jueves, 17 de abril de 2008

LA VISITA DEL SEÑOR JESÚS

basado en un cuento de León Tolstoi
Martín Avedeitch era un zapatero remendón ruso ya anciano.

Una noche después del trabajo se puso a leer su Biblia, y pensó: «¿Que haría si se presentara el Señor en mi casa?» Quedó dormido con estos pensamientos hasta que le despertó una voz:

—Martín, Martín. Mañana vendré.

Al día siguiente el buen zapatero estaba inquieto porque esperaba la visita del Señor. A través del ventanuco que daba a la calle vio los pies del anciano Stepanich que paleaba la nieve. Martín golpeó la ventana con los dedos y lo hizo entrar para que se calentara y bebiera un poco de té.

—Gracias Martín Avedeitch —dijo el anciano cuando marchaba—. Me has dado alimento y confortación al cuerpo y al alma.

Era ya mediodía cuando dio comida y ropa a una forastera desaliñada que llevaba a su bebé en brazos. La pobre mujer rompió a llorar cuando aquel anciano al que no conocía de nada le ofreció también su propio capote y unas monedas.
—El Señor te bendiga, buen hombre, —musitó sollozando al abandonar la pequeña estancia.

Era ya tarde entrada y el Señor Jesús no había venido. Martín vio cómo un niño harapiento robaba a una anciana una manzana de su cesto. Ésta le había agarrado y le tiraba de los pelos.

—Déjalo, abuela. No lo hará más —intervino Martín

La anciana lo soltó.

—¡Pide perdón a la abuela! Y no lo hagas más. Te vi robar la manzana.

El niño rompió a llorar y pidió perdón.

—Así me gusta. —Martín tomó una manzana del cesto y se lo dio al muchacho.

—Aquí tienes una manzana. Yo te pagaré, abuela.

—Merecía que lo azotaran para que se acordara toda una semana —contestó la anciana.

—Abuela, abuela. Eso es lo que queremos nosotros. No lo que quiere Dios. Si debemos azotarlo por robar una manzana... ¿qué mereceremos nosotros por nuestros pecados?
Y el niño se ofreció ayudarla a llevar el saco porque iba por el mismo camino. Y marcharon juntos, el niño con el fardo de manzanas y ella apoyada en su hombro. Martín regresó a su zapatería y terminó el trabajo del día, y al volver a abrir su Biblia creyó oír rumor de pasos en el oscuro rincón. Escuchó una voz al oído.

—Martín, Martín... ¿No me conoces? —Y del rincón salió Stepanich que le sonrió y se disipó como una nube.

—Soy yo —repitió la voz—. Y de la oscuridad, surgió la mujer con el niño que también se desvaneció en las sombras.

—Soy yo —volvió a oír— y vio a la anciana y al niño con sus manzanas que sonreían y desaparecían.

Y Martín comprendió que el Salvador le había visitado tres veces ese día.

Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme."

Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?"

Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis."
Mateo 25, 34-40

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