John White, obrero de construcción, de veinticinco años de edad,
cayó de un andamio en su trabajo en Charleston, Carolina del Norte,
Estados Unidos. La caída en sí, de más de quince metros, era suficiente
para que muriera, pero lo que empeoró la situación fue que cayó sobre
varillas de hierro que estaban de punta. Un cuñado suyo, trabajando a
su lado, lo vio caer y sólo tuvo tiempo de clamar: «¡Dios mío, no lo
dejes morir!»
Siete varillas le atravesaron el cuerpo. Dos de ellas debieran
haber sido mortales. Una le entró por la clavícula, rozando el corazón.
Otra le entró por la ingle, rozando la arteria femoral. Las otras
cinco ofrecían menos peligro, pero hubo que cortarlas todas con
acetileno para librar a John y llevarlo al hospital. Tras cuatro horas
de cirugía quedó fuera de peligro.
Como tantas historias de accidentes, esta también tenía sus
antecedentes sombríos. John White estaba enemistado con Virginia, su
esposa. Había amenazas de divorcio. Sus dos hijos, Miguelito de siete, y
Rut de tres, tenían que aguantar la constante lucha de sus padres.
Miguelito ya estaba diciendo que no quería seguir viviendo. Tras esta
horrible situación hogareña se produjo el accidente.
No se sabe si fue el clamor del cuñado: «¡Dios mío, no lo dejes
morir!», o el trauma mismo del accidente, pero algo bueno comenzó a
ocurrir. Al ver Virginia la condición de John, no cesaba de estar a su
lado. Y al ver John la atención de Virginia, no podía menos que
derretírsele el corazón. Como quiera, John se reconcilió con su esposa y
se unió otra vez a la familia.
Dos años después John consiguió un buen empleo, Virginia volvió a
quedar embarazada, y su hogar se había convertido en todo un remanso
de paz.
¿Tuvo este hombre que ser atravesado por siete varillas de hierro
para recomponer su vida? La respuesta es clara. Uno no tiene que ser
traspasado de problemas para poder recapacitar y enmendar sentimientos y
caminos. En cualquier momento, en plena paz, el hombre puede reconocer
que no está andando bien, y volver sobre sus pasos.
Tal vez necesitemos hacer un examen de conciencia. ¿Estamos
peleando con nuestra esposa? ¿Nos extrañan nuestros hijos? ¿O
representamos más bien al hijo que ha abandonado el hogar? ¿Acaso
habremos hecho algo en contra de la justicia? No esperemos a que ocurra
un accidente. Quizá no salgamos con vida. Busquemos hoy mismo a
Jesucristo. Él vendrá en nuestro auxilio. Él quiere darnos su paz.
Hermano Pablo
No hay comentarios:
Publicar un comentario