaías 43:5

Aquella mañana me había levantado muy temprano tratando de cumplir con todo lo que tenía que hacer: el trabajo, mi hogar, el ministerio personal que Dios entrega en mis manos a diario y tantas cosas más. ¡Me sentía ahogada!

Fui a mi trabajo y cumplí con mis deberes durante una hora. Luego solicité permiso para ir a hacer algo por Dios en su obra. Me fui unos veinte minutos antes, lapso suficiente para llegar a tiempo al lugar previsto. Al llegar a la avenida que me llevaría al lugar, noté demasiada congestión. A medida que el minutero de mi reloj avanzaba, también en mí crecía la desesperación. Traté de observar desde una parte alta lo que realmente estaba sucediendo. No pude vislumbrar con exactitud la situación. Pero sí estuve segura de que iba a estar en ese embotellamiento unos cuantos minutos, o incluso horas.

Me sentía muy tensa conduciendo mi automóvil. Logré en cinco minutos avanzar unos pocos metros. ¡Ahora quedaban solo cinco minutos para llegar al lugar! Pensé en todo lo peor. Iba a llegar tarde y no podía avisar de la razón de mi tardanza. Sencillamente ¡no podía hacer nada! En ese momento, a mi lado se deslizó lentamente un autobús de color blanco. ¡Mis ojos no lo podían creer!sonrisa. jpg En el vidrio trasero de ese autobús, había un gran letrero que decía; “No temas, porque yo estoy contigo” (Isaías 43:5)

¡Qué casualidad! No, discúlpenme, por favor, ¡no fue una casualidad! ¡Nunca es casualidad lo que sucede a un hijo de Dios! ¡Que hermoso mensaje me envió mi amado Jesús! Casi no lo podía creer. Entonces me tranquilicé, le di gracias a mi querido Jesús, por ser tan especial, directo y oportuno. Dejé el asunto en sus manos y seguí en la hilera de autos que pretendían avanzar. A los pocos metros, encontré un desvío casi imperceptible y, aunque no conocía el lugar ni sabía a dónde llegaría esta vía, oré y le dije a mi amado Señor; “Jesús, llévame. No sé cómo hacerlo“. El trayecto era totalmente desconocido para mí. Más adelante apareció otra avenida, desconocida también, pero que me condujo exactamente al lugar de reunión. Llegué al lugar convenido con puntualidad perfecta.

Alabo a Dios por su mensaje. Esa mañana él me dijo: “Entrégame el control. Tranquila. ¡Yo estoy contigo!“

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