No me mueve, mi Dios, para quererle,
El cielo que me tienes pretendido.
Ni me mueve el infierno tan temido
Para dejar por eso de ofenderle.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verle
Clavado en una cruz y escarnecido;
Muéveme ver tu cuerpo tan herido;
Muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera,
Que aunque no hubiera cielo, yo te amara;
Y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
Pues aunque lo que espero no esperara,
Lo mismo que te quiero te quisiera.
Atribuído por unos a Teresa de Jesús
y por otros a Juan de la cruz
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