Eran unas bodas de plata. Veinticinco años de dichosa vida
matrimonial. Un cuarto de siglo de vivir juntos, de vivir unidos, de
vivir ligados por estrechos vínculos de amor, de compañerismo, de
fidelidad.
Neil y Brenda Janson, de Hayes, Inglaterra, quisieron celebrar
sus bodas de plata en la misma capilla donde se habían casado
veinticinco años antes, frente al mismo clérigo con los mismos testigos.
Pero cuando Neil, el esposo, repitió las palabras del clérigo y renovó
así sus votos de amor eterno, sucedió algo que desconcertó a todos. En
ese momento sufrió un paro cardíaco que puso fin a sus días. Murió
agarrando la mano de su esposa. Los amigos y parientes llamaron a la
cele
Eran unas bodas de plata. Veinticinco años de dichosa vida
matrimonial. Un cuarto de siglo de vivir juntos, de vivir unidos, de
vivir ligados por estrechos vínculos de amor, de compañerismo, de
fidelidad.
Neil y Brenda Janson, de Hayes, Inglaterra, quisieron celebrar
sus bodas de plata en la misma capilla donde se habían casado
veinticinco años antes, frente al mismo clérigo con los mismos testigos.
Pero cuando Neil, el esposo, repitió las palabras del clérigo y renovó
así sus votos de amor eterno, sucedió algo que desconcertó a todos. En
ese momento sufrió un paro cardíaco que puso fin a sus días. Murió
agarrando la mano de su esposa. Los amigos y parientes llamaron a la
celebración: «bodas de plata y de luto».
Uno se pregunta: ¿Por qué tiene que morir un hombre todavía
joven, precisamente en el día en que celebra sus veinticinco años de
casado? Veinticinco años de matrimonio, vividos en amor, fidelidad y
compañerismo son una tremenda bendición, y terminar ahí la vida,
habiendo gozado de un matrimonio feliz, es un fracaso en el sentido de
que es tanto un suceso funesto como un resultado adverso.
Sin embargo, mil veces más fracaso que un paro cardíaco es la
destrucción de un hogar, tenga el tiempo que tenga. Consideramos que
hubo injusticia divina porque un matrimonio que se llevaba bien, en el
que no había peleas y reinaba la paz, se encontró con una súbita
separación forzada.
No obstante, eso no es fracaso. Fracaso es no considerar lo
sagrado de los votos. Fracaso es no tener paciencia en el matrimonio.
Fracaso es ser irreverente y descortés con su pareja. Fracaso es cortar
la comunicación y cerrar la puerta del corazón. Fracaso es ser infiel,
es engañar al cónyuge, es cometer adulterio y así menospreciar los
votos de honor y fidelidad mutuos. Eso es fracaso.
La calidad de nuestra vida no la determinan los años. La
felicidad, la paz, el éxito en el matrimonio son el resultado de entrega
mutua, de sometimiento recíproco, de sacrificio, de amor. Estas son
virtudes que no responden a una emoción pasajera sino a una decisión:
la de considerar sagrados nuestros votos y de amar de todo corazón a la
persona que Dios nos ha dado hasta que la muerte nos separe.
Con Cristo en nuestra vida y en nuestro matrimonio podemos tener
ese premio. Hagamos de Él nuestro dueño y Señor. Él le dará a nuestro
matrimonio no sólo largos años de permanencia sino fuertes sentimientos
de amor.
bración: «bodas de plata y de luto».
Uno se pregunta: ¿Por qué tiene que morir un hombre todavía
joven, precisamente en el día en que celebra sus veinticinco años de
casado? Veinticinco años de matrimonio, vividos en amor, fidelidad y
compañerismo son una tremenda bendición, y terminar ahí la vida,
habiendo gozado de un matrimonio feliz, es un fracaso en el sentido de
que es tanto un suceso funesto como un resultado adverso.
Sin embargo, mil veces más fracaso que un paro cardíaco es la
destrucción de un hogar, tenga el tiempo que tenga. Consideramos que
hubo injusticia divina porque un matrimonio que se llevaba bien, en el
que no había peleas y reinaba la paz, se encontró con una súbita
separación forzada.
No obstante, eso no es fracaso. Fracaso es no considerar lo
sagrado de los votos. Fracaso es no tener paciencia en el matrimonio.
Fracaso es ser irreverente y descortés con su pareja. Fracaso es cortar
la comunicación y cerrar la puerta del corazón. Fracaso es ser infiel,
es engañar al cónyuge, es cometer adulterio y así menospreciar los
votos de honor y fidelidad mutuos. Eso es fracaso.
La calidad de nuestra vida no la determinan los años. La
felicidad, la paz, el éxito en el matrimonio son el resultado de entrega
mutua, de sometimiento recíproco, de sacrificio, de amor. Estas son
virtudes que no responden a una emoción pasajera sino a una decisión:
la de considerar sagrados nuestros votos y de amar de todo corazón a la
persona que Dios nos ha dado hasta que la muerte nos separe.
Con Cristo en nuestra vida y en nuestro matrimonio podemos tener
ese premio. Hagamos de Él nuestro dueño y Señor. Él le dará a nuestro
matrimonio no sólo largos años de permanencia sino fuertes sentimientos
de amor.
Hermano Pablo
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