Roberto Albanés estaba observando su velocímetro. Cuando ascendió a
ciento veinte kilómetros por hora, decidió aminorar la velocidad de su
Volvo, último modelo.
En eso vio en el espejo retrovisor un vehículo que se acercaba a
mucha más velocidad que la suya. Una mujer se había desmayado sobre el
volante, y el niño que la acompañaba lloraba a gritos. El vehículo ya
se iba contra la cerca de cemento de la autopista.
Roberto, entonces, tomó una decisión heroica. Puso su Volvo entre
ese auto y la cerca, y hundió fuertemente los frenos. Saltaron chispas,
y ambos vehículos quedaron trabados, pero después de trescientos
metros de frenada, los dos autos pararon. La mujer había sufrido un
desmayo diabético y había perdido el control del carro. Pero el arrojo
del valiente Albanés, y los frenos del auto, evitaron la tragedia.
Se necesitan coraje y resolución para hacer lo que hizo ese joven.
Vio que un vehículo grande iba a chocar a gran velocidad, e interpuso
su auto. Los paragolpes se trabaron, pero frenó su auto poco a poco, y
así logró que se frenara el otro también. A la mujer la atendieron de
inmediato, de modo que ni ella ni el niño sacaron del accidente más que
el susto.
Es interesante esto de frenar uno para que frene otro. Esa acción
ha salvado a muchos en la vida moral. Un hombre en Caracas, Venezuela,
que acostumbraba a pasar todos los viernes un buen rato en la cantina
con su amigo, decidió un día ponerle freno al asunto. De ahí en
adelante, cada viernes bebieron una copa menos de las acostumbradas.
Así, en sólo ocho semanas, los dos se libraron del vicio.
Una muchacha, que con su prima no había encontrado más oficio que
el de la prostitución en Los Ángeles, California, decidió frenar esa
actividad e ingresar en una escuela. Ambas encontraron otro oficio y se
casaron. El freno que puso una, ayudó a la otra también a frenar.
Los ejemplos abundan, porque lo mismo ha ocurrido una infinidad de
veces. La fuerza y el ejemplo de una persona ha sido todo lo que se ha
requerido para cambiar por completo el rumbo equivocado de otra.
Querámoslo o no, nuestra vida es un ejemplo. Todos, aunque no lo
advirtamos, somos guías de alguien. Hay personas que tienen sus ojos
puestos en nosotros, de modo que nuestra vida dirigirá a otro, ya sea
por buen o por mal camino. Nuestros pasos se convertirán en la senda
que otros seguirán.
¿A dónde los estamos llevando: a la vida o a la muerte? Aprendamos
de Jesucristo cuál es el buen camino, y transitemos por él. El Señor
nunca nos engañará.
Hermano Pablo
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