“ ¡Ven papá! ¡Ven a mirar el mar conmigo… es que es tan grande!”
(Palabras de un niño de 7 años, parado por primera vez frente al mar).
La primera reacción que tuve cuando escuché estas palabras contadas por un amigo, fue la de una mezcla de ternura y asombro por ese niño que, en su breve experiencia de vida, y ante aquello tan inmenso que se le presentaba, lo primero que hizo fue pedir compañía y apoyo para compartir esa vivencia.
Es que el vasto mar… inmenso, azul, poderoso y enigmático era demasiado impacto para él. Contemplarlo lo sobrepasaba…
Esta escena me lleva a imaginarnos a nosotros mismos cuando nos disponemos a contemplar al Dios Creador, al Dios de nuestras vidas, y si somos conscientes de su grandeza, deberíamos experimentar algo parecido. Es que contemplarlo, justamente es acercarnos a alguien inmenso y poderoso, que nos subyuga y nos abarca, que nos sobrepasa por completo, y ante el cual nuestro espíritu termina diciendo como ese niño: “…es que es tan grande!”
La palabra contemplación, etimológicamente significa “estar en el templo” y templo a su vez significa “espacio sagrado”. Es decir, que en cualquier lugar donde los hijos de Dios estemos dispuestos a contemplarlo: ya sea en la iglesia, en un rincón de nuestra cocina o debajo del árbol de una plaza, sin dudas se transformará en un lugar sagrado, dentro de nosotros y a nuestro alrededor.
“ Solo una cosa he pedido al Señor, solo una cosa deseo: estar en el templo del Señor todos los días de mi vida, para adorarlo en su templo y contemplar su hermosura”
Salmo 27:4 DHH
La contemplación no es unilateral, sino que permite que comience un diálogo entre Dios y nosotros, Él también nos observa y nos reconoce, hay un verdadero encuentro que casi no se puede definir con la palabra humana.
La contemplación es un regalo generoso infundido por Dios en nosotros. Sólo el ser humano posee la capacidad de asombro y de deleite frente a algo que lo impacta, y cómo cambiarían ciertas cosas de nuestro andar cotidiano si esa fuera nuestra actitud!
Ahora bien, no nos sintamos incapaces de alcanzar esta experiencia si aún no la hemos tenido, es tan sencilla y estamos tan a tiempo para intentarlo, nada menos que todo el resto de nuestra vida! Nos animemos, podemos hacerlo, tenemos ese permiso porque ese don ya ha sido puesto en nosotros, y el Dios contemplado seguramente hará el resto.
Y finalmente, volviendo al niño del comienzo, como él invitemos al prójimo, al hermano, para compartir juntos esta vivencia de contemplar, de admirar, de permanecer ante esa presencia que como cristianos, completa nuestro vivir…
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